SENSACIONES

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Nuestras sensaciones más íntimas...

miércoles, 14 de enero de 2009

LA SONRISA DE UN GRAN FUTBOLISTA

Armando era un adolescente que hacía pocos días había cumplido los quince años, por momentos tenía cambios de temperamento y se ponía irritable. Su madre decía que estaba en la edad difícil, la edad en que no se sabe qué se quiere, la edad de “nadie me comprende”, de los sueños y los amores platónicos.

Estudiaba en el Melitón Carvajal, esa Gran Unidad Escolar construida durante el gobierno de Odría. El comportamiento de Armando y sus compañeros de la misma edad no difería mucho. Todos atravesaban esa difícil etapa de la vida, en que de niño se pasa a joven tan de repente, con mucho esfuerzo e incomprensión.

Una tarde que retornaba del colegio hacia su hogar, le pareció más triste la Plaza Pedro Ruiz Gallo, contrastaba con la alegría de los feligreses que escuchaban el tañido de las campanas de la Iglesia. Estaba triste la tarde por la penumbra, el crepúsculo vespertino llegaba sin demora, o era su imaginación.

Quizás el triste era él, cómo saberlo, no era muy comunicativo, tampoco era un soso. La avenida Canevaro lucía con esa tenue pintura lóbrega de invierno. El letrero del cine Ollanta con sus luces multicolores centellando y el escaparate lleno de luces y afiches de las películas a estrenar.

Caminaba presuroso por estas calles que le eran muy familiares, iba pensativo y preocupado rumbo a casa. En el colegio había protagonizado una pelea a puño limpio con otro compañero, por nimiedades. No valían las patadas ni cabezazos, eso era de cobardes y traicioneros, a puño limpio defendió su honor. Hoy vale todo.

Llevaba el uniforme comando manchado de barro, la camisa sin botones y le faltaba la cristina. Tenía un moretón en la cara a la altura del pómulo. Qué le diría a su madre, cómo conseguir otra cristina. Apresuró el paso, miró la Farmacia Agricultura, pensó comprar un medicamento para el hematoma y siguió su camino.

Iba a cruzar la calzada cuando de pronto apareció ella. María Rosa la chica de sus sueños, aquella niña de delicada sonrisa franca y abierta que, lo había cautivado y lo hacía suspirar. Apresuró el paso, quería alcanzarla, pero recordó el moretón en el pómulo y el uniforme sucio. Se quedó paralizado a escasos metros. Mejor mañana pensó, dejó que ella siguiera su camino.

Unos pasos más adelante ella se encontró con una amiga, Rocío, era guapa pero sobrada, creída. No le gustaba juntarse con los chicos del barrio. Todos le decían la pituca, la lady de la cuadra. Ella pasaba sin mirar a nadie con la nariz respingada. Sólo conversaba cuando le convenía con María, como hoy.

Armando volteó la esquina y se dirigió a su casa, llegó y estuvo dando vueltas en la parte exterior. No se animaba a tocar el timbre pues sabía que su madre saldría a recibirlo. Dudó unos instantes y finalmente hizo de tripas corazón, puso cara de yo no fui y tocó el timbre. Adentro su madre dijo – abre debe ser Armando-.

Salió a recibirlo Alberto su padre que ese día, como nunca, había llegado temprano del trabajo. Él se quedó sorprendido al encontrarse cara a cara con su viejo, trató de taparse disimuladamente el hematoma. El uniforme lo delató de inmediato. Una mirada veloz y el padre descubrió lo que había pasado.

Con quién fue la trompeadera preguntó, vienes hecho una mugre, pareces un vago esquinero. Me imagino que te habrás defendido como te enseñé. Armando nervioso por el encuentro tan inesperado solo atinó a decir, fue con uno de esos chicos que me paran insultando y no aguanté más.

El amigo quedó en peores condiciones, hice que me pidiera perdón delante de su collera. El profesor “malas pulgas” nos descubrió y expulsó. Te han citado para mañana, si no vas no me dejan entrar. Irá tu madre porque yo no puedo, voy a Ica temprano a cerrar un negocio. No debes meterte en líos, tampoco debes aceptar insultos.

Sofía Jesús su delicada madre le aplicó un ungüento para golpes y moretones en el pómulo adolorido. Se preocupó mucho por lo de la citación, era la tercera en este año por el mismo motivo. Sabía que su hijo no era un santo, que sabía defenderse, el padre lo había preparado. Pero le molestaba tener que ir al colegio para ver el castigo que impondrían a Armando.

Luego de realizar las tareas escolares, al escuchar el silbido característico de los amigos, salió a jugar. Le preguntaron sobre el golpe en la cara y dijo que hubo mechadera, le había sacado la m…al otro. Su madre le encargó que fuera a la vuelta a comprar algunas cosas que faltaban.

No le gustaba que lo interrumpieran en su juego, puso cara de pocos amigos, refunfuñó un momento. Pero una mirada grave de su madre lo fulminó, igual tuvo que cumplir la orden. Se dirigió a la José Leal, a la tienda de Jovita, la señora que muchas veces les daba al fiar y a fin de mes le pagaban.

Caminaba apresurado porque quería regresar rápido, se encontró con Edgard hijo de un amigo de su padre. Hablaron sobre el tema que los apasionaba, sobre los próximos partidos del equipo de sus amores. Sí ellos eran hinchas del Garcilazo de la Vega, equipo del barrio, gran semillero de jóvenes talentos.

Siguió su camino, se cruzó con Jairo, uno de los vagos del barrio que solo se dedicaban a aplanar las calles. Pasó fumando su enésimo cigarrillo del día, dejando una estela de olor a nicotina. Apresuró sus pasos, saludó a la vendedora de anticuchos la señora Raquel y al voltear la esquina, se quedó paralizado.

Allí parado, bien pegado a la pared casi escondido, tratando de pasar desapercibido, cerca de la vendedora de anticuchos y pancita. Sí era él, estaba seguro, tenía en las manos una panca de maíz lleno de choncholí y se lo llevaba con las manos a la boca. Comía con gran fruición, temiendo se le acabara sin mitigar su hambre.

No cabía duda era el ídolo máximo del Garcilazo de la Vega, Pedro Perico León con sus grandes ojos marrones y una sonrisa de pan nuestro en su rostro. Armando solo atinó a sonreír y dijo ¡Hola Perico!, este le contestó ¡hola como tas! y siguió comiendo como si nada.

Armando olvidó lo que tenía que comprar y regresó corriendo a su casa, ingreso rápidamente con una gran sonrisa en los labios y mucha emoción, dijo con voz excitada por las circunstancias, lo vi y me contestó el saludo, con estos ojitos pardos lo vi, a quién viste, a un fantasma dijo su padre, ¡no! a Perico León que lo ha contratado el Alianza Lima

Así, gran novedad, ese moreno vive en la José Leal en un llonja, será tan bueno para el fútbol como lo pintan, claro padre. Es muy bueno, tiene muchos fanáticos siguiéndolo y triunfará en el Alianza, tu equipo. Ojala Dios te escuche, trajiste lo que tu madre te encargó. No, ¡pucha! por la emoción me olvidé, pero voy a comprar y regreso en un vuelo.

Perico León, jugaba en el Garcilazo de la Vega, luego fue flamante contratación del Alianza Lima, el cuadro victoriano más popular del país. En las eliminatorias para el mundial de México 70, Perico fue llamado a la selección nacional junto a otros grandes del balompié peruano.

Se logró la clasificación en Buenos Aires el año 69, con goles de “cachito” Ramírez y dieron una grande alegría al pueblo peruano, porque era la primera vez que una selección se clasificaba a un mundial. En esa selección brillaron Míflin, Challe, “Chito” La Torre, Campos, Rubiños, Teofilo Cubillas y otros. Perico León hoy vive, trabaja y se gana la vida en New Jersey, regresó para un gran homenaje de su club. Perico no supo guardar “pan para mayo”.

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