SENSACIONES

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Nuestras sensaciones más íntimas...

viernes, 2 de enero de 2009

Roberto Carlos el “Rica Pinta”


"Rica Pinta", el único taxista de una provincia andina, Jauja, que por esos años desconocía la existencia del servicio urbano de buses. Se estacionaba en la Plaza de Armas, fumaba su cigarrillo mañanero; mientras el sol brillaba en el cielo azul, él limpiaba minuciosamente su vehículo. Con paciencia esperaba a los pasajeros, le sacaba brillo con agua mezclada con kerosene, en esos tiempos no se conocía la cera para autos, menos la franela.

Era un gran enamorador, no se le escapaba ninguna chica, tenía un verbo florido, además era bien plantado, un provinciano pintón. Lo que le faltaba en estatura le sobraba en verbo. Los que lo conocían, decían que había estudiado en la Universidad, pero al preguntarle- qué había estudiado y dónde- contestaba que había estudiado en la Universidad de la vida, la única valedera, esa respuesta era un portazo en las narices a los preguntones.

Tipo curioso por naturaleza, sus ojos, qué no habrían visto hasta entonces, tenía unos ojitos negros vivaces que se movían como radares, observaban todo lo que pasaba en la Plaza, guardaba la información bien al fondo de su cerebro, había visto mucho. Desde amores nuevos, furtivos, peleas, reconciliaciones, hasta amores escondidos y traicioneros en su trabajo noctámbulo. Bien dicen “de noche todos los gatos son pardos”

Una noche de junio, cuando el frío calaba los huesos, la helada caía a borbotones sobre la ciudad pequeña, enfundado en su casaca de alpaca, guantes y bufanda o chalina, recogió de una cantina de mala muerte a un individuo emponchado y con sombrero, que le dijo lo llevara a Huancayo. Ofreció pagarle bien, él sacaba su cuenta, el costo normal de un taxi era alrededor de quince soles, él se conformaría con el doble, era un platal en esa época y lo mejor, descansaría dos días.

Lo desanimaba la distancia, el frio y la oscuridad de la carretera, había luna llena pero, la nubosidad no dejaba que iluminara completamente el panorama, encima el frío, además eran casi 45 kilómetros de distancia, era tarde y el camino era pesado, las luces muy tenues en la ciudad, dudaba, pero el feligrés sacó de sus alforjas dos billetes de cincuenta soles de oro, él se quedó estupefacto, abrió sus pequeños ojitos por la sorpresa, pocas veces había visto en su vida esos billetes.

Se dejó convencer, total no era más de una hora ida y vuelta, pero cien soles valían la pena, abrió la puerta del costado y el desconocido subió al carro y emprendieron el viaje, por la carretera que va a Concepción. Durante el viaje, el desconocido se hizo conocido, se presentó, se llamaba Candelario Ramírez, de Comas, alturas de Concepción tierra de la rica papa, era mayorista y había cerrado un buen negocio, vendió la producción de papas de su estancia.

Rica Pinta asentía lo que escuchaba, con monosílabos, lo estaba estudiando, era un zorro de la vida y la carretera, poco a poco el tal Candelario le contó sus penas y desdichas, le dijo que en Jauja tenía una novia, que esa tarde había caído por sorpresa y la había encontrado con otro fulano, justo en la cama que había comprado y que debían disfrutar en pocas semanas después de su matrimonio.

Lo peor de todo es que ella ni se inmutó, al contrario lo despidió en el acto y le dijo que no lo amaba, que se casaría con el sorprendido hombre con quien la pilló, Rosario Bastellanos, así se llamaba la novia. Rica Pinta sonrío al escuchar el nombre de la mujer, él adolorido hombre preguntó si la conocía, él dijo que no y prosiguió con su atención en la carretera.

Por dentro se cagaba de risa, pensó-la tenía bien guardada la pendeja Charo- quién no conocía a esta mujer, él mismo la había sacado de dos problema con pantalones. Por el momento decidió guardar silencio sepulcral, “en boca cerrada no entran moscas”-decía siempre-, en fin no era su problema. Allá el cojudo este, que se joda por confiado. Algunas mujeres nacen con su destino tatuado en la espalda.

Candelario, estaba como toro de lidia antes de la corrida, bufando por los cuatro costados. Mandó al carajo a la mujer, agarró lo que encontró en ese momento y destrozó la cama nueva, mientras Charo ni se inmutó ante la reacción, es más lo miró provocadoramente, él hombre herido en sus sentimientos casi agarra a patadas al rival, que se protegió detrás de la novia quien permanecía desafiante frente a este.

Después optó por salir de la casa, puteando pateo una silla que se le interpuso, rompió un jarrón japonés, mientras la futura suegra defenestrada, se deshacía en disculpas por el mal comportamiento de la hija y lo despedía con lágrimas de cocodrilo, como toda madre que trata de disculpar a la hija. Candelario respondió con un-métase las disculpas entre las piernas ¡vieja alcahueta!- dio un portazo y salió a la calle.

Decepcionado, más que compungido y adolorido, se fue a la cantina “El Piso Rojo”, famoso no por sus tragos calientitos, o su buen cañazo, sino por las mujeres que ejercían el más antiguo oficio del mundo. Ricas cholas traídas de Satipo, la tierra de mujeres calientes, que sabían hacer su trabajo y lo hacían bien.

Brindaban compañía y amor a cambio de dinero, era un intercambio comercial que muchos hacían uso y algunas veces abuso, Candelario esa tarde se perdió en los brazos de dos damiselas, acompañado de los tragos lujuriosos y dejó algunos billetes en las manos de ambas mujeres, que agradecían el momento en que llegó el forastero a la cantina.

Mientras la noche avanzaba, la carretera gris se abría al paso de la “centella roja” así le puso como nombre a su carro, el Rica pi…; el río Mantaro a su diestra junto a la riel del tren supermacho, que serpenteaba el camino y el hombre hablaba y hablaba, soltaba todo su dolor, toda la mierda guardada por la decepción sufrida, todo lo vomitaba. Una pesadilla se había convertido la vida de Candelario.

Mientras Rica Pinta guardaba silencio profundo escuchando y anotando en el fondo de su cerebro lo que escuchaba, datos importantes de personas que conocía, todo de golpe le llegó a sus sentidos y calló, como debía ser, como lo marcaba el momento, como lo pedía el destino.

Faltaba poco para llegar a Huancayo, había pasado raudamente por Concepción, que dormía bajo el manto de la oscuridad, mientras el pasajero, poco a poco, por el cansancio, por los tragos, se apagaba, el sueño y el desaliento le ganaban la batalla esa noche, mientras Rica Pi… diestramente conducía su vehículo por la carretera que se abría a su paso, como las fauces de un cocodrilo. Estaba a mitad del destino de Candelario.

Rica Pinta, conducía con destreza, tenía casi 15 años manejando por las carreteras viejas de su vida, por ello, no le llamó la atención el dolor del feligrés, solo lo compadecía en su interior, pero se había metido con una vividora, con una mujerzuela, claro, Candelario Ramires, era un cholo inocentón que creía a pié juntillas, lo que la mujer le decía, en su ausencia ella tenía otros compromisos antelados.

Candelario dormía con un ronquido sideral, parecía camión viejo haciendo requiebros por encender, R P se dejó llevar por los recuerdos y se vio asimismo en una calle de Jauja una noche friolenta, varios meses atrás, conduciendo su poderoso Ford.

De la casa de Rosario salía música que invitaba a bailar, se detuvo porque vio a Marcial un amigo de infancia, deja de trabajar-le dijo- vamos a divertirnos, hay fiesta en casa de Charo y han venido unas hembritas ricas de Huancayo, y se necesita más puntas para la diversión, la noche promete ser buena e inolvidable.

Al principio él no quiso quedarse, pero, al ver ingresar a una chica guapa llamada Melissa, como que sintió la imperiosa necesidad de estar allí mismo, en el centro de la acción. Esa mujer lo atraía como el imán al hierro, la deseaba en secreto, para él fue una sorpresa, nunca pensó encontrarla en una de las famosas fiestas que armaba Charito, en esos bacanales no había pierde, todos eran ganadores.

Más por curiosidad, que por otra cosa, dejó el carro asegurado e ingresó a la reunión, había varios patas que le eran desconocidos, pero igual, a él eso no le hacía mella, total cada quien con su tema. Los dos amigos se juntaron y entablaron conversación con varias chicas, así poco a poco entraron en confianza, mientras la música poco apoco se adueñaba del ambiente.

A los diez minutos ya estaba bailando con Melissa, ella se dejaba llevar por los fuertes brazos del Rica P…, este hábilmente acariciaba la cintura de su acompañante, ella experimentada en esos menesteres le seguía la corriente, de rato en rato le mandaba una mirada insinuadora, él observaba a las demás parejas, todos estaban organizados, solo quedó una chica simpática, sola esperando con un trago en la mano y siguiendo el compás de la música.

Esa noche Rica P… se realizó, amó a esa mujer hasta las últimas consecuencias, ella se perdió en sus poderosos brazos y en el verbo florido de un don Juan provinciano muy experimentado y en las sabanas floreadas de un hotelucho de cuarta. Allí en ese lugar se amaron hasta la saciedad, luego del amanecer cada uno se fue por su rumbo y Rica P… recogió su viejo Ford y se dirigió a su casa, no sabía que le iba a decir a su mujer, pero de algo estaba seguro había gozado como un cerdo con ese cuerpo esplendoroso, joven y durito.

La luz de entrada de la calle Real de Huancayo lo volvió a la realidad, despertó a su pasajero y le dijo que ya estaban llegando, el pasajero lanzó una imprecación, aún sentía el dolor del engaño y le dijo que lo dejara cerca de un restaurante para tomar un buen caldo de gallina, invitó a Rica P y juntos como dos viejos amigos se dirigieron a los agachados en la calle Huánuco, doña Manuela tenía el mejor caldo de gallina en Huancayo.

Así era Rica P…, buen amigo, buen taxista y un aprovechado, se quedó en Huancayo hasta el día siguiente, no sin antes despedirse de su ocasional amigo, a quien puso al día, con pelos y señales sobre el curriculum de Charito. Candelario agradeció la información y se despidió un tanto compungido, pero así es la vida, qué se puede hacer, de todo hay en este valle del señor.

Rica Pinta despertó temprano, echó gasolina de 84 al viejo Ford y emprendió el regreso a Jauja con sus bien ganados cien soles en el bolsillo y calculando varios días de descanso, se sintió un Jeque y dueño de la situación. Iba a cien por hora, cantando una de la Sonora Matancera, a esas horas muy pocos vehículos se movían por la carretera.

Al llegar al cruce con la carretera a Ocopa, se le cruzó un hato de reses, felizmente su pericia hizo que evitara la colisión y sufriera un accidente grave, eso es lo que él pensó. Lo cierto es que a los treinta minutos, su esposa recibió una llamada en Jauja, RP había fallecido en el acto en un accidente al evitar el choque contra las reses se empotró en un cerco perimétrico.

Adiós Roberto Carlos “RP”, no pudiste completar tus sueños...

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