Eran las 18:30 horas, para ser exactos
las 6.30 pm de un día cualquiera de verano, en radio Olivar, sonaba el programa
de Juan el “Pike” Mendiola y la canción hit de la semana “música y amor en
verano” interpretada por Junior Milla el cantante de moda, de pronto un
automóvil negro metálico con lunas polarizadas llegó puntual a su cita y se
colocó a mitad de cuadra con el motor apagado y en actitud de espera.
El chofer, un moreno cuarentón con
pinta de atleta, salió del vehículo y observó la calle casi desierta y se puso
a limpiar el parabrisas, era un maniático de la limpieza no pararía hasta sacar
todo el polvo del vidrio, permanecía siempre vigilante y en espera de ella, la
primera niña de la tarde que recogía, le quedaban tres chicas más por recoger y
un largo camino hasta el Callao, pensaba-todas las mujeres son iguales- se
demoraba como cada tarde, desde que la conoció hace ocho meses atrás.
Jorge, Marco y Carlos, tres amigos del
barrio que vivían muy cerca, siempre estaban en el lugar preferente de la
cuadra, la ventana del dormitorio de Jorge daba al balcón marrón de un segundo
piso que se distinguía en la calle por su forma arquitectónica y quedaba
precisamente frente al parqueo utilizado por el automóvil negro.
Ellos desde este cómodo lugar
observaban todo a sus anchas, escudriñaban la calle, conocían a los vecinos y
distinguían a los foráneos. Conversaban sobre temas triviales y de escasa
importancia, mientras sus miradas estaban dirigidas a la puerta del edificio,
no querían llamar la atención de los familiares de Jorge que los acogían, de
rato en rato intercambiaban sus observaciones, a veces reían burlonamente de
algún personaje que caminaba por la calle, o se mantenían en silencio.
Como todos los jóvenes de esa edad con
la adrenalina al tope y el deseo rondando sus venas; pero, la ansiedad los
delataba, estaba claro que esperaban a alguien, con seguridad aguardaban la
salida de Emperatriz, para mirarla y admirarla, los tres se percataron de la
llegada del vehículo y se miraron en silencio, con una sonrisa cómplice se
dijeron mil palabras, solo Carlos asentó, llegó el “trasportador”, falta que
salga el material y hasta luego.
La tarde de verano se perdía bajo el
crepúsculo que llegaba raudamente,
mientras el sol se acostaba en el océano dejando un gran incendio en el
horizonte y los noctámbulos se desperezaban en sus dormitorios y se levantaban
después de haber descansado el día, a preparar el ánimo para una noche más de
diversión, otra noche más en los casinos para probar la suerte tan esquiva, o
en los brazos de Baco, con una damisela al lado, para demoler la angustiante
vida en pedazos y olvidar, para lograr un premio evasivo, olvidar un amor no
correspondido, otra que se fugó en un carro de lujo o por un arrebato machista.
En el interior del edificio signado
con el N° 666 de la calle Las Dálmatas, en uno de los departamentos, vivía
ella, la mujer esperada ansiosamente por el trasportador y los otros curiosos, los que se veían
disimuladamente, los que miraban tras bambalinas, levantando la cortina con
disimulo y las viejas cucufatas, quienes habían comenzado su rutina viperina
tras las cortinas, maullando como gatas en celo, mil palabras sobre el
comportamiento de Déborah la hija mayor de su amiga Judith, conocida como la
Emperatriz del barrio, por su belleza y porte, desde siempre.
La bella Emperatriz estaba sentada en
camisón ligero de seda negra, que resaltaba su imponente figura, frente al
espejo concentrada, su mirada se posó suavemente en sus facciones, en sus
líneas anatómicas, en sus senos voluptuosos y especialmente en su trasero que
más sobresalía de su anatomía, la naturaleza había sido generosa con ella,
sonrió pícaramente después de esta inspección inicial.
Luego inició su rutina de todos los días,
maquillarse, como las diosas del Olimpo mandan, para parecerse a ellas, una
actividad en la que ponía toda su concentración porque elevaba su autoestima,
era muy importante para ella, era su carta de presentación, su imagen de mujer
bella y de cuerpo escultural, lo cuidaba con mucho esmero, dos horas diarias en
el “Gym de Manolo Marchullo”, tiene solo 28 años es soltera, su madre ignora el
trabajo que realiza y las amigas de su madre envidiosas ellas, ladran y rajan
detrás de sus puertas, a espaldas especulan sobre el trabajo de la hija de su
buena amiga, viuda desde hacía 10 años, ella solo sabe que su hija trabaja en
un Casino de juegos.
Emperatriz recordó, que por la mañana
estuvo en el gimnasio realizando los ejercicios programados, que le permitían
tener el cuerpo escultural que mostraba y que era su mejor atractivo para los
hombres, ese cuerpo era trabajado con mucho cuidado y esmero, no había ni un
milímetro de grasa, sabía y estaba convencida que, los hombres la admiraban por
sus medidas anatómicas, era un imán humano que atraía las miradas de los
hombres cuando la veían actuar en el gran salón “Cuernavaca” en el vecino
puerto. Luego de almorzar, hacía sobremesa con su madre, sus hermanas
estudiaban secundaria en el colegio, se retiraba a descansar un buen rato.
Continuó su rutina de embellecimiento
sentada frente al espejo, se acicalaba y cepillaba el cabello, con el rímel
negro delineaba las pestañas y las cejas, que resaltaban sus ojos claros y
luego los labios con un color rojo pasión, finalmente se colocaba el vestido rojo sin dejar de mirarse en el espejo y
admirar sus formas, con lo que culminaba su sesión de maquillaje, previa
perfumada, tomó su cartera, salió de la habitación, se despidió de su madre con
un beso, recomendándole por la seguridad de la casa, ella regresaba en la
madrugada, y ya habían robado en los alrededores y hubo intentos de robo en su
edificio.
Mario otro amigo que vivía en el
edificio quien en el pasado fue enamorado de Emperatriz en tiempos del colegio,
guardaba profundos recuerdos de su amor de colegial y por esa razón todas las
tardes salía de su departamento y se sentaba en la escalera que daba a la
salida del edificio y allí esperaba con ansiedad y paciencia al amor de su
vida, tan solo para mirarla y admirarla, quizás con suerte hablar con ella,
acompañarla hasta el carro negro como algunas veces ella lo permitió y decirle
adiós. Aun creía en ella, no sabía en qué trabajaba su adorada Emperatriz,
aunque los amigos le decían que no era un buen trabajo, por el exagerado
maquillaje que utilizaba.
Mario, escuchó el suave golpe de los
tacones de la bella Emperatriz sobre las baldosas marrones del segundo piso, se
incorporó de inmediato como picado por una cascabel, aguzó el oído y escuchó
acercarse el sonido, ella se desplazaba cadenciosamente moviendo sus caderas
hacia escalera para bajar al primer piso, no utilizaba el ascensor, quien la
observara de espalda, admiraría con justificada razón su hermoso trasero; bajó
uno a uno los escalones del segundo al primer piso, observó la entrada del
edificio y luego posó sus mirada fría en Mario, quien quedó petrificado al
sentir la indiferencia de aquella mirada que antes fue de amor.
Emperatriz hizo un mohín de disgusto, estaba atrasada, pero qué podía hacer, era la única salida y debía ir a trabajar, saludó a su
antiguo enamorado con un frío ¡hola! y apuró el paso para ganar la salida y evitar la conversación con Mario, prosiguió su marcha sin detenerse, él sorprendido por esta reacción
inusual en ella, se quedó varado pese a su esfuerzo por entablar conversación;
Mario atinó a dar unos pasos hasta la entrada de edificio, se detuvo y observó
que el chofer abría la puerta, ella subía rápidamente al automóvil que esperaba
con el motor encendido, los amigos del segundo piso, nuevamente se quedaron
pasmados admirando tanta belleza y preguntándose adónde iría todas las noches,
el chofer inició la marcha y se perdió en la noche, eran las 7:15 pm y las
luces de la ciudad dominaban el escenario limeño.
Hasta mañana Emperatriz.
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