SENSACIONES

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Nuestras sensaciones más íntimas...

martes, 21 de diciembre de 2010

Un camioncito de madera (Cuento de navidad)

José Armando es hoy un agradable hombre de sesenta años, con 3 nietos hermosos a quienes profesa un inmenso amor, igual que a toda su familia. Se encontraba en la sala de su casa, faltaban dos horas para la cena familiar por Navidad, su esposa con hijos, nueras, yerno y los nietos, se encontraban en el patio conversando alegremente, habían llegado de diferentes puntos del país y el extranjero, iban a pasar la navidad y el año nuevo en la casa paterna, todo era alegría. Por un momento contempló el árbol de navidad, el centellear monótono del juego de luces, los regalos al pié del árbol y su mente voló en las alas de sus recuerdos hacia una fecha igual, pero muchos años atrás.

Jorge Armando tenía 10 años y caminaba por las calles bulliciosas de Jauja, ensimismado en su situación de pobreza, con recuerdos ingratos por la ausencia de sus padres, sin embargo, una sonrisa de esperanza animaba su caminata, por fin había llegado el día, no, la noche esperada con tanta ilusión, un mes y 15 días era el tiempo que tenía guardada la carta dirigida a Santa Claus con su pedido, mañana al despertar tendría su juguete tan deseado.

Eran las diez de la noche del 24 de diciembre de 1959, las campanas de la vieja catedral de Jauja habían repicado llamando a los feligreses a la tradicional Misa del gallo y el padre Fabiano, sacerdote italiano de armas tomar, se paseaba por el exterior de la iglesia, invitando y recibiendo personalmente a las familias. José miraba de lejos, por un momento la imagen de su abuela la sintió a su lado, parecía realidad caminar con ella de la mano, ella le sonreía, luego esa imagen se disipó y volvió a su realidad, recordó que su abuela estaba en casa con sus dolores reumáticos.

De inmediato recobró el ánimo y luego en su mente solo tenía espacio para el regalo que solicitó a Papá Noel, la carta la había dejado debajo de su almohada y al regresar a casa la dejaría sobre el escritorio que fuera de su abuelo fallecido. Vivía en una de las tantas calles de la ciudad, con su querida madre, la abuela Petronila de sesenta años, quien se encontraba delicada de salud, con un reumatismo acelerado en sus piernas, lo que le impedía salir por las noches debido a la baja temperatura de esa época.

Esa noche le dio permiso a su nieto y ella se quedó en casa, cavilando qué hacer para comprar el regalo de su adorado nieto, era inmensa en cariño, amor y se desvelaba por su nieto; pero, no sabía de dónde sacar dinero para comprar el regalo de Joshe. Evitaba salir de noche y dejaba que el nieto, por lo menos en esta noche buena saliera a mirar la ciudad, se contagiara de la alegría, mientras ella presa de dolores se quedaba en cama, con un dolor corporal que le impedía salir con el nieto y una tenaza en el corazón porque lo que más le sobraba era amor y lo que le hacía mucha falta era dinero, así cavilando por varios minutos interminables, orando a Dios por un milagro, finalmente se quedó dormida.

Jorge Armando era un niño bueno, noble, en su carta le pedía a Papá Noel, un camioncito de madera, que él vio en un almacén de la ciudad. La ciudad pequeña enclavada en los Andes centrales del país, apenas llegaba a los veinte mil habitantes, el bullicio era enorme, los niños y sus padres bien abrigados para contrarrestar el frío, salían de sus casas y se dirigían al centro de la ciudad, faltaban casi dos horas para la navidad y todos iban a la iglesia para escuchar la misa.

Llegaban a la Plaza de Armas muy complacidos, se habían preparado en sus casas para recibir al niño Dios, con la alegría e inocencia de un pueblo provinciano creyente, para la noche buena preparaban la cena tradicional, con gallina, cerdo, o cordero, además del chocolate y panetón. Las vendedoras de bizcochos, panetones provincianos, dulces de canela, chocolate caliente y el tradicional calientito para abrigarse por dentro, ocupaban la calle Grau desde el Parque La Libertad hasta la Plaza de Armas, era toda una feria. La Iglesia Santa Fe construida cuatros siglos atrás en 1564 lucía enorme bajo la iluminación casera, el fluido eléctrico era deficiente, todavía no se había construido la hidroeléctrica del Mantaro, la iluminación de casas y de las principales calles era limitada, los focos eran unas velas encendidas en las esquinas, que precariamente iluminaban un pequeño sector y el resto permanecía en la penumbra, los tubos de neón, colocados en las esquinas que rodean la plaza principal, emitían unos fulgores de luz, tan opacos que se perdían en la semioscuridad.

Terminada la misa todos los feligreses regresaban muy contentos a sus casas, para dar cuenta de la cena y luego descansar. Los niños luego de cenar se retiraban a sus dormitorios a esperar la llegada de Santa Claus. Cuando el cura Fabiano se encontraba a mitad de la misa José Armando regresó a su casa, abrió la puerta suavemente para no alarmar a su abuela, ingresó al dormitorio y su adorada madre estaba durmiendo, como siempre, con su rosario en la mano. José Armando le dio un beso y se retiró a su cama para acostarse, no sin antes nuevamente rezar y pedir que Santa Claus le traiga su regalo tan apreciado y tan ansiado y que lo llenara de alegría, faltaban escasas horas para amanecer.

Terminado de orar y antes de dormir, mil pensamientos cruzaron por su mente, desde sus juegos y amigos del colegio, pasando por los momentos de mayor alegría y felicidad compartida con su abuela, hasta los más tristes, como el no haber conocido a su madre y vivir separado de su padre casado con otra señora, pensando y repensando en estas cosas, cerrando los ojos por momentos, esperando la llegada del famoso Papá Noel, quería sorprenderlo en el momento en que le dejaba su camioncito de madera y darle las gracias personalmente, por mucho esfuerzo que hizo no pudo dominar el cansancio y niño al fin, Joshe finalmente fue ganado por Morfeo y se quedó plácidamente dormido.

El canto del gallo en el corral y el trinar de los jilgueros y ruiseñores despertaron a José Armando, alegre y muy feliz se levantó de un salto y lo primero que hizo es buscar su regalo, al lado de su cama, debajo de la misma, cerca a la cama de su abuela y no había nada. Papá Noel se había olvidado de traerle su regalo, no le había dejado ningún obsequio, corrió con las lágrimas saliendo de sus tiernos ojos al lugar donde dejó su carta y allí estaba cerrada, tal como la había dejado. Joshe se sintió el niño más infeliz de la tierra, se entristeció hasta el infinito y finalmente rompió en llanto, interminables lágrimas corrían por sus mejillas, no podía explicarse por qué Santa Claus se había olvidado de él. La abuela fuera de la habitación lloraba tristemente de impotencia y en silencio por el dolor que sentía su nieto y por esa decepción tan grande en su vida de niño.

Un llamado de sus hijos y nietos trajo velozmente del pasado a José Armando, se incorporó, con paso ágil, pese a sus sesenta almanaques bien llevados, salió al patio y contempló feliz a sus nietos que jugaban con un camioncito de madera, cargado de otras chucherías propias de niños.