SENSACIONES

SENSACIONES
Nuestras sensaciones más íntimas...

jueves, 29 de octubre de 2009

CONVIVIR ENTRE LOBOS

Dos manadas de lobos habitaban un extenso territorio dividido por un pequeño río. La manada de lobos grises al Sur y los lobos blancos al Norte. El lobo gris Alfa levantó las fauces, olfateó el ambiente, miró a su manada hambrienta descansando en el inmenso hueco negro que tenía por guarida. La hembra Alfa movió la cola en señal de afecto, de inmediato se incorporó sobre sus cuatro patas. Se puso en alerta y olfateó la sequedad lóbrega del desierto. De inmediato salió raudamente, de su madriguera maloliente escondida en lo más profundo del desierto y captó el sofocante calor del inmenso arenal, la tierra árida, la falta de alimentos y agua. Volteó y miró su manada, todos hambrientos, con muchas necesidades, más bocas que alimentar y no había cómo hacerlo; pero, estaban preparados disciplinada y físicamente aptos para la lucha por la supervivencia.
La caza era infructuosa, habitaban un territorio despoblado y desolado, no había cómo abastecerse. Sabía que al Norte, existía un territorio con buenas tierras, lleno de bosques fértiles, agua y mucha fauna silvestre para alimentar a su manada hambrienta. Esa comarca era apetecible, siempre lo fue. Envidiaba a los habitantes de esas tierras, rumiaba por lo bajo su rencor, deseó invadirlo y adueñarse de sus tierras, bosques y aguas. Como antes lo hicieron sus antepasados porque sus enemigos eran muy confiados.
Ideó la forma de acercarse a sus enemigos, con una piel de oveja y convencerlos de las grandes ventajas que le ofrecía. Así, aprovecharía la abundancia del territorio vecino, planteó un acuerdo, con muchas ventajas para su manada. Se valió de su poder de convencimiento y logró persuadir al lobo alfa de la manada del nororiente, este habitaba cerca al gran lago en las alturas andinas. Los Nororientales eran inescrupulosos, le daba lo mismo aliarse con una u otra manada, así lo hicieron en el pasado.
Estaba convencido que su enemigo aceptaría, había conquistado el corazón y la mente de algunos lobos del bando contrario, sus colaboracionistas. El lobo gris, con una sonrisa hipócrita y muchas mentiras convenció a los representantes del lobo blanco. Logró inicialmente la aprobación, pero, la manada del lobo blanco, se percató que los habían engañado y aullaron noche y día, reclamaron por las ventajas que les dieron a los lobos grises. El lobo gris y las eminencias grises de su manada, sus autoridades, la misma manada en pleno se reunieron y soltaron miles de agravios e insultos contra los habitantes del otro lado. Nuevamente se frustró la negociación y le cayó la noche a la manada gris.
Un día que el sol salía por el horizonte dejando caer sus primeros rayos, el lobo gris decidió cazar en territorio ajeno, su hembra escuchó el mensaje y se colocó rápidamente a su lado y meneó la cola, en señal de asentimiento. Detrás de él salieron los otros integrantes de la manada y en correcta formación se desplazaron en busca de alimento. Cada quien por su ruta de siempre, olfateando el ambiente y remarcando su territorio. En la madriguera había nuevas bocas que alimentar y todos los cazadores debían salir en busca de alimento, mientras en casa quedaban dos hembras cuidando a los cachorros. Esa era la rutina de la manada. Alimentar y cuidar a los críos es la misión de todo jefe de manada.
El desplazamiento fue rápido, cada lobo se ubicaba de acuerdo a su jerarquía social, ni más ni menos, adelante el Alfa macho y la hembra a su lado, este olfateó el viento y lanzó un aullido que se desplazó por todo su territorio, el eco se escuchó en las quebradas, valles y montañas, y subió por las laderas y estalló en los oídos de sus adversarios. Al otro lado de su territorio el lobo blanco Alfa líder de la otra manada respondió alargando el aullido. De inmediato el instinto le avisó, son los grises que vienen por alimento. Aulló con su característica usual cuando se trataba de peligro y los componentes de su manada dejaron lo que hacían y se pusieron en alerta, esperando la orden del jefe.
Esta lanzó un gruñido fuerte, metálico y todos se desplazaron rápidamente hacia sus lugares de responsabilidad en su territorio. Sabían que esa mañana se encontrarían las fauces de las dos manadas, se volvía a reeditar las interminables luchas que tenían ambas manadas por dominar el territorio ajeno y cualquier cosa podía pasar, como, no regresar a la madriguera nunca más.
De pronto la manada blanca se detuvo en seco, el macho Alfa había detectado peligro, era un olor desconocido, quién osó invadir mi territorio gruñó el lobo blanco. Aguzó el oído, sus músculos se tensaron, las patas se pegaron a tierra y se agazapó para atacar, los demás optaron por lo mismo, algunos buscaron refugio en los matorrales, se cubrieron de la visión, más no del olfato enemigo.
Sí, el lobo gris había ingresado sin autorización al territorio del lobo blanco. De pronto en una pequeña loma este divisó a su enemigo el lobo blanco, aullando y moviendo la cola, enseñando las fauces, agresivamente. Habían tenido tres encuentros durante su vida. La primera cuando ambos acompañaban en la caza a sus respectivos padres, cada uno en su territorio y solo se olfatearon, como si se respetaran y cada uno se fue con su manada al interior de su territorio. Esta mañana los lobos grises no regresarían a su territorio sin vencer a sus enemigos y llevarse todo el botín capturado. Así fue, al final de la lucha vencieron los lobos grises, porque aprovecharon mejor las debilidades de los blancos, especialmente sus falencias, su falta de preparación y la desarticulación existente entre sus líderes y la manada.
Los lobos blancos cayeron por su improvisación, su falta de preparación, es que todo lo tenían al alcance de la mano, buenas tierras, buena caza, bosques y agua a disposición, y nunca se preocuparon por cuidar su territorio. Fueron traicionados por algunos integrantes de la manada, que se vendieron al enemigo.

EL DICK

Olga con sus casi ochenta almanaques a cuestas recorrió lentamente la distancia, que la separaba del taxi a la vereda frente a su antigua vivienda en Jauja. Buscó la llave de la puerta entre sus pertenencias, la cogió lentamente y la acercó a sus ojos, la visión poco a poco le había disminuido. Era presa de una miopía muy aguda y la sordera del oído izquierdo, la obligaba a girar para escuchar cuando le dirigían la palabra. Por un momento se detuvo, los recuerdos se agolparon aceleradamente en su mente, introdujo la antigua llave en la cerradura, que cinco décadas atrás utilizaba para esta actividad y por fin abrió la puerta.
El añejo portón de Pino con más de cien años de soledad, giró y respondió con un sonido gutural, que salió como un ahogo infrahumano y un chirriar agudo de sus goznes, que le recordó tiempos mejores. Olga creyó escuchar el eco de un ladrido, que la hizo tensar sus músculos y agudizar el oído derecho, un fantasmal grito que llegaba del pasado, pensó-el Dick ha regresado-, emocionada apuró sus pasos. Ingresó al interior del patio y recorrió con sus ojos vivaces su entorno, mirando de hito en hito, cada detalle y comparando con las imágenes que llevaba en su mente. Todo había cambiado, ya nunca más sería el mismo hogar que la meciera en su infancia y juventud. Miró la pequeña fuente de agua en el centro y la caída de agua de su pileta central, estaba vacía, inerte, triste y anciana como ella.
De pronto la casa entera recibió un haz de luz intenso, ella ingresó en un túnel interminable, por un instante se impresionó, pero, recobró la tranquilidad cuando vió al final una pavesa, caminó rápidamente en esa dirección y se vio asimisma en el centro del patio, rodeada de flores multicolores: rosas rojas y blancas, geranios y claveles, cartuchos y anturios de color rojo y blanco. Se sentó en el borde del estanque, mojó sus pies y el reflejo que le devolvió el espejo de agua, la sorprendió. Tenía 28 años y a su lado estaba el Dick, su mascota, ladrando amigablemente, moviéndole la cola y haciendo malabares venciendo la gravedad.
El Dick era un perro cruzado; pero, en sus venas corría sangre de un Braco alemán, de extraordinarias características para la caza y el rastreo de la presa. Había llegado a la casa un año antes, fue un regalo del director del hospital, muy amigo de Olga. Dick era experto en recuperar las presas, casi siempre patos salvajes y huallatas que Pepe, hermano menor de Olga cazaba en la cercana laguna de Paca ubicada a cinco kilómetros de la ciudad.
Un toque fuerte en la puerta y Olga aceleró sus pasos y abrió, era Luisa su amiga desde los años de la primaria, conversaron amenamente y Luisa le recordó que ese día en la Iglesia Matriz de la ciudad, se casaba el ingeniero Florencio Artigas, el “Cacique”, prominente hacendado, de 35 años y el mejor partido de la zona central, soltero muy codiciado. Ese mediodía numerosas mujeres verían esfumarse sus sueños de ser la señora de Artigas y estarían presenciando el matrimonio corroídas por la envidia. Los habitantes de la ciudad sabían que Artigas era un picaflor, un mujeriego, había tenido amores clandestinos con muchas mujeres, las ciudades de Tarma, Huancayo y Jauja fueron bastiones de sus amoríos, de todas ellas supo librarse bien.
Las malas lenguas de la ciudad, los correos de trasmisión que se movían en los lonches y en las reuniones sociales, decían que se casaba con la bella Rosalba de 19 abriles, hija de otro hacendado de Huancayo, porque estaba embarazada y Florencio no había podido escurrirse de este bache de su vida. Aún no se notaba la barriga a Rosalba, la empleada de su casa había comentado con una amiga que trabajaba en otra residencia de esta ciudad andina, que ella estaba con todos los malestares propios del embarazo, el padre de la joven estaba que echaba pestes por los cuatro costados y le había dado un plazo perentorio a su futuro yerno, sino, era capaz de cualquier cosa. El rumor llegó a Jauja en un milisegundo, así se enteraron las chismosas de la ciudad y la bola creció y creció.
A las 11:30 de esa mañana, Olga y Luisa se encaminaron rápidamente a la Iglesia, no querían perderse ningún detalle, desde el ingreso de los novios, asistentes, el vestido de ella, etc. No se percataron que el Dick las seguía, caminaban conversando amenamente, en la ciudad no había sucedido nada interesante en los últimos 50 años. Quince minutos después y mientras el sol se elevaba hasta el cenit y algunas nubes grises se levantaban del Levante, el ingeniero Artigas salía de su residencia en la calle José Gálvez con su terno gris, su peinada a la gomina, un gran puro en los labios, los vecinos que lo observaron a través de las persianas de sus ventanales, siempre lo recordarían, su rostro no denotaba felicidad alguna, más bien había un tinte de tristeza, quizás de sorpresa, el cazador había caído en su propia red.
Subió a su moderno Ford rojo compañero de aventuras amorosas, lo encendió, miró su reloj y calculó su tiempo, pensó-tengo tiempo para recorrerla- y recorrió la ciudad velozmente, bajó hasta el cementerio general, subió por la calle Grau, al ingresar a la plaza frenó bruscamente y escuchó un aullido de dolor y siguió, la hora le ganaba, estacionó su auto frente a la Iglesia, bajó, se arregló la ropa e ingresó para esperar a la novia.
Advertidas por Rubén amigo de la familia, Olga y Luisa, salieron de la Iglesia, alargaron sus pasos, atravesaron la Plaza de Armas, en la esquina vieron un tumulto, se abrieron paso desesperadas y se sorprendieron, al ver el cadáver inerte de Dick, había sido atropellado por Artigas minutos antes, ambas lloraron y regresaron a casa con el Dick en brazos, para enterrarlo a los pies del viejo eucalipto.

EL ROSAL DE IRENE

Irene abrió los ojos, recordó a su madre, escuchó el incesante balido de las ovejas y el particular canto del gallo giro. Sonrió acicalándose frente al espejo en su baño. Abrió el ventanal, sintió la luz divina del sol ingresar por sus cortinas y miró su jardín. La lluvia cayó muy suavemente en la madrugada, se notaba en las hojas y flores, se observaba en el verdor del pasto, que parecía una alfombra formada por millones de gotas del rocío. Iría de frente al jardín, observaría los brotes del rosal que había sembrado dos meses atrás. Luego a la panadería Flor Silvestre, a comprar lo necesario para el buen desayuno, faltaban treinta minutos para que su padre bajara al gran comedor.
Extasiada por momentos, se perdía en sus sueños de niña-adolescente, se veía flotar en el aire, volar en los brazos de un Pegaso, recorriendo su mundo, mirando desde las alturas la ciudad, su calle, la casa y especialmente su jardín tan querido, en el que había puesto todo su esfuerzo para sembrar diferentes clases de flores. Todas sus flores eran hermosas y emanaban un olor característico, ella moría por sus rosas. Eran unas rosas fuertes, hermosas y enormes, color rojo sangre, una sola cabía en su mano.
Faltaban dos días para partir a la gran ciudad, tenía que salir de la provincia y estudiar en la capital, soñaba con estudiar enfermería. Lo había decidido aconsejada por una tía y su esposo médico quienes trabajaban en el hospital general de la provincia. Quería ser enfermera como su madre, su bella madre, la abandono seis años atrás, partió a su destino final. Ella sabía que quienes se quedaban en la ciudad pequeña, hombres y mujeres, eran seres derrotados. En la provincia eran escasas las oportunidades de estudio y casi nulas las de un buen trabajo.
Algunos perdían la batalla de la vida al final de la secundaria, se dedicaban de cuerpo entero al dios Baco. Los que partían en pos de superarse, eran los menos, los demás vivían adorando las tardes de futbol y las noches en cualquier bar de la ciudad, cantando boleros y rancheras, mientras el etanol se apoderaba de sus últimos refugios y sueños. Irene sabía todo eso, por un hermano quien había perdido la batalla y se dejó arrastrar por los amigos. El caso de las mujeres era peor, muchas esperaron al famoso “príncipe azul”, que casi nunca llegaba, o caían presas de algún oportunista, quien les dejaba un recuerdo para toda la vida.
Irene sonrió para sí, salió a la calle y fue directamente a la panadería, compró el pan, los huevos y el jamón del país, muy sabroso y regresó de inmediato. Dejó las compras en la cocina y esperó que Matilde, la vieja empleada hirviera la leche recién ordeñada. Matilde vivía con la familia hacía muchas lunas, había criado al papá de Irene y a sus hermanos, eran tres. Cocinaba y mantenía limpia la casa. Irene cariñosamente la llamaba con el diminutivo de Mati, ella sonreía con gran sencillez y sinceridad y le pedía que esperara los tres hervores reglamentarios de la leche, “así mataban los microbios”.
Al poco rato ingresó Manuel, padre de Irene, pidió su desayuno con su gran vozarrón, Mati salió volando de la cocina con la bandeja en las manos, ella sabía que no debía demorarse. Irene conversó con su padre y le hizo conocer sus inquietudes y temores sobre el viaje a la capital. El padre miró con ojos bondadosos a su única hija, le dijo que no debía tener ningún temor, pues iba a la casa de un hermano, que hacía muchos años vivía en la capital. Allí viviría, junto a sus primos, solo le pidió que estudiara con bastante responsabilidad, lo demás debía dejarlo en manos de su padre, quien para todo tenía una solución.
Los dos días para Irene pasaron volando, entre despedida y despedida de sus amigas, la compra de algunos encargos para la familia y la preparación del viaje. Se percató, cuando la noche anterior Mati fue a su dormitorio para rogarle se cuidara en la gran ciudad, y no la olvidara. Ambas mujeres se confundieron en un abrazo, brotaron los sentimientos y lloraron en silencio, recordando a la madre fallecida.
Muy temprano al día siguiente, Irene visitó su jardín, se despidió con pena de cada una de sus flores, muy brevemente porque faltaba poco tiempo para la partida del bus. Tomó su desayuno al vuelo y luego de asearse, salió llevando sus bártulos. Se despidió de Matilde, de Marcial y volvió la vista a su jardín, y sus ojos se nublaron de tristeza. De la casa a la agencia eran tan solo cinco minutos, fueron los más largos de su vida. El Bus partió a la hora señalada y las lagrimas y besos menudearon, abrazó fuertemente a su padre y partió a la gran ciudad.
Los años pasaron muy rápidamente, ocho en total, los mensajes entre hija y padre fueron muy copiosos y abundantes. Irene terminó la carrera de enfermería y consiguió trabajo en una clínica privada, muy bien remunerada. Ella siempre tenía presente su jardín, y guardaba la foto que Mati le había entregado al partir. Se preguntaba habitualmente-cómo estará mi jardín, mi rosal-. Su padre usualmente le informaba que todo estaba bien. Una tarde de marzo, recibió una noticia muy triste, su padre había enfermado gravemente y era urgente su presencia en su provincia. Ella agarró lo que pudo y partió de Lima en el primer carro que encontró, su regreso fue muy triste pensando en lo peor. Llegó a su terruño por la tarde, una lluvia fuerte le dio la bienvenida y rápidamente se dirigió a su casa, al abrir la puerta del que era su hogar, se encontró con Mati, quien la recibió con un abrazo y llorando, le informó que su padre había fallecido una hora antes, fulminado por un ataque cardiaco, precisamente en el instante en que amorosamente arreglaba el hermoso rosal de su hija.