Olga con sus casi ochenta almanaques a cuestas recorrió lentamente la distancia, que la separaba del taxi a la vereda frente a su antigua vivienda en Jauja. Buscó la llave de la puerta entre sus pertenencias, la cogió lentamente y la acercó a sus ojos, la visión poco a poco le había disminuido. Era presa de una miopía muy aguda y la sordera del oído izquierdo, la obligaba a girar para escuchar cuando le dirigían la palabra. Por un momento se detuvo, los recuerdos se agolparon aceleradamente en su mente, introdujo la antigua llave en la cerradura, que cinco décadas atrás utilizaba para esta actividad y por fin abrió la puerta.
El añejo portón de Pino con más de cien años de soledad, giró y respondió con un sonido gutural, que salió como un ahogo infrahumano y un chirriar agudo de sus goznes, que le recordó tiempos mejores. Olga creyó escuchar el eco de un ladrido, que la hizo tensar sus músculos y agudizar el oído derecho, un fantasmal grito que llegaba del pasado, pensó-el Dick ha regresado-, emocionada apuró sus pasos. Ingresó al interior del patio y recorrió con sus ojos vivaces su entorno, mirando de hito en hito, cada detalle y comparando con las imágenes que llevaba en su mente. Todo había cambiado, ya nunca más sería el mismo hogar que la meciera en su infancia y juventud. Miró la pequeña fuente de agua en el centro y la caída de agua de su pileta central, estaba vacía, inerte, triste y anciana como ella.
De pronto la casa entera recibió un haz de luz intenso, ella ingresó en un túnel interminable, por un instante se impresionó, pero, recobró la tranquilidad cuando vió al final una pavesa, caminó rápidamente en esa dirección y se vio asimisma en el centro del patio, rodeada de flores multicolores: rosas rojas y blancas, geranios y claveles, cartuchos y anturios de color rojo y blanco. Se sentó en el borde del estanque, mojó sus pies y el reflejo que le devolvió el espejo de agua, la sorprendió. Tenía 28 años y a su lado estaba el Dick, su mascota, ladrando amigablemente, moviéndole la cola y haciendo malabares venciendo la gravedad.
El Dick era un perro cruzado; pero, en sus venas corría sangre de un Braco alemán, de extraordinarias características para la caza y el rastreo de la presa. Había llegado a la casa un año antes, fue un regalo del director del hospital, muy amigo de Olga. Dick era experto en recuperar las presas, casi siempre patos salvajes y huallatas que Pepe, hermano menor de Olga cazaba en la cercana laguna de Paca ubicada a cinco kilómetros de la ciudad.
Un toque fuerte en la puerta y Olga aceleró sus pasos y abrió, era Luisa su amiga desde los años de la primaria, conversaron amenamente y Luisa le recordó que ese día en la Iglesia Matriz de la ciudad, se casaba el ingeniero Florencio Artigas, el “Cacique”, prominente hacendado, de 35 años y el mejor partido de la zona central, soltero muy codiciado. Ese mediodía numerosas mujeres verían esfumarse sus sueños de ser la señora de Artigas y estarían presenciando el matrimonio corroídas por la envidia. Los habitantes de la ciudad sabían que Artigas era un picaflor, un mujeriego, había tenido amores clandestinos con muchas mujeres, las ciudades de Tarma, Huancayo y Jauja fueron bastiones de sus amoríos, de todas ellas supo librarse bien.
Las malas lenguas de la ciudad, los correos de trasmisión que se movían en los lonches y en las reuniones sociales, decían que se casaba con la bella Rosalba de 19 abriles, hija de otro hacendado de Huancayo, porque estaba embarazada y Florencio no había podido escurrirse de este bache de su vida. Aún no se notaba la barriga a Rosalba, la empleada de su casa había comentado con una amiga que trabajaba en otra residencia de esta ciudad andina, que ella estaba con todos los malestares propios del embarazo, el padre de la joven estaba que echaba pestes por los cuatro costados y le había dado un plazo perentorio a su futuro yerno, sino, era capaz de cualquier cosa. El rumor llegó a Jauja en un milisegundo, así se enteraron las chismosas de la ciudad y la bola creció y creció.
A las 11:30 de esa mañana, Olga y Luisa se encaminaron rápidamente a la Iglesia, no querían perderse ningún detalle, desde el ingreso de los novios, asistentes, el vestido de ella, etc. No se percataron que el Dick las seguía, caminaban conversando amenamente, en la ciudad no había sucedido nada interesante en los últimos 50 años. Quince minutos después y mientras el sol se elevaba hasta el cenit y algunas nubes grises se levantaban del Levante, el ingeniero Artigas salía de su residencia en la calle José Gálvez con su terno gris, su peinada a la gomina, un gran puro en los labios, los vecinos que lo observaron a través de las persianas de sus ventanales, siempre lo recordarían, su rostro no denotaba felicidad alguna, más bien había un tinte de tristeza, quizás de sorpresa, el cazador había caído en su propia red.
Subió a su moderno Ford rojo compañero de aventuras amorosas, lo encendió, miró su reloj y calculó su tiempo, pensó-tengo tiempo para recorrerla- y recorrió la ciudad velozmente, bajó hasta el cementerio general, subió por la calle Grau, al ingresar a la plaza frenó bruscamente y escuchó un aullido de dolor y siguió, la hora le ganaba, estacionó su auto frente a la Iglesia, bajó, se arregló la ropa e ingresó para esperar a la novia.
Advertidas por Rubén amigo de la familia, Olga y Luisa, salieron de la Iglesia, alargaron sus pasos, atravesaron la Plaza de Armas, en la esquina vieron un tumulto, se abrieron paso desesperadas y se sorprendieron, al ver el cadáver inerte de Dick, había sido atropellado por Artigas minutos antes, ambas lloraron y regresaron a casa con el Dick en brazos, para enterrarlo a los pies del viejo eucalipto.
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