SENSACIONES

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Nuestras sensaciones más íntimas...

jueves, 15 de enero de 2009

LA OFICINA Y DON PEPE

Siempre se habla de los años maravillosos, todos de alguna manera hemos vivido en cada generación nuestros años maravillosos. 

Etapas asombrosas, períodos extraordinarios con sus alegrías desbordantes, sus tristezas endurecidas, sus quereres olvidados en un baúl de cachivaches, donde se guarda lo que sirve poco o para nada. 

En la esquina del pasaje Quilla con Canevaro en su querido barrio, Lince y Lobatón, Marcos se reunía con toda la patota, la collera, la mancha de entonces, todas las noches, la cita era a las 8 pm. Unas veces para exteriorizar su alegría cantando canciones del momento, relatar chistes colorados y narrar sus anécdotas o simplemente para conversar y pasarla bien. 

Soñar no costaba nada, los sueños estaban al alcance de la mano, era cuestión de estirar el brazo. Por ello imitar a Raphael cantando sus éxitos del momento no era nada especial. Tampoco cantar las canciones de Leo Dan y hacerle barra a los enamorados de entonces, batirlos era una constante. Una banca frente al parque, un pasadizo semioscuro bajo la luz mortecina, un jardín, el parque o simplemente una caminata junto a ella era la satisfacción más grande. 

Marcos recuerda con claridad que estaban de moda los chicos de la nueva ola, Pepe Miranda con la pera madura, Paco Daglio, Koko Montana con Beatriz, Jorge Conti, Elmo Riveros y Jimy Santi con su famoso chin-chin. Por esos años vinieron los Rufino, un grupo mexicano de cantantes adultos, padres e hijas, todos gorditos simpaticones. 

En Lima barría el garoto do oro do Brasil Sergio Murillo y su archiconocida “Querida” Lima fue visitada por una guapa y rubia cantante chilena Nadia Milton, cayeron los hermanos Arriagada, con Natalie. 

Al compás de esas canciones nacieron amores, se rompieron, se reconciliaron y se volvieron a separar, algunos terminaron en el altar, otros terminaron en el recuerdo. Nunca antes hubo tal profusión de canciones en el ambiente juvenil. 

La década del sesenta fue la mejor de la épocas Y todos allí en esa esquina, la famosa “oficina”, con su muro lleno de pintura verde, absorta y callada, muda, testigo de nuestras alegrías, tristezas, llantos, sueños y desvelos. Conversaban, reían, contaban chistes de todos los colores. 

Respetaban a las personas mayores, fumar en presencia de ellos era un pecado. En las vacaciones de verano, don Pepe quien era guardia civil, de esos policías de antes y trabajaba en la comisaría de La Victoria, se encargaba cada cierto tiempo de traer una pelota de fútbol que obsequiaba al grupo. Ellos se preguntaban de dónde la sacaría, porque él no la compraba. Después supieron que eran de sus famosas batidas. 

Don Pepe siempre fue un gran amigo y consejero de todos, los acompañaba en los partidos de bulbito en el parque Matamula, hoy convertido en el hermoso parque de Los Precursores, todas las noches de verano, su esposa preparaba limonada heladita para todos los muchachos. El equipo de Marcos fue imbatible por muchos veranos. 

Siempre salía a relucir el espíritu deportivo, la fuerza y el coraje de todos. Ningún equipo los ganó en su cancha, un gran orgullo que persiste y persistirá por los tiempos. La vida de la patota discurría entre los paseos a la playa en la combi de Lulo durante el verano, las guitarras de Armando Reyes y Raúl Herrera el de los Belkings. 

En invierno las visitas a Chosica, las travesuras de Alberto Poma el gran “chaveteao”, o los partidos de fútbol del negro Mario Castillo, quien los llevaba al estadio San Martín para verlo jugar por un equipo de segunda división el Sport Manchego. 

El negro Mario también tuvo su aventura por el norte del país en “Los Diablos Rojos de Chiclín”. Duró poco tiempo, su padre lo regresó a punta de chicote. Pero, había un amigo en particular que, siempre se acercaba al grupo de manera cautelosa, sigilosa y se introducía en las reuniones nocturnas silenciosamente. 

Carlos era mayor que la mayoría del grupo, siempre con pantalón y camisa de vestir, venía del trabajo una oficina estatal, vivía en la José Leal. Era el que contaba los chistes colorados. Carlos tenía una particularidad asombrosa, para iniciar su actuación de comediante amateur, sacaba del bolsillo de su camisa una libretita negra donde tenía los títulos de los chistes, era imparable contando. 

Una vez que comenzaba, no permitía que nadie lo interrumpiera, no paraba. Mientras la collera reía a montones y los vecinos demostraban su molestia con un sonoro ¡Cállense!. Al final ellos también reían. Hace poco tiempo Marcos lo volvió a ver en las mismas calles, un poco más avejentado, con los años encima, la vida no lo ha tratado bien. 

Se quedó ensimismado en sus sueños, en sus mismos chistes colorados. Estaba atrapado por la rutina, que es el lastre del hombre y caminaba cabizbajo, impenitente, de rato en rato mirando el pasado que quedo muy lejos. Así, día a día recogía sus pasos perdidos, por las viejas calles del barrio que muchas veces lo escucho, se rió y gozó con sus sabrosos chistes de grueso calibre. 

El eco inconfundible de su voz cuando contaba sus chistes y las risas de todos, ha quedado grabado en la retina y tímpano de toda la collera, ha pintado algunos surcos en las paredes de la famosa oficina. La oficina, trae hermosos recuerdos de aquellos tiempos que se fueron, es parte de la fisonomía de siempre. 

Allí en ese lugar algunas veces Marcos imitó a Raphael, cantó canciones de los Doltons, además en coro cantaban todos canciones de Nino Bravo, Los Iracundos y Leo Dan, acompañados de una guitarra, que hoy permanece guardada en el almacén de los recuerdos, esperando un momento de atención. Cuándo llegará ese momento...

1 comentario:

  1. CARLOS VELARDE PENNA25 de agosto de 2013, 15:54

    EXCELENTES COMENTARIOS ARTURO...GRACIAS POR MENCIONAR A MIS PADRES CON ESE CARINO...

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