Cuando Jaime llegó a la capital, no vino de vacaciones como todo provinciano a gozar de un merecido descanso, ir al zoológico cerca a la laguna de Barranco, pasear en bote en el Callao, a gozar del mar en la playa aguadulce, o conocer la Herradura, ver televisión en el parque Castilla y comer helados, no, llegó a Lima para hacer curso vacacional, pues había desaprobado dos cursos en el primer año de secundaria, en un colegio de su tierra natal.
Durante el tiempo que duró el curso de vacaciones, vivió en el departamento con unos tíos en el Rimac, el gran barrio de abajo el puente, justo en la calle Ricardo Bentín, muy cerca de la GUE del mismo nombre, famoso por ser el Colegio del nene Teófilo Cubillas, gran rival del Mariano Melgar de Breña, cuna de los carasucias del Defensor Lima.
Sus primeros pasos lo llevaron a explorar, conocer las calles y avenidas aledañas, el local del Club Sporting Cristal, la Pampa de Amancaes, el cuartel del Rimac. Lo que más le gustaba era ir a pasear en tranvía por la Francisco Pizarro hasta la Plaza Bolognesi o a la Avenida Brasil y regresar, muchas veces sin pasaje y prendido de la baranda.
Estudió la vacacional en el colegio Guadalupe de gran estirpe y tradición escolar. Mucho esfuerzo le costó lograr asimilar la cultura costeña, totalmente diferente a la andina o serrana como decían sus compañeros. Más aún si de niños se trataba, pues existía una velada antipatía por los serranos, como hasta hoy.
En la casa vivía con sus tíos que generosamente le brindaron hospedaje, alimentación y compañía la de sus primos, menores que él. A Jaime le gustaba la lectura, era uno de sus pasatiempos favoritos, el otro era cantar y tocar guitarra que aprendió mirando a sus amigos y practicando en casa. Por sus ojos pasaron desde diarios y revistas, hasta novelas de Corín Tellado e historias de vaqueros de Marcial la Fuente Estefanía.
En la biblioteca del departamento, leía con gran interés diferentes libros, más su curiosidad e interés por la edad, lo llevaba a leer libros sobre sexología de la colección Readers Digest, una de las mejores colecciones.
El tío Martín era empleado en el ministerio de educación, también trabajaba como profesor en una academia particular. Tenía varios hijos y necesitaba buscárselas para mantenerlos. Trabajaba sin descanso, siempre trató a Jaime con deferente cariño. Lo llenaba de consejos, algunos los seguía, otros los tiraba por la borda, total el tío era de otros tiempos.
La tía Rosa era enfermera trabajaba en un hospital de la ciudad, era un poco jodida, tenía una mirada de búho y claro para ella primero eran sus hijos. Era una mujer celosa, el tío era simpático, ella era “buena gente” y bien desconfiada. Se ponía bravaza los viernes y hacía un montón de teatro cuando el tío llegaba con sus tragos, pero él en sus trece.
La tía hasta lloraba con unos lagrimones los cocodrilos quedaban chiquitos, quería manejarlo al tío, era mayor que él por tres años, se notaba cuando iban juntos por la calle, algunas chicas miraban de reojo al tío, ella se ponía como un pichín, a veces le daba desmayos de teatrera, no quería que el tío saliera, pero él ni la tos. Jaime la observaba disimuladamente, porque anteriormente se había ganado unos buenos ajos y cebollas al ser sorprendido escuchando, claro después que el tío Martín salía de la casa.
Ambos se ausentaban desde muy temprano y llegaban en la tarde, la tía Rosa llegaba primero normalmente a las 5 p.m. Mientras el tío casi entre las 8 y 10 p.m., algunas veces se retrasaba con los amigos, especialmente los viernes en que le echaba unos tragos, tenía todo el derecho. Jaime regresaba a la 1 p.m. de la vacacional, almorzaba y hacía sus tareas, controlaba a sus primos y aprovechaba para ver televisión por las tardes.
A la casa asistía diariamente una señora que se llamaba Marisela de aproximadamente 30 años. Morena, guapa, de buen cuerpo, que ayudaba en el cuidado de los niños y se encargaba de las labores de la cocina, lavado, limpieza y planchado.
Cuando llegaba la tía Rosa se retiraba para ir a su casa, atender a su esposo y su hija de dos años, que vivían a pocas cuadras del departamento de los tíos. Algunas veces disimuladamente, como quien va a comprar pan, Jaime la siguió para conocer dónde vivía. Ella nunca se dio cuenta, o le pareció a Jaime que no se daba cuenta. Ella le había brindado más de un simple sonrisa.
La mujer cada vez que se cruzaba con Jaime le lanzaba una mirada impropia y una sonrisa sensual, que él a sus escasos trece años no entendía, o no quería entender. Lo ayudaba con las tareas y le hacía preguntas en doble sentido. Se percató que Jaime la observaba turbadamente con ojos de deseo, de ese deseo que un púber como él sentía recorrer por todo el cuerpo y se le detenía en la entrepierna.
En las tardes se dedicaba a estudiar en el comedor de la casa, muy cerca de la cocina y de la lavandería. Algunos momentos de estudio los distraía llevando su mirada y recorriendo las formas anatómicas bajo el estrecho pantalón que usaba Marisela, mientras arreglaba la ropa y la planchaba. Sus movimientos, actitudes y su sonrisa burlona, no le eran indiferentes.
Una mañana que no tenía clases al pasar por la estrecha cocina hacia el comedor, lo aprisionó contra la pared y le dio un beso ardiente, que no supo corresponder. Lo agarró de sorpresa, no supo que hacer, solo atinó a quedarse parado. Sintió en su pecho la dureza de sus pezones, su aliento a mujer madura y también el deseo sensual que dominaba su cuerpo entero.
Luego lo dejó pasar lentamente, prolongando el contacto, con la intención de continuar aprisionándolo a la pared. Sintió sus manos que anhelantes buscaban, hurgaban su cuerpo, solo atinó a sonreír nerviosamente. El desconcierto lo había paralizado, poco a poco ella se alejó, no sin antes tocar y acariciar su pene por encima del pantalón, sonriendo maliciosamente.
A partir de ese momento Jaime descubrió realmente su sexualidad y esa mujer de treinta años, una tarde en que casi todos estaban ausentes en la casa, lo hizo suya. Era una mujer muy ardiente y su erotismo brotaba por los poros. Una maestra en al arte amatorio frente a un aprendiz, a quien llevó de la mano por los senderos de la pasión y la sensualidad.
Jaime muchacho al fin, con toda la virilidad y potencia no descansó hasta que terminó besando su cuerpo entero. Se detuvo nerviosamente a pedido de ella, por unos segundos interminables en su sexo que, latía como un corazón y se abría como una rosa para penetrarla. Esa mujer a sus escasos trece años lo desvirgó, lo hizo hombre. Le enseñó todo lo que teóricamente había aprendido en los libros de selecciones respecto al sexo. Los encuentros se sucedieron varias veces, en distintos lugares, buscando el momento oportuno.
Un sábado por razones desconocidas no vino a trabajar, Jaime acompañó a su tía a buscarla a su casa. Los atendió su marido con una niña en brazos, él pensó que se había quedado en casa trabajando. Luego salió su madre y se sorprendió por nuestra presencia y se puso a llorar desconsoladamente. Algún detalle sabía la madre de su hija. Algo que el marido ignoraba, fue el ultimo en enterarse.
Regresaron a casa, la tía más molesta que preocupada por sus hijos, el trabajo, la cocina, el lavado y los cuidados para sus pequeños hijos. Jaime sorprendido y entristecido por la ausencia de Marisela continuó con sus actividades normales de estudiante. Seguía asistiendo al colegio Guadalupe, felizmente aprobando los controles y exámenes.
Una tarde casi al finalizar el verano Marisela apareció radiante y la tía Rosa la recibió nuevamente pidiéndole se volviera a quedar. Cuando sus miradas se encontraron en el reducido espacio, se dijeron todo, Jaime se alegró mucho, ella sonrió, le dijo ¡hola!, una seña y muy queda le dijo después conversamos, él la notó cambiada, pero quizás solo le pareció.
Jaime se dio cuenta que la había extrañado horrores, la había buscado en sus sueños eróticos y húmedos, había deseado su sexo en sus labios para sentir su estremecimiento. Había sentido la perfección de sus formas en sus fantasías, alguna noche despertó sudando y con un deseo sensual incontrolable.
Pero al seguirla observando en sus labores, algo dentro de sí le dijo, que ella estaba cambiada, no era la misma que antes le pedía hacer sexo y le juró amor. Por eso cuando le pidió nuevamente ir a la cama, ella lo miro de pies a cabeza, soltó una gran carcajada y le dijo que ya no se acostaba con chiquillos.
Jaime se sintió despreciado, desilusionado, dolido, nunca antes había recibido un trato tan despreciable de ella. Se retiró a su habitación y la tristeza le arrebató el alma, lloró incansablemente, más por el desprecio que por otra cosa, pero entendió finalmente que había perdido a su primera mujer.
Cuando Marisela se despidió de los tíos esa tarde, las lágrimas nublaron los ojos de Jaime. Pidió permiso para salir y la esperó en la calle. La siguió inicialmente con la vista, luego disimuladamente por las viejas calles bajopontinas, por varias cuadras la observó, caminando, escondiéndose para que no lo vea.
Ella en una esquina se encontró con un muchacho mayor que él, los vio besarse con pasión y caminaron juntos tomados de la mano pero en dirección contraria a su casa. Ese muchacho no era su esposo, él conocía bien al marido. Ella volteó la vista, lo buscó con la mirada y sonrió maliciosamente feliz en los brazos de su amante.
Jaime quedó plantado como un algarrobo en medio de la pista, mirando como se alejaba su mujer en brazos de otro. Dio media vuelta y escondió unas lágrimas en la palma de su mano. Corrió hasta la casa y se quedó un rato en la entrada del edificio pensativo, dudando de ingresar o no. Luego en un arranque de dolor, subió corriendo ingresó a su dormitorio y cerró la puerta.
Durante el tiempo que duró el curso de vacaciones, vivió en el departamento con unos tíos en el Rimac, el gran barrio de abajo el puente, justo en la calle Ricardo Bentín, muy cerca de la GUE del mismo nombre, famoso por ser el Colegio del nene Teófilo Cubillas, gran rival del Mariano Melgar de Breña, cuna de los carasucias del Defensor Lima.
Sus primeros pasos lo llevaron a explorar, conocer las calles y avenidas aledañas, el local del Club Sporting Cristal, la Pampa de Amancaes, el cuartel del Rimac. Lo que más le gustaba era ir a pasear en tranvía por la Francisco Pizarro hasta la Plaza Bolognesi o a la Avenida Brasil y regresar, muchas veces sin pasaje y prendido de la baranda.
Estudió la vacacional en el colegio Guadalupe de gran estirpe y tradición escolar. Mucho esfuerzo le costó lograr asimilar la cultura costeña, totalmente diferente a la andina o serrana como decían sus compañeros. Más aún si de niños se trataba, pues existía una velada antipatía por los serranos, como hasta hoy.
En la casa vivía con sus tíos que generosamente le brindaron hospedaje, alimentación y compañía la de sus primos, menores que él. A Jaime le gustaba la lectura, era uno de sus pasatiempos favoritos, el otro era cantar y tocar guitarra que aprendió mirando a sus amigos y practicando en casa. Por sus ojos pasaron desde diarios y revistas, hasta novelas de Corín Tellado e historias de vaqueros de Marcial la Fuente Estefanía.
En la biblioteca del departamento, leía con gran interés diferentes libros, más su curiosidad e interés por la edad, lo llevaba a leer libros sobre sexología de la colección Readers Digest, una de las mejores colecciones.
El tío Martín era empleado en el ministerio de educación, también trabajaba como profesor en una academia particular. Tenía varios hijos y necesitaba buscárselas para mantenerlos. Trabajaba sin descanso, siempre trató a Jaime con deferente cariño. Lo llenaba de consejos, algunos los seguía, otros los tiraba por la borda, total el tío era de otros tiempos.
La tía Rosa era enfermera trabajaba en un hospital de la ciudad, era un poco jodida, tenía una mirada de búho y claro para ella primero eran sus hijos. Era una mujer celosa, el tío era simpático, ella era “buena gente” y bien desconfiada. Se ponía bravaza los viernes y hacía un montón de teatro cuando el tío llegaba con sus tragos, pero él en sus trece.
La tía hasta lloraba con unos lagrimones los cocodrilos quedaban chiquitos, quería manejarlo al tío, era mayor que él por tres años, se notaba cuando iban juntos por la calle, algunas chicas miraban de reojo al tío, ella se ponía como un pichín, a veces le daba desmayos de teatrera, no quería que el tío saliera, pero él ni la tos. Jaime la observaba disimuladamente, porque anteriormente se había ganado unos buenos ajos y cebollas al ser sorprendido escuchando, claro después que el tío Martín salía de la casa.
Ambos se ausentaban desde muy temprano y llegaban en la tarde, la tía Rosa llegaba primero normalmente a las 5 p.m. Mientras el tío casi entre las 8 y 10 p.m., algunas veces se retrasaba con los amigos, especialmente los viernes en que le echaba unos tragos, tenía todo el derecho. Jaime regresaba a la 1 p.m. de la vacacional, almorzaba y hacía sus tareas, controlaba a sus primos y aprovechaba para ver televisión por las tardes.
A la casa asistía diariamente una señora que se llamaba Marisela de aproximadamente 30 años. Morena, guapa, de buen cuerpo, que ayudaba en el cuidado de los niños y se encargaba de las labores de la cocina, lavado, limpieza y planchado.
Cuando llegaba la tía Rosa se retiraba para ir a su casa, atender a su esposo y su hija de dos años, que vivían a pocas cuadras del departamento de los tíos. Algunas veces disimuladamente, como quien va a comprar pan, Jaime la siguió para conocer dónde vivía. Ella nunca se dio cuenta, o le pareció a Jaime que no se daba cuenta. Ella le había brindado más de un simple sonrisa.
La mujer cada vez que se cruzaba con Jaime le lanzaba una mirada impropia y una sonrisa sensual, que él a sus escasos trece años no entendía, o no quería entender. Lo ayudaba con las tareas y le hacía preguntas en doble sentido. Se percató que Jaime la observaba turbadamente con ojos de deseo, de ese deseo que un púber como él sentía recorrer por todo el cuerpo y se le detenía en la entrepierna.
En las tardes se dedicaba a estudiar en el comedor de la casa, muy cerca de la cocina y de la lavandería. Algunos momentos de estudio los distraía llevando su mirada y recorriendo las formas anatómicas bajo el estrecho pantalón que usaba Marisela, mientras arreglaba la ropa y la planchaba. Sus movimientos, actitudes y su sonrisa burlona, no le eran indiferentes.
Una mañana que no tenía clases al pasar por la estrecha cocina hacia el comedor, lo aprisionó contra la pared y le dio un beso ardiente, que no supo corresponder. Lo agarró de sorpresa, no supo que hacer, solo atinó a quedarse parado. Sintió en su pecho la dureza de sus pezones, su aliento a mujer madura y también el deseo sensual que dominaba su cuerpo entero.
Luego lo dejó pasar lentamente, prolongando el contacto, con la intención de continuar aprisionándolo a la pared. Sintió sus manos que anhelantes buscaban, hurgaban su cuerpo, solo atinó a sonreír nerviosamente. El desconcierto lo había paralizado, poco a poco ella se alejó, no sin antes tocar y acariciar su pene por encima del pantalón, sonriendo maliciosamente.
A partir de ese momento Jaime descubrió realmente su sexualidad y esa mujer de treinta años, una tarde en que casi todos estaban ausentes en la casa, lo hizo suya. Era una mujer muy ardiente y su erotismo brotaba por los poros. Una maestra en al arte amatorio frente a un aprendiz, a quien llevó de la mano por los senderos de la pasión y la sensualidad.
Jaime muchacho al fin, con toda la virilidad y potencia no descansó hasta que terminó besando su cuerpo entero. Se detuvo nerviosamente a pedido de ella, por unos segundos interminables en su sexo que, latía como un corazón y se abría como una rosa para penetrarla. Esa mujer a sus escasos trece años lo desvirgó, lo hizo hombre. Le enseñó todo lo que teóricamente había aprendido en los libros de selecciones respecto al sexo. Los encuentros se sucedieron varias veces, en distintos lugares, buscando el momento oportuno.
Un sábado por razones desconocidas no vino a trabajar, Jaime acompañó a su tía a buscarla a su casa. Los atendió su marido con una niña en brazos, él pensó que se había quedado en casa trabajando. Luego salió su madre y se sorprendió por nuestra presencia y se puso a llorar desconsoladamente. Algún detalle sabía la madre de su hija. Algo que el marido ignoraba, fue el ultimo en enterarse.
Regresaron a casa, la tía más molesta que preocupada por sus hijos, el trabajo, la cocina, el lavado y los cuidados para sus pequeños hijos. Jaime sorprendido y entristecido por la ausencia de Marisela continuó con sus actividades normales de estudiante. Seguía asistiendo al colegio Guadalupe, felizmente aprobando los controles y exámenes.
Una tarde casi al finalizar el verano Marisela apareció radiante y la tía Rosa la recibió nuevamente pidiéndole se volviera a quedar. Cuando sus miradas se encontraron en el reducido espacio, se dijeron todo, Jaime se alegró mucho, ella sonrió, le dijo ¡hola!, una seña y muy queda le dijo después conversamos, él la notó cambiada, pero quizás solo le pareció.
Jaime se dio cuenta que la había extrañado horrores, la había buscado en sus sueños eróticos y húmedos, había deseado su sexo en sus labios para sentir su estremecimiento. Había sentido la perfección de sus formas en sus fantasías, alguna noche despertó sudando y con un deseo sensual incontrolable.
Pero al seguirla observando en sus labores, algo dentro de sí le dijo, que ella estaba cambiada, no era la misma que antes le pedía hacer sexo y le juró amor. Por eso cuando le pidió nuevamente ir a la cama, ella lo miro de pies a cabeza, soltó una gran carcajada y le dijo que ya no se acostaba con chiquillos.
Jaime se sintió despreciado, desilusionado, dolido, nunca antes había recibido un trato tan despreciable de ella. Se retiró a su habitación y la tristeza le arrebató el alma, lloró incansablemente, más por el desprecio que por otra cosa, pero entendió finalmente que había perdido a su primera mujer.
Cuando Marisela se despidió de los tíos esa tarde, las lágrimas nublaron los ojos de Jaime. Pidió permiso para salir y la esperó en la calle. La siguió inicialmente con la vista, luego disimuladamente por las viejas calles bajopontinas, por varias cuadras la observó, caminando, escondiéndose para que no lo vea.
Ella en una esquina se encontró con un muchacho mayor que él, los vio besarse con pasión y caminaron juntos tomados de la mano pero en dirección contraria a su casa. Ese muchacho no era su esposo, él conocía bien al marido. Ella volteó la vista, lo buscó con la mirada y sonrió maliciosamente feliz en los brazos de su amante.
Jaime quedó plantado como un algarrobo en medio de la pista, mirando como se alejaba su mujer en brazos de otro. Dio media vuelta y escondió unas lágrimas en la palma de su mano. Corrió hasta la casa y se quedó un rato en la entrada del edificio pensativo, dudando de ingresar o no. Luego en un arranque de dolor, subió corriendo ingresó a su dormitorio y cerró la puerta.
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