SENSACIONES

SENSACIONES
Nuestras sensaciones más íntimas...

viernes, 30 de enero de 2009

PERRA NOCHE


Era una noche fría, el viento soplaba con ruido ensordecedor, las primeras gotas de lluvia caían sobre él, su viejo sobretodo inglés y el anticuado sombrero de su padre, protegían la incipiente calvicie que los años dejaban irremediablemente a su paso, mientras el ruido de la lluvia repiqueteaba al caer al suelo, su mente afiebrada avivaba sus malsanos pensamientos.

Roberto esperaba agazapado en una esquina, bajo la mortecina luz de un farol tan antiguo como la edad de sus abuelos a quienes el destino arrebató aún siendo niño y su padre que había fallecido la semana pasada; casi escondido, con sus ojos escrutadores miraba el panorama solitario, en un barrido ocular que despintaba la lluvia, no se le escapaba nada, ni nadie.

Desde su escondite vio a Rafael ingresar a la casa de Delia una mujer casada que le abría la puerta, el marido estaba enfermo y era de mayor edad, ella era una mujer muy joven, necesitaba con ansiedad ser amada, las sorpresas que guardaba y escondía la noche, bien decían que de noche “todos los gatos son pardos”.

Roberto rumiaba en silencio, su venganza tantas veces postergada por mil razones, pero esa noche de todas maneras lograría lo que tanto había esperado, el plan era perfecto y no podía fallar, así esperaba paciente a su victima, que pasara por ese lugar, por el que como un novenario de una beata, pasaba todas las noches rumbo a su hogar después de juerguear.

Pero, quién era la victima y ¿Por qué se demoraba tanto? , miró su reloj, contó el avance de las manecillas, le pareció que el tiempo volaba, había un retraso de 15 minutos, sentía que la paciencia se le agotaba, agarró con firmeza el arma escondida que llevaba en la cintura, lanzó una imprecación que ni se reconoció.

Maldijo mil veces a su próxima víctima, se había burlado de su hermana, la había utilizado como un objeto sexual, su pobre hermana sufría lo indecible, porque en sus entrañas llevaba el fruto de una violación. Arrancaría de este mundo al autor de tan execrable hecho, que hacía sufrir a sus padres y a su otro hermano, quien impotente por su malformación física, cada noche salía a buscar diversión, más por cobardía que por otra cosa.

De pronto a lo lejos aparece la silueta de una persona que camina en su dirección. Toma todas sus precauciones para no delatarse, mientras el desconocido avanza con paso lento, aparentemente cuidando no dar un mal paso,- los tragos y el juego fueron exuberantes- . Llevaba una gran perdida en los bolsillos, que diría a Mercedes, el dinero para pagar a los trabajadores se había esfumado en las garras de los tahúres nuevamente en el maldito casino.

Mientras tanto la lluvia aceleraba sus pasos, Roberto trata de escrutar a través de la fina lluvia, descubrir e identificar a la persona que se acercaba hacia él. Trata de adivinar, si es la persona que esa noche tiene una cita con la muerte en sus manos. La lluvia se intensifica, suena un trueno a lo lejos y un haz de luz ilumina el ambiente, Roberto se pega como chicle a la pared, buscando no ser descubierto.

Tenía que estar seguro que era él, no podía fallar esta vez. Mientras el otro avanzaba a una cita que ni el mismo podía adivinar, iba sonriente, había gozado de los placeres mundanos que le ofrecía el casino. Juego y mujeres una combinación letal para los bolsillos angurrientos, pero que alimentaban su espíritu y naturaleza sensualista.

La lluvia caía sobre las calaminas del techo de la casa adyacente, martillando un sonido raro. Parecía una canción lúgubre, triste, melancólica, era el presagio de una muerte segura que el destino le programaba. Poco a poco el desconocido se acercaba, faltaba pocos pasos para llegar a la altura de Roberto.

Roberto lleva la mano a la cintura saca la pistola y quita el seguro, esperó, contuvo la respiración, tenía temor que él otro se diera cuenta, que lo descubriera y todo fuera un fracaso, quería aprovechar la sorpresa, disparar dos tiros en plena frente, tirar el arma y salir caminando, felizmente estaba con guantes y no dejaría huellas.

Mientras el otro que venía silbando una vieja canción, casi a dos pasos de distancia, se detiene bruscamente, saca su cajetilla de cigarros y prende uno, el haz de luz le da en el rostro, lanza una bocanada, la precipitación apaga el cigarro y el agua se dispersa por el camino, la lluvia cuenta sus gotas cada vez con más fuerza.

Roberto está apuntando a su enemigo, cuando está a punto de disparar, reconoce a la persona que esperaba, se percata con gran sorpresa que se trata de su hermano menor Jorge, quien lo reconoce al instante pese a los tragos que llevaba en el cuerpo, le sonríe y pregunta ¿qué haces escondido hermano?, no me dirás que Mercedes te ha mandado buscarme.

Roberto lanzó una imprecación, maldijo el momento, el azar, la coincidencia, el instante, el lugar, guardó rápidamente la pistola, su hermano no se percató de la maniobra. Por un momento pensó -casi mato a mi propio hermano Jorge- que regresaba como todas las noche del casino, se abrazan ambos y en el momento que van a emprender el camino juntos, a su lado pasa Samuel Aragonés, -qué hacen los hermanos Castrillón a estas horas en medio de la lluvia-

Ambos contestan el saludo y Roberto solo atina a mover su cabeza abrazando a su hermano, piensa- ¡maldito te salvaste hoy!

sábado, 24 de enero de 2009

PIQUES CORTOS.


Joshua, Roberto, George y John, son cuatro amigos de la clase alta limeña, como todos los jóvenes acomodados han estudiado en colegios privados de la capital, viven con generosidad hedonista, full diversión cada noche de semana, en las playas de Asia o, en la vías y avenidas importantes de los barrios residenciales, haciendo los conocidos piques, aprovechando la falta de control de sus padres.

A estos jóvenes no se les escapan las hembritas de otros barrios de clase media o baja, a donde acuden a “practicar” sus grandes dotes de don Juan. Así muchas veces no solo se burlan luego de lograr satisfacer sus instintos animales, sino que cada uno en innumerables ocasiones no reconocen los embarazos, más bien les sirve para vanagloriarse y alimentar su ego.

Cada fin de semana, buscan divertirse a su manera, como han sido acostumbrados y mimados desde niños, con sus automóviles de lujo que oscilan entre los $50,000 y $70,000 dólares cada uno, que papito les regaló para que no los molesten, mientras ellas y ellos se dedican al te, la canasta o tirarse una canita al aire con la secretaria joven, o los filetes que abundan en Miraflores.

Las madres aburridas por el paso de los años, con una crecida ludopatía algunas y otras empedernidamente ludópatas, viven y sueñan para el juego, las apuestas, ellas dicen que así se distraen y dejan de joder en casa. La lucha contra la gordura es permanente, sus cuerpos flácidos a punta de dietas y por falta ejercicios. El Spa y los gimnasios de moda son visitados rutinariamente, pero solo es un lugar de tertulia, de conversación, los maquilladores, la mayoría gay, se ganan con los datos que escuchan de tal o cual mujer.

Abandonadas a su suerte por el desinterés de sus maridos, también maduros como ellas, acuden a los casinos de moda. Lugares lúdicos donde buscan ansiosamente ganar en las apuestas, buscando la mirada de los jóvenes que van a esos lugares en busca de una “vieja” que les levante el bolsillo. Ansiosas esperan que un joven pose sus ojos en sus regordetas figuras. La ansiedad las domina y se les lee en los ojos, cuerpos y almas que sufren por el abandono de las caricias amorosas. Quieren ser amadas urgentemente, con desesperación y ansiedad. Les sobra billete en la cartera y deseos entre las piernas.

Allí, en esos casinos de luces multicolores de figuras diabólicas y pisos alfombrados, no solo pierden el dinero que reciben generosamente de sus maridos o, lo que han heredado de sus padres, producto de una fortuna mal habida. En la mayoría de los casos salen acompañadas de jóvenes que se buscan un sencillo por satisfacer sus apetitos sexuales; además de su propia dignidad desperdiciada.

Mientras sus maridos en residencias alquiladas para sus citas clandestinas, dan rienda suelta a sus bajos instintos. Han bautizado los fines de semana como el día de la perdición, del adulterio. Día del matrimonio popular, arman bodas y cumpleaños de sus secretarias, despedidas de solteros y solteras. Siempre hay programadas supuestas “reuniones” de directorio, reuniones de emergencia por tal o, cual razón.

Sus círculos están cargados con mucho licor, perreo, música reggetonera, el hip hop y jóvenes acompañantes de clase A1, que satisfacen sus necesidades sexuales a cambio de dinero, pago de pensiones para estudios universitarios o regalo de departamentos y línea blanca.

Son en su mayoría dueños de empresa, funcionarios del Estado o de la empresa privada, ministros, congresistas y generales de las FFAA y PNP, que buscan explorar nuevos horizontes, nuevas aventuras para darle sentido a sus vidas; es que ya no encuentran en sus hogares lo que la madurez y los años han dejado en ellos y sus mujeres, quieren caricias de mujeres jóvenes, cuerpos duritos y aliento sensual y perfumes baratos.

Además el maquillaje y la liposucción no borran las huellas de los espacios, la flacidez de sus cuerpos, ni la pesadez de los fluidos corporales y sensoriales de sus mujeres, que deben aguantar por el contrato sagrado del matrimonio, por un papel firmado, al cual aborrecen y quieren incinerar, pero las costumbres de esta sociedad no los permite.

Ayer no fue un fin de semana cualquiera, hubo de todo, desde tragos exóticos y mujeres livianas y carreras hasta la medianoche, la policía ni se mete porque saben que recibirán una llamada de algún general de la policía amigo de los padres o socio en las empresas de seguridad, los vecinos tiene que aguantar el ruido molesto que provocan los vehículos de estos “hijitos de papá”, hasta cuándo, se preguntan algunos vecinos, molestos pero impotentes.

Pese a la gran amistad que había entre los cuatro amigos, existía una rivalidad entre Roberto y John, porque ambos eran atléticos, eran los que más conquistas habían logrado entre las chicas y los que no les interesaba llegar a la violación para saciar sus bajos instintos.

Una chica de nombre Margot había sido enamorada de John por varios meses, los amigos decían que estaban flechados ambos y las chicas juraban que llegarían al altar, pero se pelearon debido a que John era consumidor de marihuana y a ella no le gustaba esa nota.

Roberto en silencio deseaba a Margot, soñaba con ella, dormía con ella, el deseo era superior a su racionalidad; la observaba detenidamente cuando estaba al lado de su amigo, con su mirada lasciva la recorría de pies a cabeza, ella ya se había percatado de ello y le hacía el juego, a veces le sonreía de manera incitadora, otras veces lo miraba con indiferencia, pero él ahí, todo el tiempo, esperando su momento, para mostrarse.

Roberto sabia que su amigo ya había entrado en la intimidad de Margot, la había recorrido de pies a cabeza, como la canción, pero eso no le importaba, juraba mentalmente que esa hembra era para él, lo podía sentir, solo era cuestión de tiempo y él tenía mucha paciencia y esperaba que su amigo John la descuidara uno de esos días y “fierro a fondo”.

Así fue como una tarde se encontró con Margot en la Avenida Juárez y la saludó. Se preocupó por ella al observarla que venía con el rostro lloroso, había peleado definitivamente con John. Lo había sorprendido besando a una chica que había llegado al barrio, su reacción fue darle una cachetada en el rostro y salir corriendo.

Mientras Margot lloraba a cantaros, Roberto pensó-llegó mi oportunidad- la consoló cariñosamente, la apoyo moralmente con sanos consejos, la ayudó a llevar su pesada cruz, finalmente viéndola débil anímicamente la acompañó a su casa, la madre de Margot una mujer viuda había salido, estaban solos, el destino lo había colocado en posición muy ventajosa.

Ella se quejaba de haber sido demasiado fiel a John y este le pagaba con una mala moneda, Margot no dejaba de llorar, maquinalmente se dirigió al bar, ella agarró una botella de vino sirvió dos copas y le alcanzó uno a su acompañante, se sentaron junto y comenzaron a beber, pero ella seguía llorando buscando consuelo a su dolor, mientras él la seguía acariciando en el hombro y la ayudaba a desahogarse, le susurraba al oído palabras de consuelo.

Cuando de pronto ambos como llamados por un deseo malsano, se vieron así mismos acariciándose, besándose con desesperación y luego consumando una relación, donde se mezcló el sentimiento de venganza de ella, con el deseo sensual de él, tantas veces postergado y aguantado.

A partir de ese instante Margot salió con Roberto para olvidar a su antiguo amor y John buscó vengarse de ellos, una noche que la neblina se comía el piso, estaban reunidos los amigos en la esquina de la Avenida del Aire, porque John había desafiado a Roberto a un pique corto de medio kilómetro, el que ganaba se quedaría con Margot.

Ambos, antiguos amigos de aventuras y amores perdidos, hoy enemigos por el amor de una mujer, mientras los amigos hacían barra a uno y otro contrincante, estos aceleraban sus maquinas causando un ruido ensordecedor en la avenida y los vecinos en sus casas lanzaron imprecaciones que no se pueden reproducir.

Un fulano aburrido del ruido constante y continuo, del abuso de los pitucos y de la falta de seguridad ciudadana, la ausencia de tombos, a mitad de recorrido donde se realizaba la competencia, cruzó la pista de manera natural, como quien no quiere la cosa y de sus bolsillos comenzó a caer a la pista por donde pasarían los carros a toda velocidad un cúmulo de tachuelas gigantes, ya le había llegado todo, ruido, abusos, policía, tráfico, todo se iría a la porra.

Vió que los vehículos salieron a gran velocidad, a 300 metros Roberto ganaba por una nariz, precisamente en ese instante pisan el acelerador y llegando a los 400 metros las tachuelas hicieron su efecto reventando las cuatro llantas de ambos carros, y se produjo un accidente grave, al chocar ambas maquinas que los pilotos no pudieron controlar, quedando como saldo dos muertes espantosas.

Mientras sus padres se divierten a su manera, cada uno por su lado, al otro lado de la ciudad, así acabaron estos jóvenes amantes de la diversión, de los piques cortos. Con seguridad los familiares llorarán la ausencia de sus queridos hijos, pero está comprobado que eso será por unos días, luego retomarán sus actividades rutinarias. Quizá se arrepienten de no haber corregido a tiempo estos errores en el cuidado de sus hijos. Margot se quedó sola, perdió soga y cabra.

EL HONOR Y LA GLORIA


VAS CAMINANDO UN LARGO TRECHO DE TU EXISTENCIA
CARGANDO TUS BÁRTULOS COMO CUALQUIER MORTAL
PENSANDO QUE AUN QUEDA NADA PARA LA META
SINTIENDO QUE EL CANSANCIO TE QUIERE ALCANZAR
TÚ CONTINUAS EN EL INTENTO SIN DESMAYAR

NO TE IMPORTA LLEGAR EXHAUSTO A ESE LUGAR
TE SIENTES ANSIOSO DE VERLA Y TOCARLA
DE ESTRECHARLA EN TUS BRAZOS FUERTEMENTE
BESARLA Y ACARICIAR SU CUERPO DE DIOSA
QUE CEGARÁ LA POCA CONCIENCIA QUE TE QUEDA

ESTE CAMINO HA SIDO LARGO Y SU RUMBO SINUOSO
LLENO DE TENTACIONES, AMARGURAS Y DESTIERROS
CARGADOS DE ESE SABOR AGRIDULCE COMO LA TRISTEZA
COMO AQUEL DOLOR QUE NO CABE EN UNA COPA
PERO DUELE Y APRIETA EL CORAZÓN COMO UNA GARRA

MIENTRAS LA MISERIA MAS PROFUNDA DE ESTE MUNDO
LLENO DE HIPOCRESÍAS Y LETANÍAS POR DOQUIER
SE LEVANTA PRESUROSA AGUIJONEADA POR SU INACCIÓN CON MENTIRAS UNIVERSALES QUE ESCUCHAMOS A DIARIO
ROBUSTECIDAS DE INFAMIAS Y CARGADAS DE RECELOS

NO CONOCE DE LEALTADES, NI SACRIFICIOS DESMEDIDOS
SOLO LES PREOCUPA VITOREAR ZALAMERAMENTE
LAS VIRTUDES Y ALIMENTAR LA VANIDAD DE SUS MAYORES
DESTILANDO INJURIAS INFAMANTES PARA LOS DEMÁS
DEJANDO POR LOS SUELOS LA VIRTUD Y DECENCIA AJENA

ASÍ DE FRUSTRADA Y TENTADORA SE PRESENTA ESTA SUERTE
ESA DIOSA FORTUNA QUE TODOS ESPERAN TOQUE SU PUERTA
SOLO ALGUNOS ESCOGIDOS POR EL DESTINO DUBITATIVO
SON LOS QUE FINALMENTE SALEN A SU ENCUENTRO
PARA AGARRAR EL TRIUNFO EN SUS MANOS.

PERO EXISTEN OTROS Y MUCHOS MAS ATRÁS ESPERANDO
ARRASTRAN SUS POBREZAS Y MISERIAS POR CALLES Y PLAZAS
LEVANTANDO LAS MANOS VACÍAS PIDIENDO UN CENTAVO
UNA MIGAJA PARA SACIAR SU HAMBRE Y SED DE HONOR
SON LOS POBRES DESTERRADOS DE ESTE LUGAR AJENO

SE CONFORMAN CON LO QUE EL DESTINO LES BRINDA
NO LE PONEN CORAZÓN A SUS ACCIONES
LES FALTA VOLUNTAD PARA VENCER SE QUEJAN DE SU INCOMPRENSIÓN CON DESDÉN
LAS PUERTAS SE CIERRAN, TODOS NO PUEDEN ENTRAR
DENTRO ESTÁN LOS ESCOGIDOS, LOS PERSEVERANTES, LOS TRIUNFANTES
.

jueves, 15 de enero de 2009

LA OFICINA Y DON PEPE

Siempre se habla de los años maravillosos, todos de alguna manera hemos vivido en cada generación nuestros años maravillosos. 

Etapas asombrosas, períodos extraordinarios con sus alegrías desbordantes, sus tristezas endurecidas, sus quereres olvidados en un baúl de cachivaches, donde se guarda lo que sirve poco o para nada. 

En la esquina del pasaje Quilla con Canevaro en su querido barrio, Lince y Lobatón, Marcos se reunía con toda la patota, la collera, la mancha de entonces, todas las noches, la cita era a las 8 pm. Unas veces para exteriorizar su alegría cantando canciones del momento, relatar chistes colorados y narrar sus anécdotas o simplemente para conversar y pasarla bien. 

Soñar no costaba nada, los sueños estaban al alcance de la mano, era cuestión de estirar el brazo. Por ello imitar a Raphael cantando sus éxitos del momento no era nada especial. Tampoco cantar las canciones de Leo Dan y hacerle barra a los enamorados de entonces, batirlos era una constante. Una banca frente al parque, un pasadizo semioscuro bajo la luz mortecina, un jardín, el parque o simplemente una caminata junto a ella era la satisfacción más grande. 

Marcos recuerda con claridad que estaban de moda los chicos de la nueva ola, Pepe Miranda con la pera madura, Paco Daglio, Koko Montana con Beatriz, Jorge Conti, Elmo Riveros y Jimy Santi con su famoso chin-chin. Por esos años vinieron los Rufino, un grupo mexicano de cantantes adultos, padres e hijas, todos gorditos simpaticones. 

En Lima barría el garoto do oro do Brasil Sergio Murillo y su archiconocida “Querida” Lima fue visitada por una guapa y rubia cantante chilena Nadia Milton, cayeron los hermanos Arriagada, con Natalie. 

Al compás de esas canciones nacieron amores, se rompieron, se reconciliaron y se volvieron a separar, algunos terminaron en el altar, otros terminaron en el recuerdo. Nunca antes hubo tal profusión de canciones en el ambiente juvenil. 

La década del sesenta fue la mejor de la épocas Y todos allí en esa esquina, la famosa “oficina”, con su muro lleno de pintura verde, absorta y callada, muda, testigo de nuestras alegrías, tristezas, llantos, sueños y desvelos. Conversaban, reían, contaban chistes de todos los colores. 

Respetaban a las personas mayores, fumar en presencia de ellos era un pecado. En las vacaciones de verano, don Pepe quien era guardia civil, de esos policías de antes y trabajaba en la comisaría de La Victoria, se encargaba cada cierto tiempo de traer una pelota de fútbol que obsequiaba al grupo. Ellos se preguntaban de dónde la sacaría, porque él no la compraba. Después supieron que eran de sus famosas batidas. 

Don Pepe siempre fue un gran amigo y consejero de todos, los acompañaba en los partidos de bulbito en el parque Matamula, hoy convertido en el hermoso parque de Los Precursores, todas las noches de verano, su esposa preparaba limonada heladita para todos los muchachos. El equipo de Marcos fue imbatible por muchos veranos. 

Siempre salía a relucir el espíritu deportivo, la fuerza y el coraje de todos. Ningún equipo los ganó en su cancha, un gran orgullo que persiste y persistirá por los tiempos. La vida de la patota discurría entre los paseos a la playa en la combi de Lulo durante el verano, las guitarras de Armando Reyes y Raúl Herrera el de los Belkings. 

En invierno las visitas a Chosica, las travesuras de Alberto Poma el gran “chaveteao”, o los partidos de fútbol del negro Mario Castillo, quien los llevaba al estadio San Martín para verlo jugar por un equipo de segunda división el Sport Manchego. 

El negro Mario también tuvo su aventura por el norte del país en “Los Diablos Rojos de Chiclín”. Duró poco tiempo, su padre lo regresó a punta de chicote. Pero, había un amigo en particular que, siempre se acercaba al grupo de manera cautelosa, sigilosa y se introducía en las reuniones nocturnas silenciosamente. 

Carlos era mayor que la mayoría del grupo, siempre con pantalón y camisa de vestir, venía del trabajo una oficina estatal, vivía en la José Leal. Era el que contaba los chistes colorados. Carlos tenía una particularidad asombrosa, para iniciar su actuación de comediante amateur, sacaba del bolsillo de su camisa una libretita negra donde tenía los títulos de los chistes, era imparable contando. 

Una vez que comenzaba, no permitía que nadie lo interrumpiera, no paraba. Mientras la collera reía a montones y los vecinos demostraban su molestia con un sonoro ¡Cállense!. Al final ellos también reían. Hace poco tiempo Marcos lo volvió a ver en las mismas calles, un poco más avejentado, con los años encima, la vida no lo ha tratado bien. 

Se quedó ensimismado en sus sueños, en sus mismos chistes colorados. Estaba atrapado por la rutina, que es el lastre del hombre y caminaba cabizbajo, impenitente, de rato en rato mirando el pasado que quedo muy lejos. Así, día a día recogía sus pasos perdidos, por las viejas calles del barrio que muchas veces lo escucho, se rió y gozó con sus sabrosos chistes de grueso calibre. 

El eco inconfundible de su voz cuando contaba sus chistes y las risas de todos, ha quedado grabado en la retina y tímpano de toda la collera, ha pintado algunos surcos en las paredes de la famosa oficina. La oficina, trae hermosos recuerdos de aquellos tiempos que se fueron, es parte de la fisonomía de siempre. 

Allí en ese lugar algunas veces Marcos imitó a Raphael, cantó canciones de los Doltons, además en coro cantaban todos canciones de Nino Bravo, Los Iracundos y Leo Dan, acompañados de una guitarra, que hoy permanece guardada en el almacén de los recuerdos, esperando un momento de atención. Cuándo llegará ese momento...

miércoles, 14 de enero de 2009

LA SONRISA DE UN GRAN FUTBOLISTA

Armando era un adolescente que hacía pocos días había cumplido los quince años, por momentos tenía cambios de temperamento y se ponía irritable. Su madre decía que estaba en la edad difícil, la edad en que no se sabe qué se quiere, la edad de “nadie me comprende”, de los sueños y los amores platónicos.

Estudiaba en el Melitón Carvajal, esa Gran Unidad Escolar construida durante el gobierno de Odría. El comportamiento de Armando y sus compañeros de la misma edad no difería mucho. Todos atravesaban esa difícil etapa de la vida, en que de niño se pasa a joven tan de repente, con mucho esfuerzo e incomprensión.

Una tarde que retornaba del colegio hacia su hogar, le pareció más triste la Plaza Pedro Ruiz Gallo, contrastaba con la alegría de los feligreses que escuchaban el tañido de las campanas de la Iglesia. Estaba triste la tarde por la penumbra, el crepúsculo vespertino llegaba sin demora, o era su imaginación.

Quizás el triste era él, cómo saberlo, no era muy comunicativo, tampoco era un soso. La avenida Canevaro lucía con esa tenue pintura lóbrega de invierno. El letrero del cine Ollanta con sus luces multicolores centellando y el escaparate lleno de luces y afiches de las películas a estrenar.

Caminaba presuroso por estas calles que le eran muy familiares, iba pensativo y preocupado rumbo a casa. En el colegio había protagonizado una pelea a puño limpio con otro compañero, por nimiedades. No valían las patadas ni cabezazos, eso era de cobardes y traicioneros, a puño limpio defendió su honor. Hoy vale todo.

Llevaba el uniforme comando manchado de barro, la camisa sin botones y le faltaba la cristina. Tenía un moretón en la cara a la altura del pómulo. Qué le diría a su madre, cómo conseguir otra cristina. Apresuró el paso, miró la Farmacia Agricultura, pensó comprar un medicamento para el hematoma y siguió su camino.

Iba a cruzar la calzada cuando de pronto apareció ella. María Rosa la chica de sus sueños, aquella niña de delicada sonrisa franca y abierta que, lo había cautivado y lo hacía suspirar. Apresuró el paso, quería alcanzarla, pero recordó el moretón en el pómulo y el uniforme sucio. Se quedó paralizado a escasos metros. Mejor mañana pensó, dejó que ella siguiera su camino.

Unos pasos más adelante ella se encontró con una amiga, Rocío, era guapa pero sobrada, creída. No le gustaba juntarse con los chicos del barrio. Todos le decían la pituca, la lady de la cuadra. Ella pasaba sin mirar a nadie con la nariz respingada. Sólo conversaba cuando le convenía con María, como hoy.

Armando volteó la esquina y se dirigió a su casa, llegó y estuvo dando vueltas en la parte exterior. No se animaba a tocar el timbre pues sabía que su madre saldría a recibirlo. Dudó unos instantes y finalmente hizo de tripas corazón, puso cara de yo no fui y tocó el timbre. Adentro su madre dijo – abre debe ser Armando-.

Salió a recibirlo Alberto su padre que ese día, como nunca, había llegado temprano del trabajo. Él se quedó sorprendido al encontrarse cara a cara con su viejo, trató de taparse disimuladamente el hematoma. El uniforme lo delató de inmediato. Una mirada veloz y el padre descubrió lo que había pasado.

Con quién fue la trompeadera preguntó, vienes hecho una mugre, pareces un vago esquinero. Me imagino que te habrás defendido como te enseñé. Armando nervioso por el encuentro tan inesperado solo atinó a decir, fue con uno de esos chicos que me paran insultando y no aguanté más.

El amigo quedó en peores condiciones, hice que me pidiera perdón delante de su collera. El profesor “malas pulgas” nos descubrió y expulsó. Te han citado para mañana, si no vas no me dejan entrar. Irá tu madre porque yo no puedo, voy a Ica temprano a cerrar un negocio. No debes meterte en líos, tampoco debes aceptar insultos.

Sofía Jesús su delicada madre le aplicó un ungüento para golpes y moretones en el pómulo adolorido. Se preocupó mucho por lo de la citación, era la tercera en este año por el mismo motivo. Sabía que su hijo no era un santo, que sabía defenderse, el padre lo había preparado. Pero le molestaba tener que ir al colegio para ver el castigo que impondrían a Armando.

Luego de realizar las tareas escolares, al escuchar el silbido característico de los amigos, salió a jugar. Le preguntaron sobre el golpe en la cara y dijo que hubo mechadera, le había sacado la m…al otro. Su madre le encargó que fuera a la vuelta a comprar algunas cosas que faltaban.

No le gustaba que lo interrumpieran en su juego, puso cara de pocos amigos, refunfuñó un momento. Pero una mirada grave de su madre lo fulminó, igual tuvo que cumplir la orden. Se dirigió a la José Leal, a la tienda de Jovita, la señora que muchas veces les daba al fiar y a fin de mes le pagaban.

Caminaba apresurado porque quería regresar rápido, se encontró con Edgard hijo de un amigo de su padre. Hablaron sobre el tema que los apasionaba, sobre los próximos partidos del equipo de sus amores. Sí ellos eran hinchas del Garcilazo de la Vega, equipo del barrio, gran semillero de jóvenes talentos.

Siguió su camino, se cruzó con Jairo, uno de los vagos del barrio que solo se dedicaban a aplanar las calles. Pasó fumando su enésimo cigarrillo del día, dejando una estela de olor a nicotina. Apresuró sus pasos, saludó a la vendedora de anticuchos la señora Raquel y al voltear la esquina, se quedó paralizado.

Allí parado, bien pegado a la pared casi escondido, tratando de pasar desapercibido, cerca de la vendedora de anticuchos y pancita. Sí era él, estaba seguro, tenía en las manos una panca de maíz lleno de choncholí y se lo llevaba con las manos a la boca. Comía con gran fruición, temiendo se le acabara sin mitigar su hambre.

No cabía duda era el ídolo máximo del Garcilazo de la Vega, Pedro Perico León con sus grandes ojos marrones y una sonrisa de pan nuestro en su rostro. Armando solo atinó a sonreír y dijo ¡Hola Perico!, este le contestó ¡hola como tas! y siguió comiendo como si nada.

Armando olvidó lo que tenía que comprar y regresó corriendo a su casa, ingreso rápidamente con una gran sonrisa en los labios y mucha emoción, dijo con voz excitada por las circunstancias, lo vi y me contestó el saludo, con estos ojitos pardos lo vi, a quién viste, a un fantasma dijo su padre, ¡no! a Perico León que lo ha contratado el Alianza Lima

Así, gran novedad, ese moreno vive en la José Leal en un llonja, será tan bueno para el fútbol como lo pintan, claro padre. Es muy bueno, tiene muchos fanáticos siguiéndolo y triunfará en el Alianza, tu equipo. Ojala Dios te escuche, trajiste lo que tu madre te encargó. No, ¡pucha! por la emoción me olvidé, pero voy a comprar y regreso en un vuelo.

Perico León, jugaba en el Garcilazo de la Vega, luego fue flamante contratación del Alianza Lima, el cuadro victoriano más popular del país. En las eliminatorias para el mundial de México 70, Perico fue llamado a la selección nacional junto a otros grandes del balompié peruano.

Se logró la clasificación en Buenos Aires el año 69, con goles de “cachito” Ramírez y dieron una grande alegría al pueblo peruano, porque era la primera vez que una selección se clasificaba a un mundial. En esa selección brillaron Míflin, Challe, “Chito” La Torre, Campos, Rubiños, Teofilo Cubillas y otros. Perico León hoy vive, trabaja y se gana la vida en New Jersey, regresó para un gran homenaje de su club. Perico no supo guardar “pan para mayo”.

martes, 13 de enero de 2009

GINA


Gina una mujer exuberante, alegre y divertida de 24 años, enfermera en el hospital de la localidad, es asediada continuamente por Jorge Ladines, hijo de un próspero comerciante, que no tiene una actividad fija, hedonista por naturaleza, está a la búsqueda del placer y diversión inmediata, petulante y vanidoso, con fama de mujeriego y abusivo, está acostumbrado a golpear mujeres.

Gina no hace caso de las continuas insinuaciones que le brinda Jorge descaradamente cada vez que se encuentran en el pueblo o coinciden en alguna reunión social, porque ella vive enamorada de Jaime Contreras un médico, quien se encuentra realizando un residentado en un Hospital de prestigio en la capital, pronto se casaran y ella está preparando su ajuar con los consejos de su madre.

Una noche de abril Jorge y Gina coinciden en el cumpleaños de Abigail una amiga común, compañera de trabajo de Gina, que en el pasado había sido novia de Jorge y éste había abandonado por otra mujer, como siempre allí en el gran salón lleno de luces multicolores, se encontraron las miradas de ambos.

Jorge saluda cortésmente a Gina con una venia y una sonrisa, piensa-de esta no te me escapas ni ca-.

Jorge se convierte en el centro de atención de la reunión, bebe sin control, baila sin descanso, pero no despega los ojos de Gina, ella lo observa preocupada y temerosa por la insistencia, mientras las parejas se unen para bailar la balada “Te dije que te amaba pero te mentí”, Jorge se dirige a Gina para invitarla a bailar, ella viéndolo borracho no acepta la invitación, se despide de Abigail y sale de la reunión.

Al salir Gina al exterior de la casa, siente sobre su rostro la frescura del viento que le recuerda los paseos al lado de su novio Jaime, un sentimiento de nostalgia le invade, pero se sobrepone y se dirige a su vehículo en el estacionamiento, cuando esta por subir, siente una golpe en la nuca y pierde el conocimiento.

Cuando Gina despierta son las seis de la mañana del día siguiente y se sorprende porque se encuentra en un dormitorio y cama desconocidos, completamente desnuda, al lado duerme su borrachera Jorge, Gina lo despierta a golpes y le recrimina su proceder, él reacciona violentamente y le aplica una bofetada que la lanza fuera de la cama, se burla de ella, se viste y abandona el lugar, dejando a Gina llorando amargamente.

Los padres y hermanos de Gina, al ver que no regresaba de la reunión trataron de ubicarla, llamando a amigos, a la dueña de la fiesta, a la policía, sin resultados favorables, Gina llega a su casa y explica lo que le ha sucedido, a sus padres y hermanos y proceden a denunciarlo, porque un testigo vio como la subía a su vehículo ayudado por otra persona no identificada.

Jorge es detenido y es llevado a juicio, durante el juicio aparecen nuevos testigos comprados por el padre de Jorge que declaran a favor de su hijo que aseguran haberlo visto en otro lugar esa noche. Finalmente es absuelto en un fallo injusto nunca antes visto y repudiado por la población.

Luis y José, al ver la injusticia cometida con su hermana, planean una venganza, valiéndose de la ayuda de amigos y amigas de su hermana, observan de manera disimulada las actividades que diariamente realiza Jorge en la ciudad. Constatan que es asiduo concurrente al bar” La vida no vale nada”, un garito en las afueras de la ciudad, lleno de alcohol, diversión, maquinas de juego y mujeres que brindan placer.

Una madrugada de mayo, mientras la oscuridad se hace persistente y el frío cala los huesos, José espera escondido, mirando hacia la salida del Bar “La vida no vale nada”. Mira ansioso su reloj y la puerta del Bar.

Está escondido en un portón muy cerca a la zona de parqueo del Bar, vigilando, muy concentrado, de pronto alguien sale del Bar, él se pone tenso, saca la empuñadura de un arma de fuego, la persona se dirige en dirección a José, éste prepara el arma, pero se da cuenta que no es la persona que esperaba y guarda el arma.

Sigue vigilante, el frío le entumecen los músculos de las piernas y el frío le agarrota los pies, de improviso se percata que alguien ha salido del Bar completamente borracho, se ha detenido a encender un cigarrillo, es Jorge, sí es él, lo reconoce de inmediato a pesar de la neblina. Toma su arma

José observa que Jorge se dirige a su carro zigzagueando, se le acerca por atrás sigilosamente, en el ultimo instante Jorge voltea y reconoce a su atacante, solo atina a levantar los brazos. José le dispara cinco balazos uno por cada integrante de su familia y huye del lugar, a tres cuadras sube a su carro y se va a su casa muy tranquilo.

En su hogar recoge su maletín de mano y se despide de sus padres y hermana con un abrazo prolongado, ellos entienden lo que ha sucedido. Se impuso la justicia del hombre y no la del Estado. Otro día más en el pueblo, que ve alejarse a uno de sus hijos, el destino le hizo una mala jugada a su hermana. Así lo entendió. Pronto regresará, cuando todo este en calma...

lunes, 12 de enero de 2009

Gilde


Gilde una joven de 19 años, cabellos castaños, blanca, chaposa, de caminar cadencioso, recién había llegado a la capital, buscaba con la mirada un rostro conocido en la terminal del ómnibus, en vano esperó en el terminal la recogiera su prima Gabriela.
Con la dirección en la mano preguntó a un parroquiano y éste le dijo que caminara siete cuadras en una dirección arbitraria, allí tomas un taxi y se hizo al desentendido, pero hizo una señal a un fulano al otro lado de la acera.

Caminaba absorta con su maletín de mano por las calles del distrito de la Victoria, el barrio de la Parada, el más violento de Lima, se le acercó un moreno alto con una tibia sonrisa en su rostro macizo e intentó entablar conversación, ella continuó su camino, casi sin escuchar.

Con el temor reflejado en el rostro lo miró sin verlo y el olor nauseabundo que percibió del lugar, le produjo asco y por poco vomitó, aceleró sus pasos para alejarse de su acosador, sintiendo el aliento repugnante del afro peruano, que se limpia los dientes con un palillo al mejor estilo de la calle.

Gilde aterrorizada trata de alejarse del moreno, pero éste no quiere dejar su presa, se ha dado cuenta que otros gavilanes que pululan en esta tierra de nadie, ya se han comenzado a mover tras la presa, solo esperan un descuido del zambo, éste los ha contado son tres, el Cholo Fidel, el Flaco Sanpetro y el chino Joo, todos ranqueados, habían obtenido su maestría en “Luri”, la cárcel más notable de la ciudad.

Ella estaba muy aterrada, arrepintiéndose de haberse movido del terminal, se lastima verbalmente, se aguijonea el alma, se siente culpable, piensa -debí esperar a mi prima Gabriela y qué debo hacer, creo que debo serenarme-, alarga los pasos, casi corre con un temor que la abraza por la espalda, siente las manos del moreno en su brazo izquierdo que trata de calmarla, le dice que no tenga miedo, solo quiere ayudarla, acompañarla, las calles son peligrosas.

Su madre antes de embarcarse le había dicho ten mucho cuidado cuando llegues al terminal terrestre, no converses con nadie, en esas calles asaltan, violan, roban y secuestran, la policía ni aparece porque tienen temor a los delincuentes, ella recordó los sabios consejos de su madre, pero joven al fin, no hizo caso, parecía que su suerte estaba por cambiar.

Acelera sus pasos, cuando en su afán de desprenderse del moreno, cruza aceleradamente la calzada, casi la atropella un carro, de la ventana del conductor sale una imprecación, ¡mira por donde caminas c… al mirarla bien reconoce a su prima Gabriela y le vuelve el alma al cuerpo, el negro y sus compinches siguen de largo y sube a la volada al vehículo.

Te dije que me esperaras le dijo la prima, pero te demorabas mucho, la verdad que me salvé de esta. No sabes que este barrio está infestado de delincuentes. No me dijiste nada prima, quise ir a tu encuentro. Te dije que me esperes en la agencia. Bueno vamos.

El negro se para en la acera, observa y se alimenta de una mirada lasciva que corroe sus entrañas, se relame los labios y hace un gesto de desprecio, la pollita se me escapó, escucha una voz que le dice, ¡negro cojudo la dejaste escapar¡. El negro pensó, a la mierda lo que digan esos cojudos, la próxima vez no se me escapa cualquiera que sea la presa.

sábado, 3 de enero de 2009

Un sueño inolvidable.


Cuando Juan Francisco dormía en su plácida cama, el colchón de lana de oveja le brindaba un descanso reconfortante y placentero. Sus sueños eran dominados por ese deseo de poseer como mascota a una oveja pequeña. No es que contara ovejas para dormir, no, él soñaba con criar y ser su propietario.

Tenía 10 años, era un niño muy inquieto, vivía con su abuela en una casona inmensa. En el patio, bordeado de un jardín de magnolias, mastuerzos y cartuchos, jugaba futbol con sus amigos, en ese inmenso campo se divertía y compartía los ratos de alegría y bullicio propios de su edad.

Pero, su vida no estaba completa, había algo que lo inquietaba, su sueño más caro era poseer una oveja pequeña. Este deseo dominaba su quehacer y pensamiento diario. Hasta en el colegio se distraía muchas veces, sus compañeros se burlaban de sus deseos.

En toda conversación siempre aludía la posibilidad de que su abuela le comprara una, la abuela solo atinaba a escucharlo, no decía nada, además no disponía de dinero. Algunas tardes sentado frente al jardín de su casa, su mirada se perdía muy lejos, viajaba a través de los campos roturados, llegaba detrás de los cerros que circundaban la ciudad.

Soñaba que ya era dueño de una oveja, macho y pequeño, al que cuidaba con mucho esmero y dedicación, luego lo veía grande y fuerte. Volvía a la realidad reprendido por su falta de atención en clases, es que su imaginación fluía en las alas de su pretensión más querida.

En agosto, llegaban de Lima los hermanos de su abuela, Isidoro y Manuel. A la estación del ferrocarril, iba la carreta del “lorito” Zorrilla para trasladar las pesadas maletas, las cajas, regalos y otras sorpresas. Los tíos abuelos llegaban con su pletórico modernismo limeño, sus paraguas inservibles en la estación ausente de lluvias, su pipa sin tabaco; pero, ellos parecían haber olvidado las costumbres y el clima de su vieja provincia.

Ya en la casona antigua en plena ciudad, se unían con sus tres hermanas Carmen, Rosa y María la abuela de Juan Francisco, ellas los recibían con el afecto de siempre y juntos se sentaban para conversar sobre las novedades en la capital. En la vieja sala de la antigua casona de sus padres, los hermanos conversaban sobre sus experiencias, bajo la mirada de una gran fotografía de sus padres los bisabuelos de Juan Francisco.

En esa antigua vivienda sin alumbrado se reunían para el reencuentro anual, los de Lima y las que quedaron en Jauja. El patio oscuro como madriguera de lobos, por las noches parecía habitada, recorrida y adornada por la presencia de figuras fantasmagóricas y cuyo tamaño se agrandaba al cruzar el patio principal. Juan con temor pasaba rápido, desoyendo el silbido de los habitantes de la oscuridad. Se narraban muchos hechos luctuosos acaecidos durante la guerra con Chile.

Mientras los tíos abuelos, se sentaban alrededor de la larga mesa de madera en la cocina para la cena, disfrutar del mate de coca, toronjil, manzanilla o cedrón y superar el soroche, que a todo visitante afectaba al llegar a la provincia más famosa del Perú, Juan Francisco los observaba con meticulosidad, con atención y esperaba algún regalo, nada de nada al final.

Es que en Jauja famosa por su clima y buena comida, se curaban de la TBC, muchos enfermos que llegaban de la Costa, llegaron muchas familias limeñas de abolengo, se curaron y se quedaron, otros regresaron a su infaltable e inolvidable Lima.

En esa reunión se tomaban acuerdos sobre las actividades a realizar con los terrenos de cultivo, la granja, el censo de los eucaliptos y el reparto de las tierras mediante un sorteo imaginario, en el que la parte más gorda de los premios casi siempre se la llevaban los “limeños”. Grandes ventajistas.

De nada les sirvió no pudieron llevarse al más allá, algunas de “sus” propiedades, los terrenos de cultivo regresarán a la comunidad campesina, porque no pueden venderse, solo pueden pasar de padres a hijos. Sus hijos nunca quisieron regresar para hacerlas producir, triste final a la ambición desmedida y ventajista.

Al día siguiente, iniciaban la caminata de ocho kilómetros, por un camino sinuoso bordeado por tierras de sembrío, lleno de árboles de eucalipto. Llegaban a la casa hacienda, cerca a la laguna de Paca. Una construcción vieja cuyas paredes de adobe extrañaban tiempos mejores, los recibía una delegación de operarios que se encargaban del cuidado de las chacras, los animales y la casa.

Ese día lo dedicaban a descansar y planear, alumbrados por la mortecina luz de unas velas, que se repetía todas las noches que permanecían. Las actividades de marcado, pintado y sorteo de chacras para el año siguiente.

Con el canto del gallo giro, todos se levantaban, luego del aseo y de un buen desayuno con leche fresca, partían a la primera chacra, la más alejada, realizaban todo lo planeado, además asignaban al quinteo a cada hermano, en un orden, número y color arbitrario, que Pablo el más ventajista les asignaba.

Los operarios ayudaban con el marcado. Esta actividad se repetía en las otras propiedades en diferentes lugares. Al finalizar el sorteo de terrenos para cada hermano y terminar la asignación de cada árbol a cada uno de ellos, todos se sentían satisfechos y disfrutaban de un almuerzo con todos los ayudantes.

María no podía comprarle a Juan lo solicitado, sus hermanas, dueñas de varias cabezas de ganado prometieron concederle uno cuando naciera, para que no siguiera “jodiendo” con la cantaleta del “quiero un carnerito”. Juan tomaba con desconfianza la promesa, conocía bien a las tías abuelas, eran más duras que muñeco de torta.

Juan tuvo un sueño la noche anterior al regreso. Soñó que al pasar por una chacra camino de regreso a la ciudad, encontró un carnero pequeño, que balaba triste. Tan real fue que se despertó y corrió a contarle a su abuela. Al regreso los tíos Isidoro y Manuel se adelantaban, con seguridad para conversar de lo bien que les había ido en su viajecito de vacaciones y dejaban a las hermanas que retornaran con tranquilidad una hora después.

Juan, su abuela y las hermanas de ella, se desplazaban conversando, retornaban a la ciudad con la satisfacción de haber logrado su cometido, aunque se quejaban de lo injusto que era Manuel en el reparto de las tierras, los dos varones se habían asignado las mejores, cono todos los años y de pasada se había “sorteado” los mejores árboles, los más robustos para venderlos, mientras a las mujeres les tocaba los más escuálidos.

Faltaban aproximadamente tres kilómetros para llegar a la ciudad, estaban atravesando unos terrenos de siembra, que tenía los últimos residuos de la cosecha de trigo y cebada, de pronto Juan Francisco escucha el balido de una oveja madre y la respuesta de un pequeño, vio que la manada se alejaba con el pastor.

Juan Francisco, volteó en dirección del sonido y observó que entre los matorrales y restos de la pajilla del trigo y cebada, a duras penas trataba de incorporarse un carnero recién nacido, miró a todos lados y no había nadie cerca, entusiasmado y emocionado corrió y levantó en sus brazos a un animalito desvalido que llamaba a su madre y esta lo había abandonado.

Su sueño se hizo realidad y lloró de emoción junto a su abuela y hermanas que lo miraban abrumadas. Al llegar a la ciudad, ya en casa se dedicó a criarlo con gran esmero y dedicación. Pasó el tiempo y en diciembre de ese año, Juan Francisco se trasladó a Lima para estudiar, dejó desarrollado a su carnero al cuidado de su abuela.

En agosto del siguiente año, una tarde que regresó del colegio a almorzar, en la casa le sirvieron un exquisito plato, cuando preguntó qué era las tías le contestaron, es tu carnerito. Él se puso triste, recordó las circunstancias de su encuentro y su crianza, los momentos de la triste despedida al dejarlo al cuidado de su abuela; más luego todo pasó como una película, como pasan las vivencias buenas de un niño. Solo quedó en sus recuerdos.

viernes, 2 de enero de 2009

El Papá de “Mollete”


El Mollete es un pan serrano casi dulcete, pálido de color, parecido al bollo sin miga; pero, tenía un gran sabor y esa dulcísima capacidad de lograr en todos, chicos al fin, esa paz interior luego de mitigar el hambre, compañera de infortunios y pobrezas, de sueños y pesadillas, que comíamos con fruición después de los partidos de fulbito en el enorme patio de la casa de los abuelos.

Ayudar de una manera desinteresada para apagar de golpe esa ansia de muchos días, que la mayoría del grupo de amigos sentía, guardado o, en espera, era hasta cierto punto comprensible para Jorge, así acudían a su mente recuerdos de momentos estelares, se veía trepando por la ventana posterior de la cocina, que previamente dejaba sin el pestillo después de almorzar. Para invitar unos panes sus patas.

Así, ante ellos, buscaba pasar como un héroe, un pequeño ladrón que “robaba” la bolsa de pan, para invitar a los amigos, aprovechando que su madre practicaba delicadamente la siesta. Muchas tardes se veía buscando sigilosamente en la alacena de la cocina, la bolsa de pan y compartiendo con todos por un momento, riendo, gozando y pensando que ella no se percataba, qué inocente es la niñez.

Sentía un no se qué, al mirarlos de soslayo, con disimulo, miraba en sus rostros ese deseo lánguido, aprisionando con seguridad sus entrañas, incontables veces estrujando los intestinos, marcando con muescas imaginarias la corteza del apetito que se atornillaba, con evidencia en la boca de sus estómagos.

Pero "Mollete" a secas, era el sobrenombre de Carlos, han pasado los años y el apellido aunque no viene al caso, no regresa a mi mente. Su padre era sastre de profesión, o de oficio, o quizás no encontró otra tarea que realizar para sobrevivir, era un tipo regordete, menudo, trigueño, pelo y bigotes negros, se peinaba con raya al costado.

Decían que era un buen sastre, que confeccionaba buenos pantalones y ternos, los clientes iban a buscarlo, otros preferían no acercarse, decían que les malogró una prenda, lo cierto es que se corrían porque no querían pagar el trabajo. Sus hijos, incluido Carlos, todos eran blancos, cuando Jorge iba a buscar a “mollete”, saludaba y observaba al papá en su trabajo habitual de cada día, ganándose el sustento para su numerosa familia, además de pobre, era aplicado en el amor.

Muchos días, de varias semanas en que por razones de juego buscó a Carlos, para salir a caminar por las calles desiertas de la ciudad, siempre encontraba a su padre trabajando, planchando la ropa, con esa plancha que en la punta tenía un gallito y se calentaba al carbón, no existía la plancha eléctrica, era una invención que llegaría después de varios años.

Su madre una señora delgada, blancona de pelo rubio desteñido, desgreñada, de cuerpo pequeño y casi indolente consigo misma, lo recibía amablemente, pero Jorge curiosamente intentaba descubrir lo que, en ese momento pensaba de él y por qué venía a interrumpir las labores de la casa tan temprano. Tenían tres hijas, menores que Mollete, muy niñas, que iban al colegio y él se encargaba de llevarlas y cuidarlas, de igual manera cuando sus padres salían al mercado o a la misa, que eran las únicas veces que los veía juntos.

De la sastrería a la plaza de armas del pueblo, escasamente hay tres cuadras, en subida, como toda ciudad andina, todos los días religiosamente a las 6:30 pm, el padre de mollete, enfundado en su terno, su camisa blanca sin corbata, impecablemente peinado con gomina, salía de su casa, caminaba parsimoniosamente hasta la esquina, miraba hacia uno y otro lado.

Luego de varios minutos de indecisión, de intercambio de saludos con las personas, que a esa hora se desplazaban hacia la Plaza de Armas, o en dirección al Chifa o, al Cine, él se tomaba su tiempo, parecía medir sus movimientos, luego emprendía su largo caminar hacia la plaza, con su andar parsimonioso, asentando sus pasos en la vereda, como queriendo dejar las marcas de sus huellas.

Saludaba a todas las personas con quienes se cruzaba en su camino, se trataba de hombres y mujeres que alguna vez habían solicitado sus servicios; algunas veces encontraba a Jorge en su camino y le pasaba la voz -ve a estudiar le decía, qué haces en la calle, no pierdas el tiempo, cuando seas grande te vas arrepentir-, miraba de reojo y seguía su camino.

Otras veces ingresaba en el almacén del señor Bonifás, que era el más surtido y grande de la ciudad, solo para contemplar las nuevas planchas a carbón que habían llegado, las agarraba, las levantaba hasta la altura de sus ojos, las observaba plácidamente, por momentos cerraba sus ojos, como si estuviera soñando, cuando escuchaba el precio, despertaba de su sueño, dejaba la mercancía y salía nuevamente a la calle, silbando para disimular sus deseos, continuaba con su caminar, meditabundo, cómo saber lo que su mente cargaba.

Diariamente compraba en el puesto del señor Rodrigo, ese era su nombre, su periódico preferido, la Última Hora que llegaba de Lima a esa hora, leía con mucho interés las noticias sentado en un banco de la plaza, fumando su cigarrillo Inca, siempre comenzaba por la parte deportiva, le gustaba apostar a los caballos, miraba con interés el resultado de las carreras, era usual su reacción, casi siempre lanzaba una imprecación difícil de reproducir.

La mayoría de veces luego de leer ligeramente el diario, se dirigía al cine Colonial, saludaba al señor Matías, encargado de recibir los boletos en platea alta, le hacía una seña convenida, ellos tenían negocios, intercambiaban servicios, por un lado, hechura o planchado de pantalones a precios módicos y por el otro ingreso al cine gratis, una ganga en que ambos resultaban ganando.

Al termino de la película recogía sus pasos por el mismo itinerario, pero en la esquina de la plaza se detenía en el puesto de Jovita, la vendedora de anticuchos y picarones, allí comía sin miramientos un par de palitos con su papa dorada y el infaltable ají, siempre a cuenta de los trabajitos y cuando no, debía pagar al contado.

Después de saborear con voraz apetito y satisfacer su hambre, regresaba a su casa, donde lo esperaba su mujer y sus hijos, que quizás esa noche no habían tenido qué comer, ni ella, ni sus vástagos, así era la vida rutinaria del papá de Mollete.

JUANJO "El Canjista"


Para ser canjista era necesario contar con una motocicleta, era la herramienta de trabajo, tener licencia de conducir para esta actividad muy riesgosa. El piloto debía tener mucha habilidad y reacción rápida para evitar los choques, los accidentes del cual no estaban libres, por la velocidad con que debían desplazarse, para llevar su preciada carga.

El canjista era el personaje que hacía realidad el placer de miles de personas aficionadas al cine, de los cinéfilos en los años sesenta del siglo pasado, trabajaban llevando los rollos de películas desde y a los cines, en los horarios establecidos para las funciones. Algunas veces se interrumpía la función, el canjista había tenido un contratiempo, no se sabía si leve o grave.

Muchas personas cuando querían ir al cine, como hoy, consultaban el listin cinematográfico que publicaba El Comercio, La Crónica o cualquier otro diario de la época. Las horas de inicio de la función variaban entre las 3:45 pm y 4:30 pm. Si en el Cine Azul se iniciaba la película a las 3:45 pm, en el Cine Bellavista del Callao, se iniciaba la misma, media hora después, para eso estaban los canjistas.

Pero nadie se imaginaba que una película que se programaba en tres cines diferentes el mismo día, podía tener esa continuidad ininterrumpida, la película tenía una duración de casi dos horas, eran un total de ocho a diez rollos, medianos los que contenían las principales tomas y escenas más impactantes de las películas.

Los consabidos rollos de película iban dentro de un contenedor metálico para preservarlos del deterioro y darles seguridad, cada uno ellos contenía parte de la película medida en minutos, aproximadamente 15 minutos era la duración de su valioso contenido. Por lo general los dos primeros rollos salían juntos y eran trasladados por los canjistas.

Hacían el intercambio para mantener la continuidad de la película en los cines de la capital, mientras esperaban que salieran los dos primeros rollos que se había proyectado en el cine, descansaban plácidamente en sus vehículos, muchas veces matizaban la espera con un cigarrillo. Calculaban el tiempo y se preparaban, recibían la carga y salían como alma que lleva el diablo a su nuevo destino.

Estos permanecían en su nuevo destino hasta que se proyectaba estos dos rollos y debían traerlo de regreso para la siguiente función, así mientras algunos esperaban la carga y regresaban a su destino, otros llegaban trayendo los siguientes rollos, de esta manera cerraban el circuito y aseguraban la continuidad de la película. Sino una gran silbadera recuerdos ingratos para la “mamita” del proyector en el cine.

Su trabajo comenzaba al recibir los dos primeros rollos, tenían el tiempo exacto y ajustado para desplazarse a toda velocidad, por la ciudad para transportar los rollos a otro cine de Lima o el Callao y comenzara la función, cuando se demoraban por alguna razón, la sala de proyección era un loquerío. Algunas veces los canjistas fueron objeto de atropello o accidentes.

En los meses de verano no había mucho problema por el clima, usaban polos de colores y una casaca, se protegían con guantes y casco. El problema se presentaba en invierno, debían de luchar contra el frío y la garúa, ataviados con botas aperilladas, pantalones vaqueros y chompas gruesas, protegiéndose el cuello con una chalina y la cabeza con casco, parecían “Astroboy” ese recordado personaje de los comics, se desplazaban a velocidad moderada, para protegerse.

Juanjo era del Callao, tendría unos veintidós años, moreno espigado, fumaba como chino en quiebra, decía que era casado y que tenía una niñita, pero en esa época la mayoría de estos personajes, decían lo mismo, solo para darse importancia. Les pagaban bien porque no tenían descanso durante la semana, a veces los días lunes les daban día libre.

Juanjo se confesaba admirador de Pedro Miguel y sus Maracaibos, un grupo musical que inició por esos años, los ritmos de salsa en Lima, por esos años yo hacía mis pinitos en un conjunto de barrio llamado “juventud tropical”, amenizábamos quinceañeros, bautizos, matrimonios y despedidas de todo tipo.

Tuvimos un mano a mano con un grupo musical del Callao “Los Melenkó”, qué será de la vida de estos adversarios musicales, fue en una casa en Chorrillos al que nos invitaron a celebrar el cumpleaños de la abuela de Mario, adivinen quién fue el que llevó al grupo musical Melenkó, pues nada más ni nada menos que el popular Juanjo, así, sin más, hicimos una buena noche tonera.

Volví a ver muchas veces a Juanjo en el cine Azul durante todo el año 67, luego desapareció del panorama y fue reemplazado por otro muchacho, que cumplía las mismas tareas de Juanjo.

Juanjo debe estar con seguridad, enseñando a sus nietos a manejar la moto, ya no podrá enseñarles hacer el canje. Hoy las películas se trasladan en un DVD, que calza como un guante en cualquier bolsillo, no se necesitan motos, ni bufandas, ni guantes, mucho menos viajar a 80/100 por hora para llevar la diversión a otras salas. Lo más importante, no hay interrupciones en la proyección, pero sí mucho ruido, además esas salas de antaño quedaron en el recuerdo, hoy están de moda, Cineplanet, UVK, Cinerama, etc.

El tiempo pasó como un rayo de luz. Estamos en el siglo del conocimiento, quieres ver una película, eres un cinéfilo empedernido, no tiene más que alquilar o comprar un DVD pirata y ver tu película favorita en casa, con tu plato de canchita. Pero, no hay como estar en una sala, son palabras mayores. ¿Ustedes que dicen?

Roberto Carlos el “Rica Pinta”


"Rica Pinta", el único taxista de una provincia andina, Jauja, que por esos años desconocía la existencia del servicio urbano de buses. Se estacionaba en la Plaza de Armas, fumaba su cigarrillo mañanero; mientras el sol brillaba en el cielo azul, él limpiaba minuciosamente su vehículo. Con paciencia esperaba a los pasajeros, le sacaba brillo con agua mezclada con kerosene, en esos tiempos no se conocía la cera para autos, menos la franela.

Era un gran enamorador, no se le escapaba ninguna chica, tenía un verbo florido, además era bien plantado, un provinciano pintón. Lo que le faltaba en estatura le sobraba en verbo. Los que lo conocían, decían que había estudiado en la Universidad, pero al preguntarle- qué había estudiado y dónde- contestaba que había estudiado en la Universidad de la vida, la única valedera, esa respuesta era un portazo en las narices a los preguntones.

Tipo curioso por naturaleza, sus ojos, qué no habrían visto hasta entonces, tenía unos ojitos negros vivaces que se movían como radares, observaban todo lo que pasaba en la Plaza, guardaba la información bien al fondo de su cerebro, había visto mucho. Desde amores nuevos, furtivos, peleas, reconciliaciones, hasta amores escondidos y traicioneros en su trabajo noctámbulo. Bien dicen “de noche todos los gatos son pardos”

Una noche de junio, cuando el frío calaba los huesos, la helada caía a borbotones sobre la ciudad pequeña, enfundado en su casaca de alpaca, guantes y bufanda o chalina, recogió de una cantina de mala muerte a un individuo emponchado y con sombrero, que le dijo lo llevara a Huancayo. Ofreció pagarle bien, él sacaba su cuenta, el costo normal de un taxi era alrededor de quince soles, él se conformaría con el doble, era un platal en esa época y lo mejor, descansaría dos días.

Lo desanimaba la distancia, el frio y la oscuridad de la carretera, había luna llena pero, la nubosidad no dejaba que iluminara completamente el panorama, encima el frío, además eran casi 45 kilómetros de distancia, era tarde y el camino era pesado, las luces muy tenues en la ciudad, dudaba, pero el feligrés sacó de sus alforjas dos billetes de cincuenta soles de oro, él se quedó estupefacto, abrió sus pequeños ojitos por la sorpresa, pocas veces había visto en su vida esos billetes.

Se dejó convencer, total no era más de una hora ida y vuelta, pero cien soles valían la pena, abrió la puerta del costado y el desconocido subió al carro y emprendieron el viaje, por la carretera que va a Concepción. Durante el viaje, el desconocido se hizo conocido, se presentó, se llamaba Candelario Ramírez, de Comas, alturas de Concepción tierra de la rica papa, era mayorista y había cerrado un buen negocio, vendió la producción de papas de su estancia.

Rica Pinta asentía lo que escuchaba, con monosílabos, lo estaba estudiando, era un zorro de la vida y la carretera, poco a poco el tal Candelario le contó sus penas y desdichas, le dijo que en Jauja tenía una novia, que esa tarde había caído por sorpresa y la había encontrado con otro fulano, justo en la cama que había comprado y que debían disfrutar en pocas semanas después de su matrimonio.

Lo peor de todo es que ella ni se inmutó, al contrario lo despidió en el acto y le dijo que no lo amaba, que se casaría con el sorprendido hombre con quien la pilló, Rosario Bastellanos, así se llamaba la novia. Rica Pinta sonrío al escuchar el nombre de la mujer, él adolorido hombre preguntó si la conocía, él dijo que no y prosiguió con su atención en la carretera.

Por dentro se cagaba de risa, pensó-la tenía bien guardada la pendeja Charo- quién no conocía a esta mujer, él mismo la había sacado de dos problema con pantalones. Por el momento decidió guardar silencio sepulcral, “en boca cerrada no entran moscas”-decía siempre-, en fin no era su problema. Allá el cojudo este, que se joda por confiado. Algunas mujeres nacen con su destino tatuado en la espalda.

Candelario, estaba como toro de lidia antes de la corrida, bufando por los cuatro costados. Mandó al carajo a la mujer, agarró lo que encontró en ese momento y destrozó la cama nueva, mientras Charo ni se inmutó ante la reacción, es más lo miró provocadoramente, él hombre herido en sus sentimientos casi agarra a patadas al rival, que se protegió detrás de la novia quien permanecía desafiante frente a este.

Después optó por salir de la casa, puteando pateo una silla que se le interpuso, rompió un jarrón japonés, mientras la futura suegra defenestrada, se deshacía en disculpas por el mal comportamiento de la hija y lo despedía con lágrimas de cocodrilo, como toda madre que trata de disculpar a la hija. Candelario respondió con un-métase las disculpas entre las piernas ¡vieja alcahueta!- dio un portazo y salió a la calle.

Decepcionado, más que compungido y adolorido, se fue a la cantina “El Piso Rojo”, famoso no por sus tragos calientitos, o su buen cañazo, sino por las mujeres que ejercían el más antiguo oficio del mundo. Ricas cholas traídas de Satipo, la tierra de mujeres calientes, que sabían hacer su trabajo y lo hacían bien.

Brindaban compañía y amor a cambio de dinero, era un intercambio comercial que muchos hacían uso y algunas veces abuso, Candelario esa tarde se perdió en los brazos de dos damiselas, acompañado de los tragos lujuriosos y dejó algunos billetes en las manos de ambas mujeres, que agradecían el momento en que llegó el forastero a la cantina.

Mientras la noche avanzaba, la carretera gris se abría al paso de la “centella roja” así le puso como nombre a su carro, el Rica pi…; el río Mantaro a su diestra junto a la riel del tren supermacho, que serpenteaba el camino y el hombre hablaba y hablaba, soltaba todo su dolor, toda la mierda guardada por la decepción sufrida, todo lo vomitaba. Una pesadilla se había convertido la vida de Candelario.

Mientras Rica Pinta guardaba silencio profundo escuchando y anotando en el fondo de su cerebro lo que escuchaba, datos importantes de personas que conocía, todo de golpe le llegó a sus sentidos y calló, como debía ser, como lo marcaba el momento, como lo pedía el destino.

Faltaba poco para llegar a Huancayo, había pasado raudamente por Concepción, que dormía bajo el manto de la oscuridad, mientras el pasajero, poco a poco, por el cansancio, por los tragos, se apagaba, el sueño y el desaliento le ganaban la batalla esa noche, mientras Rica Pi… diestramente conducía su vehículo por la carretera que se abría a su paso, como las fauces de un cocodrilo. Estaba a mitad del destino de Candelario.

Rica Pinta, conducía con destreza, tenía casi 15 años manejando por las carreteras viejas de su vida, por ello, no le llamó la atención el dolor del feligrés, solo lo compadecía en su interior, pero se había metido con una vividora, con una mujerzuela, claro, Candelario Ramires, era un cholo inocentón que creía a pié juntillas, lo que la mujer le decía, en su ausencia ella tenía otros compromisos antelados.

Candelario dormía con un ronquido sideral, parecía camión viejo haciendo requiebros por encender, R P se dejó llevar por los recuerdos y se vio asimismo en una calle de Jauja una noche friolenta, varios meses atrás, conduciendo su poderoso Ford.

De la casa de Rosario salía música que invitaba a bailar, se detuvo porque vio a Marcial un amigo de infancia, deja de trabajar-le dijo- vamos a divertirnos, hay fiesta en casa de Charo y han venido unas hembritas ricas de Huancayo, y se necesita más puntas para la diversión, la noche promete ser buena e inolvidable.

Al principio él no quiso quedarse, pero, al ver ingresar a una chica guapa llamada Melissa, como que sintió la imperiosa necesidad de estar allí mismo, en el centro de la acción. Esa mujer lo atraía como el imán al hierro, la deseaba en secreto, para él fue una sorpresa, nunca pensó encontrarla en una de las famosas fiestas que armaba Charito, en esos bacanales no había pierde, todos eran ganadores.

Más por curiosidad, que por otra cosa, dejó el carro asegurado e ingresó a la reunión, había varios patas que le eran desconocidos, pero igual, a él eso no le hacía mella, total cada quien con su tema. Los dos amigos se juntaron y entablaron conversación con varias chicas, así poco a poco entraron en confianza, mientras la música poco apoco se adueñaba del ambiente.

A los diez minutos ya estaba bailando con Melissa, ella se dejaba llevar por los fuertes brazos del Rica P…, este hábilmente acariciaba la cintura de su acompañante, ella experimentada en esos menesteres le seguía la corriente, de rato en rato le mandaba una mirada insinuadora, él observaba a las demás parejas, todos estaban organizados, solo quedó una chica simpática, sola esperando con un trago en la mano y siguiendo el compás de la música.

Esa noche Rica P… se realizó, amó a esa mujer hasta las últimas consecuencias, ella se perdió en sus poderosos brazos y en el verbo florido de un don Juan provinciano muy experimentado y en las sabanas floreadas de un hotelucho de cuarta. Allí en ese lugar se amaron hasta la saciedad, luego del amanecer cada uno se fue por su rumbo y Rica P… recogió su viejo Ford y se dirigió a su casa, no sabía que le iba a decir a su mujer, pero de algo estaba seguro había gozado como un cerdo con ese cuerpo esplendoroso, joven y durito.

La luz de entrada de la calle Real de Huancayo lo volvió a la realidad, despertó a su pasajero y le dijo que ya estaban llegando, el pasajero lanzó una imprecación, aún sentía el dolor del engaño y le dijo que lo dejara cerca de un restaurante para tomar un buen caldo de gallina, invitó a Rica P y juntos como dos viejos amigos se dirigieron a los agachados en la calle Huánuco, doña Manuela tenía el mejor caldo de gallina en Huancayo.

Así era Rica P…, buen amigo, buen taxista y un aprovechado, se quedó en Huancayo hasta el día siguiente, no sin antes despedirse de su ocasional amigo, a quien puso al día, con pelos y señales sobre el curriculum de Charito. Candelario agradeció la información y se despidió un tanto compungido, pero así es la vida, qué se puede hacer, de todo hay en este valle del señor.

Rica Pinta despertó temprano, echó gasolina de 84 al viejo Ford y emprendió el regreso a Jauja con sus bien ganados cien soles en el bolsillo y calculando varios días de descanso, se sintió un Jeque y dueño de la situación. Iba a cien por hora, cantando una de la Sonora Matancera, a esas horas muy pocos vehículos se movían por la carretera.

Al llegar al cruce con la carretera a Ocopa, se le cruzó un hato de reses, felizmente su pericia hizo que evitara la colisión y sufriera un accidente grave, eso es lo que él pensó. Lo cierto es que a los treinta minutos, su esposa recibió una llamada en Jauja, RP había fallecido en el acto en un accidente al evitar el choque contra las reses se empotró en un cerco perimétrico.

Adiós Roberto Carlos “RP”, no pudiste completar tus sueños...

Jaime de los Andes


Cuando Jaime llegó a la capital, no vino de vacaciones como todo provinciano a gozar de un merecido descanso, ir al zoológico cerca a la laguna de Barranco, pasear en bote en el Callao, a gozar del mar en la playa aguadulce, o conocer la Herradura, ver televisión en el parque Castilla y comer helados, no, llegó a Lima para hacer curso vacacional, pues había desaprobado dos cursos en el primer año de secundaria, en un colegio de su tierra natal.

Durante el tiempo que duró el curso de vacaciones, vivió en el departamento con unos tíos en el Rimac, el gran barrio de abajo el puente, justo en la calle Ricardo Bentín, muy cerca de la GUE del mismo nombre, famoso por ser el Colegio del nene Teófilo Cubillas, gran rival del Mariano Melgar de Breña, cuna de los carasucias del Defensor Lima.

Sus primeros pasos lo llevaron a explorar, conocer las calles y avenidas aledañas, el local del Club Sporting Cristal, la Pampa de Amancaes, el cuartel del Rimac. Lo que más le gustaba era ir a pasear en tranvía por la Francisco Pizarro hasta la Plaza Bolognesi o a la Avenida Brasil y regresar, muchas veces sin pasaje y prendido de la baranda.

Estudió la vacacional en el colegio Guadalupe de gran estirpe y tradición escolar. Mucho esfuerzo le costó lograr asimilar la cultura costeña, totalmente diferente a la andina o serrana como decían sus compañeros. Más aún si de niños se trataba, pues existía una velada antipatía por los serranos, como hasta hoy.

En la casa vivía con sus tíos que generosamente le brindaron hospedaje, alimentación y compañía la de sus primos, menores que él. A Jaime le gustaba la lectura, era uno de sus pasatiempos favoritos, el otro era cantar y tocar guitarra que aprendió mirando a sus amigos y practicando en casa. Por sus ojos pasaron desde diarios y revistas, hasta novelas de Corín Tellado e historias de vaqueros de Marcial la Fuente Estefanía.

En la biblioteca del departamento, leía con gran interés diferentes libros, más su curiosidad e interés por la edad, lo llevaba a leer libros sobre sexología de la colección Readers Digest, una de las mejores colecciones.

El tío Martín era empleado en el ministerio de educación, también trabajaba como profesor en una academia particular. Tenía varios hijos y necesitaba buscárselas para mantenerlos. Trabajaba sin descanso, siempre trató a Jaime con deferente cariño. Lo llenaba de consejos, algunos los seguía, otros los tiraba por la borda, total el tío era de otros tiempos.

La tía Rosa era enfermera trabajaba en un hospital de la ciudad, era un poco jodida, tenía una mirada de búho y claro para ella primero eran sus hijos. Era una mujer celosa, el tío era simpático, ella era “buena gente” y bien desconfiada. Se ponía bravaza los viernes y hacía un montón de teatro cuando el tío llegaba con sus tragos, pero él en sus trece.

La tía hasta lloraba con unos lagrimones los cocodrilos quedaban chiquitos, quería manejarlo al tío, era mayor que él por tres años, se notaba cuando iban juntos por la calle, algunas chicas miraban de reojo al tío, ella se ponía como un pichín, a veces le daba desmayos de teatrera, no quería que el tío saliera, pero él ni la tos. Jaime la observaba disimuladamente, porque anteriormente se había ganado unos buenos ajos y cebollas al ser sorprendido escuchando, claro después que el tío Martín salía de la casa.

Ambos se ausentaban desde muy temprano y llegaban en la tarde, la tía Rosa llegaba primero normalmente a las 5 p.m. Mientras el tío casi entre las 8 y 10 p.m., algunas veces se retrasaba con los amigos, especialmente los viernes en que le echaba unos tragos, tenía todo el derecho. Jaime regresaba a la 1 p.m. de la vacacional, almorzaba y hacía sus tareas, controlaba a sus primos y aprovechaba para ver televisión por las tardes.

A la casa asistía diariamente una señora que se llamaba Marisela de aproximadamente 30 años. Morena, guapa, de buen cuerpo, que ayudaba en el cuidado de los niños y se encargaba de las labores de la cocina, lavado, limpieza y planchado.

Cuando llegaba la tía Rosa se retiraba para ir a su casa, atender a su esposo y su hija de dos años, que vivían a pocas cuadras del departamento de los tíos. Algunas veces disimuladamente, como quien va a comprar pan, Jaime la siguió para conocer dónde vivía. Ella nunca se dio cuenta, o le pareció a Jaime que no se daba cuenta. Ella le había brindado más de un simple sonrisa.

La mujer cada vez que se cruzaba con Jaime le lanzaba una mirada impropia y una sonrisa sensual, que él a sus escasos trece años no entendía, o no quería entender. Lo ayudaba con las tareas y le hacía preguntas en doble sentido. Se percató que Jaime la observaba turbadamente con ojos de deseo, de ese deseo que un púber como él sentía recorrer por todo el cuerpo y se le detenía en la entrepierna.

En las tardes se dedicaba a estudiar en el comedor de la casa, muy cerca de la cocina y de la lavandería. Algunos momentos de estudio los distraía llevando su mirada y recorriendo las formas anatómicas bajo el estrecho pantalón que usaba Marisela, mientras arreglaba la ropa y la planchaba. Sus movimientos, actitudes y su sonrisa burlona, no le eran indiferentes.

Una mañana que no tenía clases al pasar por la estrecha cocina hacia el comedor, lo aprisionó contra la pared y le dio un beso ardiente, que no supo corresponder. Lo agarró de sorpresa, no supo que hacer, solo atinó a quedarse parado. Sintió en su pecho la dureza de sus pezones, su aliento a mujer madura y también el deseo sensual que dominaba su cuerpo entero.

Luego lo dejó pasar lentamente, prolongando el contacto, con la intención de continuar aprisionándolo a la pared. Sintió sus manos que anhelantes buscaban, hurgaban su cuerpo, solo atinó a sonreír nerviosamente. El desconcierto lo había paralizado, poco a poco ella se alejó, no sin antes tocar y acariciar su pene por encima del pantalón, sonriendo maliciosamente.

A partir de ese momento Jaime descubrió realmente su sexualidad y esa mujer de treinta años, una tarde en que casi todos estaban ausentes en la casa, lo hizo suya. Era una mujer muy ardiente y su erotismo brotaba por los poros. Una maestra en al arte amatorio frente a un aprendiz, a quien llevó de la mano por los senderos de la pasión y la sensualidad.

Jaime muchacho al fin, con toda la virilidad y potencia no descansó hasta que terminó besando su cuerpo entero. Se detuvo nerviosamente a pedido de ella, por unos segundos interminables en su sexo que, latía como un corazón y se abría como una rosa para penetrarla. Esa mujer a sus escasos trece años lo desvirgó, lo hizo hombre. Le enseñó todo lo que teóricamente había aprendido en los libros de selecciones respecto al sexo. Los encuentros se sucedieron varias veces, en distintos lugares, buscando el momento oportuno.

Un sábado por razones desconocidas no vino a trabajar, Jaime acompañó a su tía a buscarla a su casa. Los atendió su marido con una niña en brazos, él pensó que se había quedado en casa trabajando. Luego salió su madre y se sorprendió por nuestra presencia y se puso a llorar desconsoladamente. Algún detalle sabía la madre de su hija. Algo que el marido ignoraba, fue el ultimo en enterarse.

Regresaron a casa, la tía más molesta que preocupada por sus hijos, el trabajo, la cocina, el lavado y los cuidados para sus pequeños hijos. Jaime sorprendido y entristecido por la ausencia de Marisela continuó con sus actividades normales de estudiante. Seguía asistiendo al colegio Guadalupe, felizmente aprobando los controles y exámenes.

Una tarde casi al finalizar el verano Marisela apareció radiante y la tía Rosa la recibió nuevamente pidiéndole se volviera a quedar. Cuando sus miradas se encontraron en el reducido espacio, se dijeron todo, Jaime se alegró mucho, ella sonrió, le dijo ¡hola!, una seña y muy queda le dijo después conversamos, él la notó cambiada, pero quizás solo le pareció.

Jaime se dio cuenta que la había extrañado horrores, la había buscado en sus sueños eróticos y húmedos, había deseado su sexo en sus labios para sentir su estremecimiento. Había sentido la perfección de sus formas en sus fantasías, alguna noche despertó sudando y con un deseo sensual incontrolable.

Pero al seguirla observando en sus labores, algo dentro de sí le dijo, que ella estaba cambiada, no era la misma que antes le pedía hacer sexo y le juró amor. Por eso cuando le pidió nuevamente ir a la cama, ella lo miro de pies a cabeza, soltó una gran carcajada y le dijo que ya no se acostaba con chiquillos.

Jaime se sintió despreciado, desilusionado, dolido, nunca antes había recibido un trato tan despreciable de ella. Se retiró a su habitación y la tristeza le arrebató el alma, lloró incansablemente, más por el desprecio que por otra cosa, pero entendió finalmente que había perdido a su primera mujer.

Cuando Marisela se despidió de los tíos esa tarde, las lágrimas nublaron los ojos de Jaime. Pidió permiso para salir y la esperó en la calle. La siguió inicialmente con la vista, luego disimuladamente por las viejas calles bajopontinas, por varias cuadras la observó, caminando, escondiéndose para que no lo vea.

Ella en una esquina se encontró con un muchacho mayor que él, los vio besarse con pasión y caminaron juntos tomados de la mano pero en dirección contraria a su casa. Ese muchacho no era su esposo, él conocía bien al marido. Ella volteó la vista, lo buscó con la mirada y sonrió maliciosamente feliz en los brazos de su amante.

Jaime quedó plantado como un algarrobo en medio de la pista, mirando como se alejaba su mujer en brazos de otro. Dio media vuelta y escondió unas lágrimas en la palma de su mano. Corrió hasta la casa y se quedó un rato en la entrada del edificio pensativo, dudando de ingresar o no. Luego en un arranque de dolor, subió corriendo ingresó a su dormitorio y cerró la puerta.

EL "CHINO" KYOTO



Cuando conocimos al "chinito" Kyoto eran los años sesenta, estábamos en cuarto de secundaria en la GUE Mariano Melgar, en el distrito de Breña. El chino nos llevaba por lo menos tres años en edad y en estatura otro tanto, era robusto, un lindo “bebecrece”.

Era corpulento, fácilmente pasaba como una persona mayor. Con saco y corbata era un adulto perfecto. Lo único que lo delataba era una sonrisa abierta en su cara redonda de niño. Así era el chinito alegre y pendenciero.

La madre del chino, era una japonesa que en la década del cuarenta había llegado a Lima y se estableció inicialmente en Huaral y luego llegó al barrio. Administraba una tienda en la esquina de Pumacahua con José Leal en Lince. Era la clásica tienda del chino, qué barrio limeño no tuvo su “chino de la esquina”.

En esa tienda vendía toda clase de abarrotes, Kerosene y también alcohol barato. La madre se llamaba Rosa, hablaba un castellano ininteligible, mezclado con japonés. En cambio el hijo era un chino acriollado, se las sabía todas completitas de pe a pa.

El chino tenía un hermano mayor, Enrique ambos ayudaban a su madre en la venta de productos de primera necesidad. Se turnaban en la atención al público. Pero también repartían pedidos a domicilio, hoy se llama “delivery”, el chino lo había descubierto muchos años antes, en la década de los sesenta.

Aparte del tradicional kerosene para las amas de casa, expendía licor de mala calidad en la trastienda denominada “la cámara de gas” a los borrachines del barrio, trabajadores, cargadores de carne, verduras y pescado del mercado de Risso.

Muchos de ellos eran pobres seres humanos que buscaban la salvación de su alma, olvidar un amor no correspondido o simplemente embriagarse hasta perder la razón. Ingresaban al mediodía y a las 4pm salían dando traspiés y zigzagueando por la pista, toreando a los pocos carros que circulaban, con los dedos amarillos de tanto fumar cigarrillos Inca.

Kyoto era un muchacho muy despierto para su edad. Mientras nosotros pensábamos en estudiar, hacer las tareas o, en enamorar a las colegialas del Fannig y Elvira García y García. Él actuaba a su libre albedrío, tomaba sus propias decisiones, ni su hermano se metía, porque el chinito también tenía mal carácter, además ambos no invadían territorios ajenos.

Pensaba y procedía enfundado en su propia sensualidad, abordaba temas mayores, como hacerse la vaca. Ir al cine a ver películas para mayores de 21 años en los cines de Barrios Altos y terminar en el burdel de la avenida México, con la mejor puta, del gran salón “Las intocables”. Vaya sí fuimos algunas veces a pecar como todo muchacho de barrio.

Estudiábamos en horario doble, mañana y tarde, usábamos uniforme comando color beige, con cristina, insignia y galones en las hombreras. Éramos tres amigos que con uniforme tipo comando, algunas veces en la Cocharcas-José Leal y otras en bicicleta íbamos al Melgar en Breña.

Cuando llegábamos retrazados como suele suceder algunas veces, cuando se es alumno. Teníamos que ver la cara avinagrada y el garrote en las garras, digo en las manos del regente, a quien apodamos cariñosamente como KKCK, por el color de su piel y su gran parecido.

Kyoto tenía una rutina los días miércoles, era su día, en las tardes solo tenía una hora de clases, por lo que aprovechaba para hacerse la vaca, así se decía cuando en esos años se faltaba al colegio. Algunas veces por curiosidad primero y luego porque era “sin gas”, sin gasto claro está, participábamos en esas andanzas, pues estábamos a propina y el quería nuestra compañía, porque además era bien amiguero.

Acompañábamos al chino en sus travesuras y caminatas, junto con el negro Rodrigo, un sullanero que llegó al barrio por esos tiempos. Nos divertíamos al máximo en aquellas aventuras y experiencias juveniles, cuando Lima era diferente. El tranvía y los colectivos aún circulaban por sus viejas calles y avenidas.

La primera etapa era hacer tiempo hasta las siete de la noche. Lo normal en esos tiempos era hacerse la “vaca”, o la pera. Con el chino asistíamos a los partidos de fútbol de la primera división en el Estadio Nacional. Los escolares pagábamos media entrada, bonita manera de estudiar.

El chino se encargaba de eso, pues el “cajoneaba” con cariño antes de ir al colegio por la tarde. En el Nacional los vendedores de cigarros, de maní y café con su veneno más, lo reconocían al toque y se le acercaban. Los tres sentados en la tribuna Sur del Nacional, espectábamos los partidos y engullíamos el maní que compraba generosamente. El chino era goloso para el maní, los cigarros y especialmente para las mujeres.

Para llevar esta forma de vida el Chino se agenciaba las propinas, aprovechaba que su madre disfrutaba de una bien merecida siesta del medio día y el chino sapo, “cajoneaba”, le sacaba un sencillo del cajón donde su madre guardaba el producto de las ventas, pero además la madre le daba para el pasaje en el Bus. Doblemente ganador el chinito.

Así mientras el vendedor de maní vociferaba”Maní, maní, de la chacra de María Félix”, nosotros nos torcíamos de risa. El chino que era caserito también festejaba esta ocurrencia del vendedor y le compraba maní en grandes cantidades. Golosina del que dábamos cuenta los tres, bien uniformados pero disimulados con una casaca encima.

Al finalizar los partidos el chino se despedía y nosotros. El negro Rodrigo y yo regresábamos caminando al barrio, intrigados, preguntándonos a dónde se iría. Hasta que un día nublado de Agosto, con el frío atornillado en el cuerpo, al término de los partidos le pedimos acompañarlo. Prácticamente lo presionamos, el chino se rió maliciosamente. Su respuesta fue una pregunta, para qué quieren saber, vayan a sus casas a estudiar..

Al principio no quiso, dijo que éramos muy chiquillos para esos trajines. Luego de pensarlo por unos largos minutos, aceptó, no sin antes darnos las recomendaciones del caso, así conocimos México, el burdel de moda por aquellos días.

Nos contó que luego del estadio se iba al Cine Conde Lemos en Barrios Altos a ver una película para mayores de 21 años. Esas películas donde ver el hombro o la mitad de la pantorrilla de una mujer eran calificadas como pornográficas. Muchos cucufatos habían vetado varias películas de este tipo, existía la censura.

Luego al término de la película con el cuerpo, la mente preparada y las hormonas en su punto de ebullición. Kyoto iba a satisfacer sus necesidades sexuales con una puta en “las Intocables” de la avenida México. Finalmente regresaba feliz a casa con una sonrisa de oreja a oreja.

Al término de la secundaria, mientras buscábamos trabajo para sobrevivir como cualquier mortal, enfrentando la competencia. Los sábados el chino enfundado en su mandil de faena más gris que blanco ayudaba a su madre en la tienda. Él se encargaba de repartir los pedidos de abarrotes a las casas cercanas.

Por esos tiempos le había echado lente a Débora una madre soltera, loretana, sensual decían. Las viejas chismosas del barrio aseguraban que trabajaba en el oficio más antiguo del mundo. Nosotros la mirábamos entre inocentes y pecadores, cuando caminaba y movía las caderas cadenciosamente y nos regalaba una sonrisa burlona, ella sabía que nosotros sabíamos su secreto, pero igual, solo con el chinito aflojó.

Ella sabía lo que le gustaba al chino, al principio con su caminar cadencioso y sensual iba a la misma tienda para comprar, lo miraba al chinito con esa mirada de roba corazón y de te espero, ya sabes donde. El mismo chino la atendía y entablaban una conversación entre risa y risa, mientras la madre estaba descansando.

Con el tiempo ella no necesitaba salir de su departamento, mandaba a su muchacha con una lista de productos o lo mandaba llamar con algún amigo desde su ventana que daba a la José Leal. El chino ni corto ni perezoso acudía de inmediato al llamado del placer.

El chino muy solícito él, rápido salía de la tienda, nos sonreía al paso. Mientras nosotros observábamos esa maniobra desde la esquina. El chino tocaba la puerta y pasaba a entregarle a Débora el pedido solicitado. Ella agradecida rápidamente, como corresponde y era su costumbre, asumía su rol imperturbable y le curaba el estrés.

Un buen día desapareció el chino Kyoto junto a su familia, el barrio perdió a su chinito de la esquina. Todos dijeron el chino se fue con la garúa invernal. Alguien aseguró que se dedicarían a criar pollos en una granja en las afueras de Lima. Nunca más lo vimos, no supimos ni una palabra, se perdió en el tiempo. Solo quedaron estos recuerdos, pero el chino debe estar vivo aún, por algún lugar de esta Lima gris y llena de garúa.