Era una noche fría, el viento soplaba con ruido ensordecedor, las primeras gotas de lluvia caían sobre él, su viejo sobretodo inglés y el anticuado sombrero de su padre, protegían la incipiente calvicie que los años dejaban irremediablemente a su paso, mientras el ruido de la lluvia repiqueteaba al caer al suelo, su mente afiebrada avivaba sus malsanos pensamientos.
Roberto esperaba agazapado en una esquina, bajo la mortecina luz de un farol tan antiguo como la edad de sus abuelos a quienes el destino arrebató aún siendo niño y su padre que había fallecido la semana pasada; casi escondido, con sus ojos escrutadores miraba el panorama solitario, en un barrido ocular que despintaba la lluvia, no se le escapaba nada, ni nadie.
Desde su escondite vio a Rafael ingresar a la casa de Delia una mujer casada que le abría la puerta, el marido estaba enfermo y era de mayor edad, ella era una mujer muy joven, necesitaba con ansiedad ser amada, las sorpresas que guardaba y escondía la noche, bien decían que de noche “todos los gatos son pardos”.
Roberto rumiaba en silencio, su venganza tantas veces postergada por mil razones, pero esa noche de todas maneras lograría lo que tanto había esperado, el plan era perfecto y no podía fallar, así esperaba paciente a su victima, que pasara por ese lugar, por el que como un novenario de una beata, pasaba todas las noches rumbo a su hogar después de juerguear.
Pero, quién era la victima y ¿Por qué se demoraba tanto? , miró su reloj, contó el avance de las manecillas, le pareció que el tiempo volaba, había un retraso de 15 minutos, sentía que la paciencia se le agotaba, agarró con firmeza el arma escondida que llevaba en la cintura, lanzó una imprecación que ni se reconoció.
Maldijo mil veces a su próxima víctima, se había burlado de su hermana, la había utilizado como un objeto sexual, su pobre hermana sufría lo indecible, porque en sus entrañas llevaba el fruto de una violación. Arrancaría de este mundo al autor de tan execrable hecho, que hacía sufrir a sus padres y a su otro hermano, quien impotente por su malformación física, cada noche salía a buscar diversión, más por cobardía que por otra cosa.
De pronto a lo lejos aparece la silueta de una persona que camina en su dirección. Toma todas sus precauciones para no delatarse, mientras el desconocido avanza con paso lento, aparentemente cuidando no dar un mal paso,- los tragos y el juego fueron exuberantes- . Llevaba una gran perdida en los bolsillos, que diría a Mercedes, el dinero para pagar a los trabajadores se había esfumado en las garras de los tahúres nuevamente en el maldito casino.
Mientras tanto la lluvia aceleraba sus pasos, Roberto trata de escrutar a través de la fina lluvia, descubrir e identificar a la persona que se acercaba hacia él. Trata de adivinar, si es la persona que esa noche tiene una cita con la muerte en sus manos. La lluvia se intensifica, suena un trueno a lo lejos y un haz de luz ilumina el ambiente, Roberto se pega como chicle a la pared, buscando no ser descubierto.
Tenía que estar seguro que era él, no podía fallar esta vez. Mientras el otro avanzaba a una cita que ni el mismo podía adivinar, iba sonriente, había gozado de los placeres mundanos que le ofrecía el casino. Juego y mujeres una combinación letal para los bolsillos angurrientos, pero que alimentaban su espíritu y naturaleza sensualista.
La lluvia caía sobre las calaminas del techo de la casa adyacente, martillando un sonido raro. Parecía una canción lúgubre, triste, melancólica, era el presagio de una muerte segura que el destino le programaba. Poco a poco el desconocido se acercaba, faltaba pocos pasos para llegar a la altura de Roberto.
Roberto lleva la mano a la cintura saca la pistola y quita el seguro, esperó, contuvo la respiración, tenía temor que él otro se diera cuenta, que lo descubriera y todo fuera un fracaso, quería aprovechar la sorpresa, disparar dos tiros en plena frente, tirar el arma y salir caminando, felizmente estaba con guantes y no dejaría huellas.
Mientras el otro que venía silbando una vieja canción, casi a dos pasos de distancia, se detiene bruscamente, saca su cajetilla de cigarros y prende uno, el haz de luz le da en el rostro, lanza una bocanada, la precipitación apaga el cigarro y el agua se dispersa por el camino, la lluvia cuenta sus gotas cada vez con más fuerza.
Roberto está apuntando a su enemigo, cuando está a punto de disparar, reconoce a la persona que esperaba, se percata con gran sorpresa que se trata de su hermano menor Jorge, quien lo reconoce al instante pese a los tragos que llevaba en el cuerpo, le sonríe y pregunta ¿qué haces escondido hermano?, no me dirás que Mercedes te ha mandado buscarme.
Roberto lanzó una imprecación, maldijo el momento, el azar, la coincidencia, el instante, el lugar, guardó rápidamente la pistola, su hermano no se percató de la maniobra. Por un momento pensó -casi mato a mi propio hermano Jorge- que regresaba como todas las noche del casino, se abrazan ambos y en el momento que van a emprender el camino juntos, a su lado pasa Samuel Aragonés, -qué hacen los hermanos Castrillón a estas horas en medio de la lluvia-
Ambos contestan el saludo y Roberto solo atina a mover su cabeza abrazando a su hermano, piensa- ¡maldito te salvaste hoy!
Roberto esperaba agazapado en una esquina, bajo la mortecina luz de un farol tan antiguo como la edad de sus abuelos a quienes el destino arrebató aún siendo niño y su padre que había fallecido la semana pasada; casi escondido, con sus ojos escrutadores miraba el panorama solitario, en un barrido ocular que despintaba la lluvia, no se le escapaba nada, ni nadie.
Desde su escondite vio a Rafael ingresar a la casa de Delia una mujer casada que le abría la puerta, el marido estaba enfermo y era de mayor edad, ella era una mujer muy joven, necesitaba con ansiedad ser amada, las sorpresas que guardaba y escondía la noche, bien decían que de noche “todos los gatos son pardos”.
Roberto rumiaba en silencio, su venganza tantas veces postergada por mil razones, pero esa noche de todas maneras lograría lo que tanto había esperado, el plan era perfecto y no podía fallar, así esperaba paciente a su victima, que pasara por ese lugar, por el que como un novenario de una beata, pasaba todas las noches rumbo a su hogar después de juerguear.
Pero, quién era la victima y ¿Por qué se demoraba tanto? , miró su reloj, contó el avance de las manecillas, le pareció que el tiempo volaba, había un retraso de 15 minutos, sentía que la paciencia se le agotaba, agarró con firmeza el arma escondida que llevaba en la cintura, lanzó una imprecación que ni se reconoció.
Maldijo mil veces a su próxima víctima, se había burlado de su hermana, la había utilizado como un objeto sexual, su pobre hermana sufría lo indecible, porque en sus entrañas llevaba el fruto de una violación. Arrancaría de este mundo al autor de tan execrable hecho, que hacía sufrir a sus padres y a su otro hermano, quien impotente por su malformación física, cada noche salía a buscar diversión, más por cobardía que por otra cosa.
De pronto a lo lejos aparece la silueta de una persona que camina en su dirección. Toma todas sus precauciones para no delatarse, mientras el desconocido avanza con paso lento, aparentemente cuidando no dar un mal paso,- los tragos y el juego fueron exuberantes- . Llevaba una gran perdida en los bolsillos, que diría a Mercedes, el dinero para pagar a los trabajadores se había esfumado en las garras de los tahúres nuevamente en el maldito casino.
Mientras tanto la lluvia aceleraba sus pasos, Roberto trata de escrutar a través de la fina lluvia, descubrir e identificar a la persona que se acercaba hacia él. Trata de adivinar, si es la persona que esa noche tiene una cita con la muerte en sus manos. La lluvia se intensifica, suena un trueno a lo lejos y un haz de luz ilumina el ambiente, Roberto se pega como chicle a la pared, buscando no ser descubierto.
Tenía que estar seguro que era él, no podía fallar esta vez. Mientras el otro avanzaba a una cita que ni el mismo podía adivinar, iba sonriente, había gozado de los placeres mundanos que le ofrecía el casino. Juego y mujeres una combinación letal para los bolsillos angurrientos, pero que alimentaban su espíritu y naturaleza sensualista.
La lluvia caía sobre las calaminas del techo de la casa adyacente, martillando un sonido raro. Parecía una canción lúgubre, triste, melancólica, era el presagio de una muerte segura que el destino le programaba. Poco a poco el desconocido se acercaba, faltaba pocos pasos para llegar a la altura de Roberto.
Roberto lleva la mano a la cintura saca la pistola y quita el seguro, esperó, contuvo la respiración, tenía temor que él otro se diera cuenta, que lo descubriera y todo fuera un fracaso, quería aprovechar la sorpresa, disparar dos tiros en plena frente, tirar el arma y salir caminando, felizmente estaba con guantes y no dejaría huellas.
Mientras el otro que venía silbando una vieja canción, casi a dos pasos de distancia, se detiene bruscamente, saca su cajetilla de cigarros y prende uno, el haz de luz le da en el rostro, lanza una bocanada, la precipitación apaga el cigarro y el agua se dispersa por el camino, la lluvia cuenta sus gotas cada vez con más fuerza.
Roberto está apuntando a su enemigo, cuando está a punto de disparar, reconoce a la persona que esperaba, se percata con gran sorpresa que se trata de su hermano menor Jorge, quien lo reconoce al instante pese a los tragos que llevaba en el cuerpo, le sonríe y pregunta ¿qué haces escondido hermano?, no me dirás que Mercedes te ha mandado buscarme.
Roberto lanzó una imprecación, maldijo el momento, el azar, la coincidencia, el instante, el lugar, guardó rápidamente la pistola, su hermano no se percató de la maniobra. Por un momento pensó -casi mato a mi propio hermano Jorge- que regresaba como todas las noche del casino, se abrazan ambos y en el momento que van a emprender el camino juntos, a su lado pasa Samuel Aragonés, -qué hacen los hermanos Castrillón a estas horas en medio de la lluvia-
Ambos contestan el saludo y Roberto solo atina a mover su cabeza abrazando a su hermano, piensa- ¡maldito te salvaste hoy!