Aquél invierno de 1986 en el puerto
de Ilo, gélido y lluvioso, con algunos días de garúa y otros cargados de
neblina en las mañanas, quedó para siempre en el recuerdo de los niños, era la
temporada de máximo frío que se recuerde por estas latitudes, los pobladores
del puerto más austral del país, no recordaban otro período más frío que el de
ese año y era causado por a una masa de agua fría que se desplazaba desde la
Antártida. El viento de Sur a Norte llevaba las residuos químicos y cenizas que
la chimenea de la fundición de la empresa Souther Corporation evacuaba hacia la
atmósfera, y con ello contaminaba el aire, esos gases eran los responsables de las
enfermedades broncopulmonares de una gran parte de la población de Ilo,
principalmente los niños y también de la muerte de las grandes plantaciones de
olivo que hubo en este puerto en el pasado y cuando el viento dejaba de soplar, entonces
los gases tóxicos se esparcían por la ciudad y alcanzaban más al sur a las
viviendas de los trabajadores de un cuartel cercano, afectando la salud de los
personas a quienes les causaban picazón y escozor en la piel y especialmente la
garganta, muchas enfermedades causaban estas emanaciones dañinas que en forma
de lluvia ácida afectaba a la población y las flora de Ilo y de los pueblos
ubicados al Norte.
Las fábricas de harina de pescado
también hacían lo suyo contaminando el medio ambiente, sus malos olores se
esparcían con la dirección del viento y cuando el viento estaba en calma, esos
olores se acumulaban en la ciudad y alrededores; pero eran otras épocas, otros
tiempos, otros lugares olvidados y nadie le daba importancia a la protección
del medio ambiente, la contaminación ambiental y el calentamiento global, esos
serían conceptos que se pondrían de moda a fines de la década del 2000 e ingresando
al Siglo XXI. Cuando llegaba el verano,
todo cambiaba, llegaban turistas de todos lados, la ciudad ardía de felicidad, era
un bullicio y la alegría contagiosa, como todo puerto, había bares, discotecas
y otros lugares de diversión nocturna, había dinero y por tanto la diversión
estaba a la vuelta de la esquina y estaba asegurada, especialmente para
foráneos y los vaporinos que llegaban al puerto en las grandes naves
comerciales que acoderaban en su gran muelle y permanecían varios días en su
bahía.
Los amaneceres en Ilo, eran
nublados y a media mañana se despejaba la neblina que llegaba del océano, pero la nubosidad permanecía durante buena
parte del día, por las tardes tibiamente se mostraba el sol, calentaba
brevemente el ambiente y se ocultaba en el mar, dejando una estela rojiza tras
de sí. Un conjunto habitacional denominado “José Joaquín Inclán” en la que
habitaban 20 familias conformaban la pequeña comunidad de vecinos, amigos y
compañeros de trabajo, la casa estaba ubicada a escasos 20 metros de la orilla
del mar y en las noches se sentía el crepitar de las olas que se estrellaban
contra los peñascos lejanos y muy cerca a la casa sus espumosas ondas besaban
la playa dormida y ausente.
Fue un día de julio cuando “Dick” llegó
a casa provocando gran alegría a todos, desde el primer momento los niños lo
mimaron y le facilitaron un lugar para dormir cómodamente abrigado, era un
cachorro de apenas dos semanas, muy llorón, extrañaba a su madre y parte de sus
primeras noches de adaptación a otro medio distinto al suyo, cambió la forma de
vida de todos, especialmente de los niños que tuvieron un motivo más para
alegrar y llenar sus vidas de aventuras, desde su primera noche su llanto
lastimero causaba desazón y pena en ellos, más que en los adultos, principalmente
en Mijaíl el mayor de los hijos, quien a sus escasos ocho años, sentía mucha
lástima al escucharlo llorar y ver que sus padres y hermanos descansaban, casi
siempre se levantaba en silencio, para no despertar a sus padres y se dirigía a
la cama del cachorro para consolarlo, lo tenía en su regazo por unos momentos, mientras
sus hermanos Rodrigo y Svetlana, descansaban plácidamente. Él sentía mucha lastima
por el animalito que al olfatearlo por un momento se callaba y movía la cola en señal de
reconocimiento; el silencio duraba muy poco, el pequeño animal reanudaba su
llanto lastimero y no paraba hasta la madrugada en que por cansancio se quedaba
dormido.
Para mitigar el frio diario los
niños vistieron a “Dick” con un polo pequeño raído por el tiempo y la Ña Pancha.
Observando detenidamente al cachorro nos percatamos que, por sus
características físicas no se podía determinar su raza de origen, nunca pudimos
adivinar cuánta mezcla había en su sangre, era de tamaño mediano, de pelo corto
y color crema, hocico negro, cola corta, de caninos inferiores que sobresalían por
encima de sus labios superiores y que le daban una apariencia fiera, su temperamento
heredado de sus padres desconocidos, influía en su comportamiento frente a los
diferentes estímulos externos y conforme crecía se hizo gruñón, se molestaba
fácilmente.
Cuando “Dick” tenía cinco semanas
de nacido y se paseaba muy campante por toda la casa, llegó “Rocky” apenas de
dos semanas, su dueño un odontólogo amigo nuestro nos lo obsequió, este era
pequeño, pelo mediano de color caramelo, hocico negro y patas negras, pecho
crema, cola larga, desde que llegó se
robó el cariño de toda la familia, era un cachorro muy dócil, al días
siguiente de su llegada “Rocky” fue
vestido con el mismo polo que utilizó Dick cuando llegó a casa; para qué se
hizo eso, de inmediato “Dick” al reconocer su polo que ya no utilizaba, con su
hocico prendido en la prenda, arrastró por toda la casa a “Rocky” que lanzaba ladridos lastimeros de susto y no
descansó hasta quitarle la raída prenda, que quedó rota e inservible para
futuros usos, se tuvo que improvisar con otra prenda para abrigar a “Rocky”, a
partir de ese momento hubo una competencia bárbara, una rivalidad entre ellos,
para los juegos y los alimentos, “Dick” mayor escasamente por tres semanas en
algunos momentos sobrepasaba su agresividad haciendo valer sus derechos y
antigüedad en la casa, luchaba por obtener la mayor atención de todos, cuando
los niños jugaban mayor tiempo con “Rocky”, “Dick” le mostraba sus grandes
caninos gruñendo, “Rocky” se retiraba de inmediato por instinto de conservación.
Conforme fue creciendo “Rocky”, “Dick” fue declinando en su agresividad y ambos
superaron sus diferencias de temperamento, “Dick” en algunas ocasiones se
ausentaba de la casa, aprovechaba que de lunes a viernes los padres trabajaban
y los niños estudiaban en un colegio de la localidad ubicada a 15 kilómetros,
por lo que ambas mascotas quedaban en el exterior de la casa, en calidad de
centinelas, mientras “Rocky” permanecía
en la puerta de la casa, “Dick” exploraba los alrededores y en algunas
oportunidades demoraba en regresar, hasta que una tarde, los vecinos nos
avisaron que habían visto a “Dick” muy cerca de la carretera a la ciudad, caminado
al parecer desorientado, nos preguntamos cómo pudo llegar hasta ese lugar
distante a más de tres kilómetros de la casa, así que de inmediato subimos
todos al Volkswagen rojo y fuimos en su búsqueda, estuvimos casi 10 minutos
buscándolo, en el lugar referido, a ambos lados de la carretera que era terreno
arenoso, lamentablemente lo encontramos tirado al lado de la carrozable
afirmada, había sido atropellado por un vehículo militar muy pesado y sus
ocupantes ni se percataron del can, que quedó tirado en medio de la carretera,
probablemente algún pescador que se desplazaba a pie, lo había colocado fuera
de la carretera en un lugar seguro, sentimos una tremenda congoja y los niños
se impresionaron al verlo inerte, trasladamos a “Dick” a la casa y lo enterramos
bajo un árbol de olivo que nos daba sombra en verano.
Los meses se sucedieron, “Rocky” alcanzó
un tamaño pequeño, no creció más y se convirtió en una mascota fiel y de buen
carácter, le gustaba realizar saltos acrobáticos, se desplazaba con el pecho
pegado al suelo como si estuviera rampando, y este movimiento acompasado lo
hacía además dando unos cortos ladridos y moviendo su cola de alegría, era un
perro digno de cualquier circo, lo llevaba en la sangre. Aproximadamente a un
kilómetro de distancia había otras viviendas ocupadas por trabajadores del
cuartel aledaño, y en esas casas los dueños criaban sus mascotas, algunas de
ellas eran hembras, pudimos observar que en algunas ocasiones “Rocky”
desaparecía de casa, lo buscábamos por todas las viviendas cercanas, por la
playa y nada, la primera vez, desapareció por varios días, los niños gritaban su nombre a los cuatro vientos, solo
el sonido del mar respondía al llegar sus aguas a la playa, no venía a comer,
pensamos que así como “Dick” se había perdido, “Rocky” también había seguido
sus pasos de explorador frustrado y especulamos no volverlo a ver más y los
niños nuevamente entristecieron, hasta que una mañana en que salíamos para dejar
a los niños en el colegio, divisamos a “Rocky” casi a 20 metros de distancia que
se dirigía hacia la casa, los niños corrieron a su encuentro con mucha alegría,
“Rocky” regresaba cual hijo pródigo, con huellas en el cuerpo después de haber
tenido varios combates, tenía mordiscos en diferentes partes del cuerpo, estaba
sucio, maloliente y con el rabo entre las piernas, totalmente agotado,
indagamos las razones y pudimos establecer que había estado de luna de miel con
una perrita color canela. Fruto de estos amores playeros, nacieron varios
cachorros en tres distintas madres, la mezcla era distinta, había cachorros
para todos los gustos.
Por razones de trabajo nos mudamos
de Ilo a Moquegua y allá viajó Rocky en primera, llevábamos a uno de sus hijos
de escasas tres semanas de nacido, una nueva casa, un ambiente desconocido que
poco a poco se le hizo familiar, en esos dos años que vivimos en esta ciudad
apacible, de clima agradable, de campos de cultivo con cerco perimétrico de
eucaliptos inmensos y árboles frutales, manzana, uva, melocotones y los famosos
damascos, además por supuesto del conocido y famoso pisco Biondi, no hubo
muchas aventuras perrunas, “Rocky” prácticamente se dedicó a su tarea diaria de
seguridad durante el día, apoyado por uno de sus hijos que vino acompañándolo
de Ilo “Jango” así se llamaba el lanudo hijo de “Rocky”. “Jango” se había
acostumbrado a dormir placida y descuidadamente durante el día en la pista, tenía
muy buenas razones para ello, muchas veces los buses interprovinciales que venían de Ilo y Tacna por poco lo atropellaban,
durante la noche era un vigilante más, acompañaba a los centinelas del ejército
que hacían servicio de seguridad en la Villa Militar y por eso en el día “Jango”
dormía a pierna suelta, hasta que una mañana de primavera, un camión lo atropelló
y lo dejó muerto en plena pista, fue muy dolorosa para todos la pérdida del
hijo de “Rocky”.
Por esos tiempos criábamos en la
casa conejos y cuyes, que poco a poco fueron disminuyendo por acción del
instinto animal de “Rocky” que los atacaba y desnucaba con un solo movimiento
de sus fuerte mandíbula, nos quedamos con pocos conejos y ningún cuy. Fueron
dos años apacibles en que los niños crecieron en una ciudad muy tranquila y
pequeña, que disponía de todas las facilidades: una buena carretera tanto para
el Sur a Tacna y Suroeste a al puerto de Ilo y Norte hacia Arequipa, agencias
de transporte, vivienda, salud, ganadería con inmensas vacas lecheras, un buen
mercado de abastos donde la población adquiría sus alimentos, su valle era y es
muy productivo.
Posteriormente, por razones de
trabajo viajamos a Lima, hacia la capital también enrumbó “Rocky”, muchas
anécdotas del viaje en el viejo Volkswagen rojo quedan en el tintero, apunto
dos en esta ocasión: al pasar por la playa Tanaka rumbo hacia Nazca, el pequeño
bólido subió un montículo de arena que invadió la carretera, hizo que “Rocky”
que descansaba en el piso del vehículo, al sentir el sinuoso raspón de la arena
debajo del piso del auto, dio un salto de sorpresa, apareciendo asustado en las
piernas de Mijaíl, esta y otras vivencias como aquella cuando después de largas
horas de manejo, por razones de descanso, hicimos una parada a un costado de la
carretera antes de llegar a Palpa, “Rocky” salió corriendo del carro y al
observar los parajes desconocidos regresó velozmente al vehículo y no quiso
salir a pesar de nuestro llamado, dentro del carro se sentía más seguro, estos
hechos unieron más a los niños con nuestra mascota, así llegamos a la capital.
“Rocky” se acercaba a los 6 años de
edad, fue realmente un descuido no haberlo vacunado contra el distemper, en 1992
este descuido nuestro fue fatal y se llevó a “Rocky” a la tumba, perdió la
visión, tropezaba con las sillas, estaba desorientado, decidimos en casa no
verlo sufrir más y un amigo veterinario, lo asistió al percatarse que su
recuperación no era positiva, así partió nuestro querida mascota, una tarde de
otoño en que las hojas secas de los árboles se renuevan con el verdor de las
nuevas y la tibieza del sol limeño acaricia suavemente la piel de todos los
seres vivientes, “Rocky” partió a la eternidad, dejando tras de sí, huellas
imperecederas en la vida de nuestros hijos, quienes aprendieron a respetar y
amar a los animales, y muchas vivencias que compartimos en familia, que quedan
en nuestros recuerdos y comentarios familiares.