Hermelinda tenía lágrimas en los ojos, vestía de negro absoluto de pies a cabeza, la ocasión era insoslayable porque había fallecido su madre, una antigua cesante de educación a los 90 años, aparentemente llevaba un gran dolor que no sabía cómo apaciguarla, al observar su actitud se lograba percibir en ella algo que no se podía definir, quizás una especie de arrepentimiento tardío, era que su conciencia gris la traicionaba de repente, o los pensamientos entrecruzados por su gestión nada generosa con sus hermanos, o esa ambición desmedida que domina a seres humanos sin escrúpulos, vaya uno a saber lo que pasaba por su agitada y febril mente.
Estaba en las exequias de su madre
recibiendo el pésame de familiares, amigos y especialmente de sus amigas, quienes
nunca llegaron a conocerla en la dimensión de su real existencia, ella se
mostraba compungida y presa de un dolor que no parecía sentir. El féretro de
caoba al centro del velatorio rodeado de cuatro sirios que brillaban estaba en
silenciosa espera, en su interior el cadáver descansaba después de sus agitados
años de vida, los visitantes llegaban y oraban un momento, miraban el interior
y se retiraban a conversar en grupillos, el café y las galletas iban y venían
de un lado para otro, eran muchas personas que conocían a Hermelinda, más por
el esposo Marlon que era un funcionario de alto nivel del Estado jubilado quien
había ocupado importantes cargos en uno de los gobiernos más desacreditados del país.
Su madre había fallecido de vejes,
había perdido sus facultades mentales, el alzhéimer hizo presa de ella y parafraseando
a la susodicha “era una carga que pesaba mucho”, aunque su peso corporal era
mínimo. Pese a que la anciana jamás molestaba, ella pasaba sus días durmiendo,
lo que facilitaba la atención de la técnica enfermera para atenderla, asearla y alimentarla, además recibía su
pensión y con ello aliviaba sus gastos. Siempre llamó la atención de los otros
hermanos cuando estos llegaban de visita, que en algunas ocasiones no podían
tomar contacto con su progenitora, estaba como secuestrada y en otras ocasiones
la observaban dormitando y como ella no los reconocía se sentían muy entristecidos
y dolidos, responsabilizaban a la hermana el no permitirles visitas, tenían la
impresión que la anciana madre esta inducida al descanso por un potente sedante,
eran percepciones y comentarios de sus hermanos al retirarse luego de la visita,
presunción incontrastable que ellos nunca pudieron aclarar. Al día siguiente
cremaron a la anciana madre, sus cenizas fueron llevadas a su tierra natal y
echadas en un rio de la selva como fue su deseo siempre.
Hermelinda nació hace exactamente 72
almanaques en un pueblo de la selva peruana, allá donde jamás llegó autoridad
alguna ni siquiera como visita de médico, ocho calles mal trazadas por los
primeros habitantes que de ingeniería no sabían ni pío y peor diseñadas, con piso afirmado, que durante la temporada
de lluvias se enfangaba. Sus calles ocupadas por muchos migrantes que llegaron
por los años 20 del siglo pasado desde la sierra central, en busca de nuevos
horizontes y vaya que encontraron una situación buena al principio, con tierras
asignadas al Proyecto “Alto Perene” por el Ministerio de Agricultura,
posteriormente la situación se deterioró por el abandono de los gobiernos y la
situación se tornó precaria que los tuvo al filo de la pobreza durante mucho
tiempo y obligando a los primeros colonos a buscar nuevos horizontes.
Por supuesto, no faltaba la pequeña
iglesia del pueblo, un puesto policial con dos guardias quienes se turnaban en
la atención a los pobladores, robo de ganado, escapistas y casi siempre riñas
en el bar principal, por disputarse la compañía de las mujeres que pululaban
como mariposas en estos lugares de perdición, quienes atendían a los
parroquianos y ejercían el oficio más antiguo del planeta de manera muy
reservada, aunque esto es una exageración porque en “pueblo chico infierno
grande”, todos sabían estos detalles y guardaban un generoso silencio cómplice;
una escuelita de primaria con dos aulas y un escudo nacional revirado en el
frontis, en el que su madre era maestra; una población que escasamente llegaba
a los dos mil habitantes, la gran mayoría dedicada a la ganadería y
agricultura, las oficinas del gobierno ocupados por burócratas que solo
atendían a los vecinos una vez por semana y cada fin de mes viajaban a la sede
de la provincia, Jauja, para cobrar sus sueldos y traer el dinero presupuestado
para el funcionamiento de la oficina, se trasladaban a lomo de bestia hasta
Concepción y de allí en camión o tren hasta Jauja y Huancayo, con el tiempo una
carretera uniría a estos pueblos. En el pueblito, no faltaban los bares de mala
muerte donde morían los valientes los fines de semana con algún espectáculo
para mayores de 21 años.
La madre de Hermelinda era además
de profesora de primaria, la persona que tenía aptitudes de clarividente, leía
cartas a los vecinos y tenía fama de hacer hechizos, una especie de “bruja”
provinciana que se ganaba la vida de esta manera, si acertaba o no, no podemos
afirmarlo ni negarlo; pero, tenía muchos clientes entre las mujeres del poblado.
En este ambiente creció Hermelinda y sus siete hermanos; ella, observando y
mirando cómo se desarrollaban estas actividades y el comportamiento de las
personas adultas. Una tarde que visitaba a una amiga del colegio, cuya
situación económica era mucho mejor que la de ella, por causalidad encontró un
ejemplar de la revista de modas “Vanidades”, en la que vio imágenes de mujeres
bellas, muy bien vestidas, maquilladas y en ciudades que ella desconocía su
existencia, se imaginó en aquellos vestidos, zapatos con aquellas cabelleras
bien peinadas, maquilladas y con una sonrisa provocativa en los labios y
pensó-quiero ser como estas mujeres bellas- algún día me veré en estas
revistas, para ello debía mudarse a la ciudad más cercana. Por informaciones de
sus progenitores sabía que las ciudades más cercanas eran Concepción, Huancayo
y Jauja.
Una noche de tormenta en que los
rayos y truenos retumbaban en la profundidad de la selva, la iluminación traía
a su imaginación figuras fantasmagóricas que creía observar en cada haz de los
rayos que cortaban el cielo negruzco, mientras la lluvia azotaba con fuerza los
arboles del bosque inmenso y los animales lanzaban sus gritos desgarradores que
provocaban temor en los niños, ella permaneció en silencio, rumiando sus
apetencias y necesidades apremiantes e insatisfechas por pobreza económica, ni
se inmutó, jamás tuvo miedo, era manipuladora, fría, calculadora y le encantaba
intrigar entre sus amigas y hermanas para sacar alguna ventaja. Miraba ensimismada
cómo se apagaba la luz del candil, no había luz eléctrica, un viejo motor daba
luz a algunas calles contadas con los dedos, el resto de la población pobre
pasaba sus noches oscuras con sus lámparas a kerosene o sus velas blancas.
Su padre era un comunista
estalinista que se había quedado anclado en la revolución de octubre. En su
juventud su espíritu aventurero lo llevó por embarcarse en los vapores de
bandera extranjera que llegaban al puerto del Callao y eso le permitió conocer
otros mundos, llegar a Europa y visitar la ex URRS, quería conocer el inmenso
país de los zares, quedó impresionado del pueblo ruso y especialmente de sus
bellas mujeres, quienes eran el sostén de los hogares porque la mayoría de los
hombres habían muerto en la guerra. Ya en su país, se mudó a la selva central
en busca de trabajo y conoció a la madre de Hermelinda y se casaron muy
enamorados. Murió en un accidente de carretera cuando ella tenía 12 años, había
terminado la primaria y vivían en Huancayo, mucho sufrió por esta pérdida y su
frustración creció en su interior y sus planes se hicieron añicos a su corta
edad.
Hermelinda desde pequeña siempre
fue muy rencorosa, mala y se creía muy ocurrente, en el colegio a las
profesoras les colocaba tarántulas en sus sillas, para asustarlas y que se
retiraran del aula, otras veces colocaba sapos en los bolsillos del uniforme de
sus compañeras; así de malísima era esta niña, que coleccionaba sapos, grillos
y pequeñas culebras y a todos los atravesaba con sus flechas hechas de bambú cuando
jugaba a ser una guerrera selvática. Fue creciendo entre riñas de vecinos y
parejas, y escándalos de los bares de mala muerte, entre las necesidades
propias de la casa que no le permitían poseer dulces, juguetes y ropa para
vestirse, así entre el hambre y la necesidad fue desarrollando un espíritu resentido,
vengativo y hostil que le granjeó muchas llamadas de atención en el colegio, de
sus padres y vecinos, quienes la veían como un diablillo.
Pronto se vio adolescente con
deseos de salir de su localidad, sus padres se mudaron a la ciudad, la madre
hizo traslado a otro colegio y el padre se dedicó al comercio, el temprano
fallecimiento de su padre la obligó a trabajar, hizo de todo. Su llegada a
Huancayo le permitió estudiar la secundaria, trabajar terminar una carrera
técnica secretariado, mecanografía y taquigrafía, en esos tiempos eran muy
importantes, eso le permitió postular a un puesto en un banco, desempeñándose
como secretaria y luego vendría sus locos amores con un fulano que era casado y
le dejó como recuerdo un hijo; así fue desarrollando un mayor grado de rencor
contra sus padres, por no haberle podido dar una profesión, rencor a la vida
por haberle dado un hogar pobre y contra los hombres por la burla del que había
sido objeto, juró nunca más ser utilizada por los hombres y endureció su corazón,
lo revistió de una coraza y eso le permitió seguir adelante. Después de varios
años, cuando ya el tren parecía pasar por su vida sin parar en su estación y
cuando su niño tenía tres años conoció al que actualmente es su esposo, Marlon
se llama, se casaron y para completar el panorama conyugal tuvo parto múltiple,
trillizos, la mala suerte hizo que uno de ellos falleciera en la incubadora por
falta de peso y se quedó con una parejita, sus hijos crecieron entre
estrecheces económicas porque como todo matrimonio joven comenzaba de cero, ella
egoísta al fin siempre priorizó a su primer hijo para todo, con ello demostraba
que había amado a su primera pareja y demostraba un cariño muy especial por su
hijo mayor, por encima y en detrimento de sus gemelos, eso se notaba en sus
actitudes, el buen Marlon nunca se opuso a este comportamiento, siempre la
apoyó y hasta reconoció a su hijo como suyo, porque el padre de este
desapareció y nunca más se supo de él.
Ella heredó las “prácticas
hechiceras” de su madre fallecida y gracias a ello desde el principio de su
vida conyugal, supo afirmar su poder frente a su marido, férreamente dominó en
su hogar a tal punto que lo tenía subyugado y este hacia lo que ella ordenaba,
las malas amistades dicen que había utilizado los servicios de una bruja malera
para hacerle brujería a su marido, un muñeco que enterró no se sabe dónde y con
ello consolidó su poder sobre él en casa, con un marido dócil y sumiso jamás
sería nuevamente engañada ni burlada, lo tenía “comiendo de su mano”, como se
dice vulgarmente. A tal punto que, intrigante y experta en estas lides logró
que su marido discutiera con sus hermanos, se desentendiera de su anciano padre
y existiera un clima tenso entre ellos. Todo fue por la frecuencia de visitas a
su padre, con todo derecho de hijo, él quería seguir visitando a su anciano
padre, Hermelinda ponía mil pretextos, inclusive sin ser parte de la familia
quería imponer su voluntad a los familiares de su esposo, sugiriendo determinadas
acciones que afectaban la estabilidad del anciano patriarca, lo cual le
granjeó, la animadversión de los hermanos de su marido.
Han pasado varios años como una película
futurista y ella cumplió su cometido de alejarse de los familiares directos de
su esposo y también de sus propios hermanos quienes le reclamaban parte de la
herencia, construyó su mundo personal y privado. Hace 6 meses se agravó el
Alzheimer que padecía y se le presentó algunas lagunas mentales, pérdida de
memoria inmediata, lo que obligó a su martirizado esposo a internarla en una
casa de reposo. Hermelinda yace actualmente en una cama de la casa de reposo “Virgen
de Fátima”, sus hijos los gemelos viven en el extranjero, llegan una vez al año
de visita y estarán en Lima en agosto de este año, y su hijo preferido a quien
quería con devoción y por quien tanto se sacrificó ni siquiera la visita, está
dedicado a su hogar, su mujer y dos hijas adolescentes, aunque es comprensible en
su actual situación, Hermelinda no recuerda a ningún familiar, a su lado
permanece casi todos los días un anciano encorvado, muy delgado, de caminar
lento, quien la visita religiosamente, Marlon se percata que ella lo observa
con una mirada perdida, lo que más le duele es que no lo reconozca y cuando
ella le pregunta ¿quién eres?
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