Dos
décadas atrás, en un rapto de frenesí Mijaíl besó los labios virginales de una
hermosa mujer, lejos de miradas inquisidoras, la agarró delicadamente y la
atrajo suavemente, ambos labios quedaron sellados. El aroma de ella quedó impregnado en él, se
prolongó al contacto de los labios entreabiertos, que se entregaban
silenciosamente.
No
supo nunca si ella sintió lo mismo, si el roce con sus labios arrebató su alma,
nunca hablaron de ello, solo sucedió y dejaron que el tiempo lo diluyera. Él
percibió, que ella se conmovió y que, un ligero estremecimiento se apoderó de su
ser, la sorpresa se reflejó en su mirada y un nuevo sentir ganó su corazón.
Pasado
el tiempo, los años van ganando y Mijaíl rememora este pasaje de su vida con
mucha nostalgia, aquellos instantes de alegría y felicidad que vivieron, es
cierto, fue un momento especial para ambos, un nuevo redescubrir apasionado,
que iluminó y los capturó por siempre, huérfanos quizás de la pasión olvidada.
Al
principio Mijaíl pensó que iba a ser rechazado, que la reacción de ella,
inevitable al fin, sería legítima, quizás un reproche, una feroz cachetada; pero
no, ella aceptó y correspondió el beso con apasionamiento, tan sorpresivo como
sucedió, quedaron atrapados por breves segundos. Nunca la habían besado con
tanta pasión.
Su
silencio profundo la delató, quedó sosegada un instante, una leve sonrisa
iluminó su rostro y prosiguió sus pasos. Al finalizar la reunión, esperó un
momento especial, los visitantes se despidieron. Mijaíl quedó callado y ausente
en el interior y ella volvió sus pasos con su bella sonrisa, un abrazó y un nuevo
ósculo marcó el adiós.
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