Sentado sobre el tronco añoso de un zapote, a la vera del camino que va del pueblo al rio, estaba José con la mirada perdida en lontananza, meditando, sobre la vida, los hijos y su mujer, acompasado por el trino de los tordos que se bañaban en una poza de agua.
Habían
pasado 40 años, agradecía a la vida, por la grata compañía de tan valerosa
mujer que, en un arranque de sinceridad y fidelidad, escribió su destino a su
lado, aquella tarde bajo la sombra de un frondoso algarrobo, cargado de bayas,
se juraron amor eterno.
Recordó
lo que ella dijo - iré adónde tu vayas- así se escribió este capítulo que nació
un día de setiembre, se consolidó durante este tiempo de días soleados y grises,
de noches estrelladas y de luna nueva, que compartieron juntos y seguirán usufructuando
al destino.
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