Llegaron
las lluvias, cayó un gran diluvio, brotó un gran llanto de nubes negras, por el
dolor que causaban a las personas, inundaciones, deslizamientos, huaicos,
muertos y heridos, la nación sufre, un llanto supremo.
El
sufrimiento es tan largo como el camino sinuoso que lleva a una ciénaga, como
el rumbo marino que lleva a una sima, a una fosa profunda, que ni el tiempo ni el
espacio dejan filtrar la luz.
No hay
palabras para describir las sensaciones que lleva en el alma, una inacción se
apodera de su ser, no sé, parece que el tiempo se agota, aunque queda tiempo,
mucho tiempo por delante.
El niño
costero, el niño volcánico, un niño travieso que llegó a las costas, con sus
aguas calientes, sus nubarrones, lluvias torrenciales, ríos y quebradas se
deslizaron llenos de cieno, de lodo, destruyeron todo.
Dolor
lacerante que hiere el alma, que domina la voluntad, que perturba la mente, se
presenta en la escala de grises, desde la oscuridad más espantosa cual negra
conciencia, hasta el claroscuro diáfano.
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