SENSACIONES

SENSACIONES
Nuestras sensaciones más íntimas...

lunes, 25 de octubre de 2010

Una cruz en el alma.

En el populoso distrito de la Victoria en Lima, Perú, entre el jirón Sáenz Peña y la avenida Manco Capac, está situada la calle Londres, ¡Qué tal nombre! cuadras primera y segunda, las casas despintadas y llenas de ese humo negro que deja el dióxido de carbono (CO2), la contaminación también causa estragos en esta zona, debido a la cantidad de vehículos que circula por sus calles.

En estas calles olvidadas por las autoridades y contaminadas por el dióxido de carbono, están la mayoría de talleres de frenos, son negocios informales que no pagan impuestos. No solo eso, sino que debido a la falta de espacios en sus “talleres” y a una regulación municipal, invaden las calles que las utilizan como tales.

Los vecinos ya se acostumbraron, son más de treinta años que funciona de esta manera. Ninguna autoridad municipal, ni policial van para realizar sus rondas. Tienen nombres diversos, sacados del ingenio, la imaginación y creatividad popular: frenos “Bigote”, el Piurano, Freddy, las Zapatas, el chileno, López, el Servofreno y muchos otros que se alejan del recuerdo.

Los trabajadores son de extracción popular, chinos, cholos y negros se dan la mano, se conocen mucho tiempo y bromean entre ellos. Los hay de todo orden, los que salieron de los penales, aquellos desocupados permanentes, los que se cachuelean ayudando aquí y allá, los jaladores que se apostan en la avenida Manco Capac para captar clientes y llevarlos al “taller”.

A estos lugares acuden un sinnúmero de vehículos, los numerosos Tico´s las camionetas Station Wagon. Llegan directamente, son clientes conocidos, los atienden rápidamente, cambio de pastillas y zapatas posteriores. Los repuestos están preparados los reemplazan rápidamente. Con los clientes particulares se toman su tiempo, miden las horas y en algunos casos se exceden, con la molestia de los usuarios.

Entre fierros, herramientas, paneles publicitarios y propagandísticos en las casas aledañas, se desplaza Vito Aliaga en su taller-casa, según confiesa -tiene sesenta años-, su rostro denota una vida de contratiempos. En su local hay un remedo de lo que en tiempos pretéritos fue una sala, sus paredes llenas de afiches, almanaques, entre ellos la fotografía de un soldado paracaidista, abajo una leyenda borrosa decía Batallón de Paracaidistas N° 39 y el año 1988. Es la oficina de Vito, despacha en su viejo escritorio, lleno de papeles y al lado un anaquel mediano con repuestos para frenos.

Un comedor con cuatro sillas mal colocadas y una mesa que derrochó sus mejores años hace tiempo, más atrás la cocina pequeña, un patio risible y al lado los servicios higiénicos, que como en todos estos lugares, son los más sucios y descuidados. Hace falta la mano de una mujer.

Vito no tiene mucho entusiasmo por seguir luchando y tiene sus razones, trabaja por inercia y porque tiene que hacerlo, tiene muchas deudas, la principal una deuda con sí mismo. Es muy reservado hoy amaneció con un aliento de alcohol barato, la juerga estuvo muy buena, no recuerda si durmió, solo que la pasó rebien. Aparenta más edad de la que confiesa y dice que en cualquier momento se va de este mundo, lleva trabajando casi cuarenta años en el oficio y por lo que se ve no es mucho lo que ha conseguido.

Con él vivía su hermano menor Jorge, quien cumplió dieciocho años el año 88. En el barrio vivía un amigo de infancia de Jorge, Alfonso quien lo animó para presentarse al servicio militar, porque ambos querían ser paracaidistas. Los hermanos Pimentes dos fornidos paracaidistas eran el ejemplo en el barrio y pronto se licenciarían del servicio militar, ellos aprendieron otros oficios: como choferes, auxiliares de enfermería y ayudantes de mecánico. Con ese entusiasmo juvenil ambos se veían con sus uniformes de soldados paracaidistas y cumpliendo con su patria.

Jorge comunicó su deseo de hacer servicio militar en Las Palmas se lo dijo a su hermana y cuñada, pese a que ambos se opusieron, al final tuvieron que aceptar porque Jorge estaba muy. Atrás quedaría las palabras de su cuñada Hilda-deberías pensar en ingresar a una universidad o instituto y estudiar una carrera- él no le hizo caso, ya estaba decidido.

Un par de cervezas al mediodía fueron el pretexto que faltaba para que Don Vito hablara, sobre aquello que le pesaba en el alma y era una cruz muy grande en su vida. Cuando murieron sus padres les prometió cuidar a su hermano menor y hacerlo un hombre de bien. El hermano se fue a cumplir su servicio militar a un batallón de paracaidistas, Vito lo fue a visitar los domingos durante el tiempo de la reclutada que pasó rápido y luego el curso de paracaidismo básico, los cinco saltos reglamentario del avión y recibir su codiciada ala de paracaidista, él estuvo presente en esa ceremonia, con un gran orgullo por su hermano menor, lo recordaba como si fuera ayer.

Luego de un tiempo Jorge sería destacado con un batallón contrasubversivo en Cangallo, una zona caliente muy movida, con muchos enfrentamientos con los subversivos de Sendero Luminoso. Pronto ascendió al grado de sargento 2do y era jefe de una patrulla. Un día su patrulla sufrió una emboscada cuando se desplazaban llevando víveres en un camión a la Base, solo quedó un herido, quien se salvó de esa masacre.

Don Vito recuerda el día en que una comisión de fuerzas especiales llegó a su casa y le comunicó que su hermano menor había fallecido en una emboscada. Luego vendrían los funerales, la condecoración y finalmente sus restos fueron enterrados en el cementerio El Ángel.

Después de expresar su pena rompió en un llanto interminable, todos se quedaron mudos, se explicaron las razones por las que Don Vito tenía en su rostro esa mueca de sufrimiento, no cumplió con su promesa a sus padres, finalmente quedó allí en la sala de su casa-oficina, enjugando sus lagrimas y con mil recuerdos de su hermano menor que entregó su vida heroicamente en un paraje andino, por la seguridad de todos los peruanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario