Jorge Armando desde colegial siempre fue un gran mujeriego, como no serlo era parte de una tradición familiar, parte de su naturaleza hedonista; su abuelo tuvo muchas amantes, éste fue un hombre bohemio. Jorge atendía en la única notaria que había en el lugar, luego del trabajo arduo en la oficina, pasaba a ver a su escuálida mujer que vivía postrada por una enfermedad; luego de atenderla se comunicaba brevemente con sus hijos que estudiaban en la capital y salía a caminar, antes lo hacía acompañado de su mujer.
Aprovechando la luz mortecina de las lámparas viejas y cargando los años sobre sus hombros caídos de tanto trajinar el mundo, caminaba por las calles de la ciudad aparentemente distraído, pero esa era su característica. Sin embargo todo lo observaba meticulosamente, de cuando en cuando volteaba la vista en busca de alguien sospechoso, tomaba sus precauciones, sus pensamientos no eran muy santos, algo de malévolo había en sus ojos traviesos y vivases.
Como una beata que va a la iglesia todos los días muy temprano a rezar el rosario, infaliblemente a la hora opuesta, éste se dirigía al “Lucho´s bar” el dueño es un viejo amigo, con quien gustaba conversar sobre mujeres, política y fútbol, claro eso era un pretexto, José iba para encontrarse con Lucilla una mujer cuarentona, bella y viuda con quien mantenía relaciones.
Pero Lucilla no era una mujer para un solo hombre, había tenido varios pretendientes después de la muerte de su marido un antiguo empleado de consignaciones. Comentaban que andaba enamorada de Daniel un joven casado, con una hija y la esposa embarazada, sin oficio ni beneficio. Estaba absorbido por la madurez de la mujer, otros decían que lo que lo atraía a Daniel era el dinero que a manos llenas le daba el viejo a Lucilla. Interés, amor, toda una mezcla de deseos nunca satisfechos.
Es con ella con quien tenía sus encuentros José Armando si algo había heredado del abuelo equivocadamente o no, era precisamente ese afán de poseer la mayor cantidad de amantes y como aquellos años era un muchacho bien plantado y con dinero, pues nadie se hacia de rogar, mucho menos las chicas del pueblo que eran amantes de la diversión.
Hoy casi en la tercera edad seguía manteniendo una gran actividad sexual, algunos decían con sana brujería, otros que tenía un almacén de huanarpo macho y tomaba maca con polen en ayunas, sea como fuere, eso era una leyenda urbana que no merecía importancia, lo cierto es que Jorge estaba operativo aún.
Por eso no llamó la atención que un día antes de su boda con la chica más regular del lugar, Rosario o Charo a secas, una mujer flaca, narizona, mayor que él a todas luces, quien aparentaba ser una mujer seria cuyos padres tenían una pequeña fortuna, nadie ignoraba que había tenido un pasado medio tormentoso con un capitalino que se descubrió después era casado. Las viejas cucufatas de la localidad, muy locuaces a la hora del té comentaban que se salvó de vestir santos con la llegada del fulanito.
Josefina era la más habladora de las tías del lugar y ojo que había otras que entraban en el ranking de guiness. Ella estaba enterada de lo último que acontecía en la localidad, trabajaba en la oficina de teléfonos, era la operadora más antigua y por tanto la más experimentada e informada. Todas querían ser amigas de Josefina, esa morbosa curiosidad por meterse en las medias, las sabanas, las colchas de los demás, dominaba el interés mediático por conocer cada detalle y gozar de manera libidinosa con los amores escondidos que cada noche se planeaban por teléfono.
Cuando las amigas querían enterarse de algún chisme la buscaban le invitaban a sus reuniones y tras el te o café humeante, los panecillos calientes de rigor, con los bocaditos del momento preparados por doña Adelaida, Josefina contaba con pelos y señales los secretos más íntimos de los personajes más encumbrados de la ciudad, ni el cura se escapaba.
Por eso se enteraron que Lucilla tenía una vida muy activa, salía indistintamente con amigos que la invitaban a divertirse, muchas veces llegó a altas horas de la madrugada a su casa, donde vivía con su madre viuda desde hacía un buen tiempo. Ella no podía con la hija, además era adulta y ya sabía cuidarse, aunque el qué dirán dominaba sus impulsos a la hora de la verdad.
Charo con los almanaques encima y con una enfermedad que la tenía postrada en cama hacía varios años, no podía enterarse de las andanzas de su marido Jorge, pero sospechaba.
Aprovechando la luz mortecina de las lámparas viejas y cargando los años sobre sus hombros caídos de tanto trajinar el mundo, caminaba por las calles de la ciudad aparentemente distraído, pero esa era su característica. Sin embargo todo lo observaba meticulosamente, de cuando en cuando volteaba la vista en busca de alguien sospechoso, tomaba sus precauciones, sus pensamientos no eran muy santos, algo de malévolo había en sus ojos traviesos y vivases.
Como una beata que va a la iglesia todos los días muy temprano a rezar el rosario, infaliblemente a la hora opuesta, éste se dirigía al “Lucho´s bar” el dueño es un viejo amigo, con quien gustaba conversar sobre mujeres, política y fútbol, claro eso era un pretexto, José iba para encontrarse con Lucilla una mujer cuarentona, bella y viuda con quien mantenía relaciones.
Pero Lucilla no era una mujer para un solo hombre, había tenido varios pretendientes después de la muerte de su marido un antiguo empleado de consignaciones. Comentaban que andaba enamorada de Daniel un joven casado, con una hija y la esposa embarazada, sin oficio ni beneficio. Estaba absorbido por la madurez de la mujer, otros decían que lo que lo atraía a Daniel era el dinero que a manos llenas le daba el viejo a Lucilla. Interés, amor, toda una mezcla de deseos nunca satisfechos.
Es con ella con quien tenía sus encuentros José Armando si algo había heredado del abuelo equivocadamente o no, era precisamente ese afán de poseer la mayor cantidad de amantes y como aquellos años era un muchacho bien plantado y con dinero, pues nadie se hacia de rogar, mucho menos las chicas del pueblo que eran amantes de la diversión.
Hoy casi en la tercera edad seguía manteniendo una gran actividad sexual, algunos decían con sana brujería, otros que tenía un almacén de huanarpo macho y tomaba maca con polen en ayunas, sea como fuere, eso era una leyenda urbana que no merecía importancia, lo cierto es que Jorge estaba operativo aún.
Por eso no llamó la atención que un día antes de su boda con la chica más regular del lugar, Rosario o Charo a secas, una mujer flaca, narizona, mayor que él a todas luces, quien aparentaba ser una mujer seria cuyos padres tenían una pequeña fortuna, nadie ignoraba que había tenido un pasado medio tormentoso con un capitalino que se descubrió después era casado. Las viejas cucufatas de la localidad, muy locuaces a la hora del té comentaban que se salvó de vestir santos con la llegada del fulanito.
Josefina era la más habladora de las tías del lugar y ojo que había otras que entraban en el ranking de guiness. Ella estaba enterada de lo último que acontecía en la localidad, trabajaba en la oficina de teléfonos, era la operadora más antigua y por tanto la más experimentada e informada. Todas querían ser amigas de Josefina, esa morbosa curiosidad por meterse en las medias, las sabanas, las colchas de los demás, dominaba el interés mediático por conocer cada detalle y gozar de manera libidinosa con los amores escondidos que cada noche se planeaban por teléfono.
Cuando las amigas querían enterarse de algún chisme la buscaban le invitaban a sus reuniones y tras el te o café humeante, los panecillos calientes de rigor, con los bocaditos del momento preparados por doña Adelaida, Josefina contaba con pelos y señales los secretos más íntimos de los personajes más encumbrados de la ciudad, ni el cura se escapaba.
Por eso se enteraron que Lucilla tenía una vida muy activa, salía indistintamente con amigos que la invitaban a divertirse, muchas veces llegó a altas horas de la madrugada a su casa, donde vivía con su madre viuda desde hacía un buen tiempo. Ella no podía con la hija, además era adulta y ya sabía cuidarse, aunque el qué dirán dominaba sus impulsos a la hora de la verdad.
Charo con los almanaques encima y con una enfermedad que la tenía postrada en cama hacía varios años, no podía enterarse de las andanzas de su marido Jorge, pero sospechaba.
Sentía celos de no poder acompañarlo, sus amigas contemporáneas huyeron de su lado cundo se le acabó la herencia de su madre. Las moscas huyeron cuando la miel se acabó y con ellas voló la gran amistad que decían tener por esta mujer. Algunas veces recibió llamadas de Josefina, solo para hacerle conocer que su marido salía con una y otra fémina, cómo gozaba Josefina al hacerla sufrir a su amiga.
Lucilla era observada por los ojos escondidos de sus amistades detrás del pestillo de las puertas o las ventanas semiabiertas. Todos lo sabían, la observaban cuando subía a los vehículos de sus acompañantes y se dirigían hacia los linderos del pueblo, no había hotel en el pueblo. Casi siempre regresaba antes de las 7 de la noche, los patas ya sabían que se encontraba con el viejo, la dejaban cerca al Bar de su amigo Lucho, quien le hacia el bajo con Jorge Armando. Lucho también había probado el esplendoroso cuerpo de la mujer, no una sino muchas veces.
Dentro de la habitación, Jorge Armando esperaba ansioso la llegada de su amante, era el cuarto cigarrillo que fumaba, el médico le había prohibido, pero él no hacia caso. Ese día había tenido un día particular, por primera vez sintió un dolor fuerte en el abdomen que no lo dejó respirar. Estaba muy preocupado, su esposa le dijo visita al doctor Santos, ese fue el pretexto para salir. Antes de ir donde Santos primero disfrutar del amor de la mujer más apetecible que deslumbraba su vida camino a la tercera edad.
Aún así en ese estado calamitoso, sabiendo que Lucilla no era un lomo que se podía comer solo, sino sentirse bien al compartirlo con otros, no podía dejar de seguir amándola, aún sabiendo plenamente que ella salía con otros y le ponía los cuernos, lo hacía venado todas las noches, pero cómo no gozar compartiendo ese cuerpo con otros, había perdido su capacidad de tener celos.
Lucilla llegó de inmediato, ingresó a la habitación casi patinando, saludo amorosamente a su amante fiel y se desnudó, allí en la cama de dos plazas esperaba Jorge con el deseo intenso de amarla, se inició el rito sagrado del amor clandestino, mientras unos ojos escrutadores, escondidos observaban detrás del cuadro de la última cena. Pero esa noche en pleno encuentro sexual y cuando él llegaba al orgasmo, se le paralizó el corazón, ella desesperada llamó a Lucho para auxiliarlo.
No se pudo hacer nada, ni el médico llamado de urgencia pudo contra el destino de Jorge. Ella hoy camina por calles y plazas como buscando algo que se le ha extraviado, ya no es la misma de antes, camina sin rumbo fijo con la mirada perdida, sucia y harapienta. Todos la miran con compasión y lástima, ella nunca recuperó la conciencia. Pensar que era un mujerón, ¡que desperdicio!.
Lucilla era observada por los ojos escondidos de sus amistades detrás del pestillo de las puertas o las ventanas semiabiertas. Todos lo sabían, la observaban cuando subía a los vehículos de sus acompañantes y se dirigían hacia los linderos del pueblo, no había hotel en el pueblo. Casi siempre regresaba antes de las 7 de la noche, los patas ya sabían que se encontraba con el viejo, la dejaban cerca al Bar de su amigo Lucho, quien le hacia el bajo con Jorge Armando. Lucho también había probado el esplendoroso cuerpo de la mujer, no una sino muchas veces.
Dentro de la habitación, Jorge Armando esperaba ansioso la llegada de su amante, era el cuarto cigarrillo que fumaba, el médico le había prohibido, pero él no hacia caso. Ese día había tenido un día particular, por primera vez sintió un dolor fuerte en el abdomen que no lo dejó respirar. Estaba muy preocupado, su esposa le dijo visita al doctor Santos, ese fue el pretexto para salir. Antes de ir donde Santos primero disfrutar del amor de la mujer más apetecible que deslumbraba su vida camino a la tercera edad.
Aún así en ese estado calamitoso, sabiendo que Lucilla no era un lomo que se podía comer solo, sino sentirse bien al compartirlo con otros, no podía dejar de seguir amándola, aún sabiendo plenamente que ella salía con otros y le ponía los cuernos, lo hacía venado todas las noches, pero cómo no gozar compartiendo ese cuerpo con otros, había perdido su capacidad de tener celos.
Lucilla llegó de inmediato, ingresó a la habitación casi patinando, saludo amorosamente a su amante fiel y se desnudó, allí en la cama de dos plazas esperaba Jorge con el deseo intenso de amarla, se inició el rito sagrado del amor clandestino, mientras unos ojos escrutadores, escondidos observaban detrás del cuadro de la última cena. Pero esa noche en pleno encuentro sexual y cuando él llegaba al orgasmo, se le paralizó el corazón, ella desesperada llamó a Lucho para auxiliarlo.
No se pudo hacer nada, ni el médico llamado de urgencia pudo contra el destino de Jorge. Ella hoy camina por calles y plazas como buscando algo que se le ha extraviado, ya no es la misma de antes, camina sin rumbo fijo con la mirada perdida, sucia y harapienta. Todos la miran con compasión y lástima, ella nunca recuperó la conciencia. Pensar que era un mujerón, ¡que desperdicio!.
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