Pasaje Quilla, 2015 |
Regresé después de muchas lunas
nuevas, la casita modesta estaba en el mismo lugar, con su puerta y ventana de
fierro, por la que tantas veces miré el exterior de mi vida, buscando una razón
para seguir adelante, una luz que iluminara mi camino aún incierto.
El pequeño jardín exterior enrejado, una especie de guardián
contra amigos de lo ajeno, al ingresar muchos recuerdos se apiñaron en mi mente,
el interior vacío y las paredes despintadas por el tiempo, guardan el eco de mi
voz adolescente y mi juventud impetuosa.
En el último dormitorio donde mi
abuela dormía sus últimos años, en una cama de colchas rojas y frazadas
andinas, cuyo amor y consejos hasta hoy añoro, pude sentir su presencia y
recordar las innumerables veces que disfruté de sus consejos y compañía.
No era el ayer que se quedó dormido
en los setenta, es el presente con sus redes sociales, no estaban los amigos ni
vecinos de antaño, algunos partieron definitivamente, otros se mudaron, solo
quedó la nostalgia en mi corazón y mis huellas en las veredas del pasaje luna.