SENSACIONES

SENSACIONES
Nuestras sensaciones más íntimas...

jueves, 17 de diciembre de 2015

El tordo del jardín



Caminábamos de  la mano despreocupados entre jardines y bancas vacías, entre personas y mascotas, él queriendo alcanzar el limonero y ver de cerca los limones verdes aún, como cada mañana transitábamos por ese lugar que tanto disfruta.

Fue Alejandro en su media lengua de 1 año 8 meses, quien emocionado corrió señalando a un pequeño tordo, que saltaba en el jardín, asustado, huidizo tratando de  volar, sus alas pequeñas no respondían a su gran esfuerzo.

Los padres del tordo, preocupados sobre los arbustos aledaños, lo alentaban, lo llamaban para que regrese al nido ajeno donde nació, el pichón entre tallos de rosas, nastuerzos y geranios,  trataba de escabullirse y protegerse.


Las personas y animales que paseaban amenazaban su seguridad, cantaba con temor llamando a sus padres, buscando protección, cobijo, sus padres con chillidos agudos respondían su llamado, lo alertaban y le daban confianza. 

domingo, 25 de octubre de 2015

El Pasaje Quilla (Luna)


Pasaje Quilla, 2015

Regresé después de muchas lunas nuevas, la casita modesta estaba en el mismo lugar, con su puerta y ventana de fierro, por la que tantas veces miré el exterior de mi vida, buscando una razón para seguir adelante, una luz que iluminara mi camino aún incierto.

El pequeño jardín  exterior enrejado, una especie de guardián contra amigos de lo ajeno, al ingresar muchos recuerdos se apiñaron en mi mente, el interior vacío y las paredes despintadas por el tiempo, guardan el eco de mi voz adolescente y mi juventud impetuosa.

En el último dormitorio donde mi abuela dormía sus últimos años, en una cama de colchas rojas y frazadas andinas, cuyo amor y consejos hasta hoy añoro, pude sentir su presencia y recordar las innumerables veces que disfruté de sus consejos y compañía.


No era el ayer que se quedó dormido en los setenta, es el presente con sus redes sociales, no estaban los amigos ni vecinos de antaño, algunos partieron definitivamente, otros se mudaron, solo quedó la nostalgia en mi corazón y mis huellas en las veredas del pasaje luna. 

miércoles, 12 de agosto de 2015

INCLUSIÓN SOCIAL







¿INCLUSIÓN   SOCIAL?
Liderazgo adormecido, voz sin firmeza ni talento, sopor soñoliento, indecisión en las acciones, incapacidad de autocrítica.
Redundancia de frases, “la honestidad hace la diferencia”, “es tan difícil andar derecho”, “incluir para crecer”, palabras huecas sin fondo.
Promesas incumplidas sin vergüenza, llanto de la pobreza desgarrada, tristeza y desaliento en las miradas, el friaje asesino y los no recién nacidos.

Artucas 2015

miércoles, 5 de agosto de 2015

Mi patinete azul.(Cuento)


Raúl recibió su libreta de notas, le dio un fuerte apretón de manos a su profesor Jorge Cordero, este lo felicitó por su recuperación respecto del primer bimestre y abandonó el aula, en el patio se abrazó con sus compañeros que lo precedieron y salto de alegría, sintió su corazón a punto de estallar, no era para menos, se había recuperado estudiando, muchas noches de desvelo y pocas horas de juego, salió del colegio, dejó atrás el gran portón, caminó hacia la Plaza de Armas, pasó cerca de la Catedral de Jauja, se sobreparó, luego se dirigió hacia ella, ingresó y se arrodilló en la última banca y oró muy gozoso dando gracias a Dios, salió del templo y tomó dirección de su casa.
El resultado obtenido en sus estudios no lo sorprendió, más bien se sintió muy satisfecho porque había estudiado con esmero, él recordó la situación que había pasado en el primer bimestre, la causa o motivo de su deficiente rendimiento en el primer bimestre, fue la muerte temprana de su madre después de dar a luz a uno de sus hermanos, que lo afectó moralmente, por el hecho de no haberla conocido y las ansias que siempre tuvo de conocerla. Niño al fin, no había convivido con su madre, sin embargo, muchas veces preguntó por ella, su abuela le había informado que vivía cerca de Concepción. Esta era una buena noticia para él, especialmente para su querida abuela y sus tías que vivían en Lima, les prometió no defraudarlos y había cumplido, después de un primer bimestre para el recuerdo o el olvido.
Luego del desfile de Fiestas Patrias, el gran desfile en la Plaza de Armas y el gallardete de eficiencia Pre-Militar, premio obtenido por su colegio que tanto esfuerzo y entrenamiento, e innumerables tardes de ensayo, estos resultados eran como para gozar de sus 15 días vacaciones. Las vacaciones de medio año habían comenzado; pero adónde ir, con quién, lo más importante con qué, no había los recursos suficientes ni siquiera para ir de paseo a Huancayo, además su mamama era una venerable anciana que ya sufría los estragos de la artrosis y muchas noches friolentas la sintió quejarse cuando dormía, lo que era una limitación para su desplazamiento y los recursos escaseaban, así que se resignó por segundo año consecutivo a pasar sus vacaciones acompañando a su abuela y haciendo los mandados de la casa, aunque eran una rutina habitual para él, pero también deseaba viajar, como la mayoría de sus compañeros. Raúl caminaba sonriente y presuroso por la calle Grau, saludaba a las personas mayores con quienes se cruzaba y que eran amigos de sus tíos y abuela, iba en dirección de la casa, llevaba retrasado diez minutos y con seguridad su abuela ya estaría esperando en el portón de la casa.
Los resultados del segundo bimestre eran buenos, había obtenido buenas notas, especialmente en matemática que no era su fuerte, cursaba el 5to año de primaria, no dudaba que  el resultado de sus estudios era muy alentador y llenaría de alegría y satisfacción a su querida abuela, el saber que su querida mamama se pondría feliz, lo animaba, aunque llegando se encontrara con el silencio de la casona, los dormitorios vacíos extrañando a sus ocupantes, que hacía muchas lunas habían partido a la capital para buscar nuevos horizontes y cada dos años llegaban de vacaciones para reencontrase con su tierra y gozar de los placees que le ofrecía su Jauja querida y añorada, sus fiestas patronales, su comida y los dulces de la abuela que eran manjar de los dioses, tenía otros familiares pero ellos vivían muy preocupados en solucionar sus propios problemas personales y familiares.
Al voltear la esquina de su casa, vio a su querida mamá mirando  a uno y otro lado de la calle, hasta que lo divisó y él a ella, se hicieron un saludo y Raúl avanzó resuelto y apresuró el paso, llegó y abrazó con amor a su abuela y le dijo que su libreta estaba llenaba de azules, no había jalados y que había obtenido buenas notas, la abuela miró los resultados y una ancha sonrisa iluminó su rostro, la alegría le rebozó el corazón, abrazó con amor a su nieto y ambos tiernamente abrazados ingresaron a su casa. Raúl merecía el plato de comida que le había preparado.
Al día siguiente muy temprano, Don Joaquín Kanashiro muy amigo de la familia y consejero habitual de Raúl, y dueño de la bodega de la esquina, que vendía artículos de primera necesidad a los vecinos y cuyas hijas eran muy amigas de Raúl, lo hizo llamar y Raúl pidió permiso a su abuela y salió volando hacia la tienda, Don Joaquín  le preguntó por los resultados de sus estudios, Raúl estaba preparado, le mostró su libreta y Don Joaquín soltó una carcajada de alegría y lo abrazó fuertemente, salieron las hijas y la esposa del interior de la tienda, lo felicitaron, luego Don Joaquín  lo condujo al interior de la casa y en el patio pequeño había un patinete de color azul, Raúl miró el juguete y recordó que varios meses atrás, conversando con Don Joaquín le había expresado con vehemencia su deseo de tener un patinete. Don Joaquín, con español masticado con su lengua oriental, le dijo “Raúl, este regalo es un premio por haber obtenido buenas notas en tus estudios, te servirá para que juegues, no te descuides de tus estudios y sigue adelante”, lo abrazó nuevamente y le hizo entrega del patinete, Raúl estaba extasiado de alegría, no cabía en sí su felicidad, no sabía si reír estruendosamente o ponerse a llorar, solo atinó a abrazar a Don Joaquín, a Doña Rosa la esposa y sus hijas, quienes aplaudieron de alegría para rubricar este momento feliz para todos.
Don Joaquín como tantas veces, lo invitó a tomar desayuno, Raúl se disculpó indicándole que su abuela recién le había servido el desayuno y deseaba ir a casa para enseñarle su regalo y además para tomar desayuno con ella, Don Joaquín aceptó lo abrazó nuevamente, el niño nuevamente agradeció emocionado, se despidió de todos y cargando su patinete se presentó en la casa, abrazó a  su abuela y le comentó todo lo acontecido, a la anciana se le llenaron de lágrimas sus ojos cansados por el tiempo, pero eran lágrimas de alegría, permanecieron abrazados un tiempo indeterminados, ella trasmitiendo en su silencio todo el amor que sentía por su nieto y él agradecido por tener a su mamama querida muy cerca, se sentaron a tomar desayuno, conversando de la bondad de Don Joaquín y sus hijas y también de las cartas que había recibido de Lima, como ella tenía dificultad visual, le dio a su nieto para que leyera las misivas y se enterara del contenido, Raúl leyó pausadamente y pudieron enterarse de las novedades de la capital, lo bueno era que todos estaban bien, gozaban de buena salud, enviaban saludos y preguntaban cómo había salido en los estudios, terminó la lectura y le dijo a su abuela que él escribiría una carta informándoles sobre su situación y resultados de sus estudios, el regalo de Don Joaquín y las necesidades que tenían.

Raúl, recuerda estas vacaciones como las mejores de toda su vida de estudiante, nunca gozó tanto con su patinete, las calles de Jauja como toda ciudad andina, estaban diseñadas en bajada, las principales calles estaban pavimentadas, eran estrechas y ausentes de vehículos, solo triciclos y bicicletas se desplazaban, muy esporádicamente pasaba un tractor o el único bus, que hacía el recorrido desde el barrio la Libertad hasta la estación del tren y viceversa, así que Raúl y su patinete eran dueños desde la Plaza de Armas, la calle Grau hasta la Plazuela la Libertad, aprovechaba la pendiente de bajada casi cinco cuadras para desplazarse sin el menor esfuerzo y luego con muchos brío y perseverancia remontaba la pendiente conduciendo a pie su patinete, Don Joaquín observaba sonriente y satisfecho desde su tienda –ya tiene una tarea que lo distraerá estas vacaciones- el esfuerzo que Raúl hacía, una y otra vez, remontando la calle, para luego bajar muy orondo y cómodo, casi sentado en el patinete azul de sus innumerables juegos de niño.

domingo, 3 de mayo de 2015

Momentos inolvidables



Cuando me remonto al pasado y llegan a mi mente recuerdos de vivencias que llenaron mi niñez, me solazo tiernamente y vuelvo a despertar al niño que vive muy dentro de mí, retomo a mi infancia llena de alegrías, también de tristezas y necesidades, quién no las tuvo de niño; pero en el fondo feliz por el amor que me profesaban mis tías y abuela, el amor que por mí sentía mi querida mamá así le decía a mi abuela, fue grande, inconmensurable, no tiene espacio ni tiempo, ni modo de expresar, solo de sentir, con el correr de los años se ha fortalecido con los recuerdos gratos que guardo de ella, cuyo amor me profesó hasta el último hálito de vida, su último pensamiento fue para su hijo ausente y muy lejos geográficamente por razones de trabajo, pero muy cerca espiritualmente.
Quisiera ser siempre hasta el final de mis días el niño que sigo siendo, el niño que ríe con las cosas simples de la vida, el niño feliz que jugaba con su camioncito de madera, que se aparta del mundo cuando realiza una actividad sencilla, simple y humilde como ayudar a los ancianos o a los amigos; el niño que sufre con las miserias humanas, que llora desgarradamente por quienes no tienen acceso a una mejor calidad de vida; ese niño que goza con alegría desbordante sus íntimos sueños humanos y que de alguna manera se convirtieron en realidad palpable en sus años maduros, gracias al esfuerzo y perseverancia que le pusimos a nuestras acciones, frases que pueden parecer muy trilladas para algunos y muy nuevas para aquellos que viven contando las monedas de a sol y pensando si al día siguiente eso les alcanzará para poder dar de comer a sus hijos, personas que viven en la extrema pobreza en lugares distantes del país, lugares donde no tienen acceso a la modernidad; pero, que tienen el espíritu de superación y que solo esperan la gran oportunidad para despegar y no perderse en los surcos y campos roturados, de obstáculos que la misma vida se encarga de colocar, quizás como una prueba para ver de qué madera están hechos esos seres y cuáles son sus fortalezas.
De aquellos inolvidables momentos que llenaron los días de mi infancia, los más nítidos, transparentes y que se quedaron grabados en el fondo de mi mente, son aquellos momentos pasados al lado de mi querida y adorada abuela, aquella agradable, cariñosa y buena mujer, que me enseñó de qué tamaño es la bondad humana por los esfuerzos que hacía por amor a sus hijos lejos del lugar donde ella vivía. Algunos hechos se relacionan con las actividades programadas en el almanaque agrícola que manejaban los agricultores de la zona, como era la siembra y cultivo en algunas pequeñas parcelas que tenía y que las dedicaba a la agricultura, en la modalidad de partición con los jornaleros y que a su vez eran los cuidadores de las mismas.
Rayando el sol salíamos de la casa, ella enfundada en ropa de trabajo de campo gruesa con una pequeña carga sobre sus hombros envuelto en una manta de colores propios de la zona, protegida contra el frío y el sol con un sombrero blanco que llevaba un listón oscuro, una banda colocada debajo de la copa del sombrero, muy característico y usado por las mujeres del campo. Caminábamos los 5 kilómetros que nos separaban de la chacra como ella decía, atravesando primero las principales calles que nos llevaban a los extramuros de la ciudad donde se iniciaban las tierras de cultivo de diversos propietarios pequeños, medianos y grandes, caminábamos y conversábamos del amanecer, de los gentiles o apariciones, fantasmas, pishtacos que era la creencia popular y de sus actividades y esa carrozable que en épocas de lluvias se convertía en un lodazal y hacía más difícil el trasporte y caminata de las personas que la utilizaban, en ambos bordes tenía tierras de cultivo de gran tamaño y sus propietarios eran los gamonales de la zona.
Mientras el sol se elevaba sobre las alturas que circundaban la ciudad por el Este, muy lejos, detrás de la laguna de Paca estaban los cerros de Pancán, Chunan, y Huala, ambos caminábamos a paso regular, saludando a las personas que se dirigían en dirección contraria, al ingresar a un sector nos percatamos que era un sembrío de eucaliptos por su olor penetrante y aromático, que tenía un cerco perimétrico, luego seguíamos la ruta entre construcciones de adobe que protegían una serie de parcelas, los burros cargaban las garrafas de leche que trasladaban a la ciudad unas chicas que conducían a las acémilas a velocidad moderada para llegar temprano al mercado, transcurrido casi una hora y media de camino, que a mi edad era una eternidad, acompañados por un pastor que llevaba sus ovejas para tomar agua cerca de la orilla de la laguna de Paca, avistábamos las primeras parcelas que eran familiares porque pertenecían a los hermanos de mi abuela y que por las dimensiones eran las más grandes y fértiles, en esa zona le había tocado dos trozos de media hectárea, la más hermosa para mí por su paisaje, era la que le había tocado una cercana a la laguna de Paca, según sus hermanos esa era una gran ventaja por tener agua todo el año, pero lo que no decían es que la mayor parte del tiempo, un tercio del terreno estaba anegada, llena de agua, por lo que era muy difícil sembrar.
Mi abuela era una mujer respetuosa, callada y dócil, y confiaba, al igual que sus dos hermanas, en lo que sus hermanos les aseguraban, ellos eran los líderes, casi siempre los dos eran unos grandes ventajistas en todos los aspectos, que se relacionaban con las propiedades de sus padres y que habían repartido entre ellos a su real conveniencia, así era ella, activa, amorosa y trabajadora para su edad, edad en la que debería estar descansando y gozando quizás de una pensión como tantas mujeres de su edad, viudas como ella, hoy que han pasado los años desde su partida, miles de vivencias con ella hacen que me pregunte siempre, para poder entender sus sentimientos más profundos, su mundo éramos nosotros y entonces hoy en mi madurez no es difícil entender de cómo estaba compuesto ese universo de sentimientos llamado amor, que ella profesaba a sus hijos y de qué confines está hecha la ternura con que me acariciaba o me consolaba cuando las penas y tristezas invadían mi ser, especialmente en la navidad, solo sus queridas y entrañables manos ajadas por el tiempo, podían morigerar un llanto enorme, una enfermedad pasajera o una caída estrepitosa, porque me amaba en medio de su tristeza sin fin y la limitada riqueza material en que debatía los días de su vida senil, asistida por uno de sus hijos cuya esposa mostraba su cariño de una manera particularmente utilitaria; así, ella acompañada por mí vivíamos en medio de un enjambre de personas, preocupados por sus propios problemas y necesidades, especialmente los más cercanos quienes habían olvidado la palabra solidaridad y no conocían el concepto de bondad en su real dimensión, vivíamos acorralados en medio de la vorágine de la vida provinciana.

Otros pasajes singulares que vivimos por aquellos días, eran los preámbulos a los viajes a Lima, especialmente la primera vez que viajé, un gran trajín, compra de dulces y panes característicos de nuestra querida tierra, la gran aventura de viajar en tren, inolvidables días durante varios años, en que la  acompañaba en sus interminables viajes de visita a sus hijos, mis recordados y queridos tíos residentes en Lima. El día del viaje, nos levantábamos de madrugada para preparar y empacar nuestras pertenecías, que no eran muchas, mas era la carga de costales de maíz y de papa que mi abuela llevaba como parte del bagaje para repartir a sus hijos, muy temprano acompañado de un estibador especialista en la materia conocido como “lorito” por su nariz característica, llegaba a casa muy temprano con su carretilla de madera y trasladaba costales, maletas y canasta de dulces, así, mi abuela y yo caminábamos al paso del estibador encaminándonos hacia la estación del tren, distante aproximadamente 1.5 kms de la casa donde vivíamos y aunque el frio a esa hora molestaba sobremanera no perdíamos el entusiasmo, ese día amaneció con cielo despejado y el sol brillaba en el cielo azul, pero,  algunos días el cielo amanecía nublado y en otras con una lluvia torrencial que obligaba a caminar con paraguas y un protector para evitar mojarse y así no pescar un resfriado casual.
El ferrocarril central como ya dijimos, lo abordábamos en la estación central de Jauja a los 7 de la mañana, allí mientras los pasajeros subían para ocupar sus lugares en los coches y los vendedores ambulantes ofrecían manzanas acarameladas, gaseosas, chicha y los riquísimos bizcochuelos calientes, yo contemplaba la inmensa mole de fierro semejante a un gran dragón asiático que resoplaba  con su sonido característico y como un viejo  toro de lidia, expulsando vapor por sus inmensas fauces, mientras el pito sonaba apurando a pasajeros, vendedores, brequeros y mirones, anunciando su partida, esa enorme mole de fierros, jalada por locomotoras que hacían un ruido enorme y característico, creado y levantado por el ingenio humano, iniciaba su movimiento lentamente sincronizando bielas, barras de conexión o acoplamiento, y poco a poco agarraba velocidad que no sobrepasaba los 50 kilómetros por hora y un movimiento acompasado que desprendía un sonido monótono, llevando a sus pasajeros y carga en una largo trayecto, plagado de curvas, puentes y túneles, Para alcanzar y trasponer la cordillera de los Andes hacia el lado occidental el tren debía superar y atravesar 58 puentes, 69 túneles, y alrededor de 6 zigzags,  hasta arribar a la estación de Desamparados en Lima.  

El viaje al principio era novedoso, la velocidad del tren era moderada ni muy rápido ni muy lento, como dijimos líneas arriba, las casas y las parcelas de sembríos pasaban a mi vista rápidamente, el tiempo de viaje total sumado a las paradas obligatorias en las estaciones a lo largo de su recorrido sumaban casi 10 horas, diez largas horas de estar sentados en una bancas de madera, de movimiento y sonido monótono del tren que debíamos aguantar pacientemente, teníamos la libertad de pararnos y caminar dentro del coche, lo que me llenaba de alegría eran los innumerables paisajes que se descubrían a mi vista eran indescriptibles, dignos de pintarse en grandes cuadros y el recorrido en la mayor parte a la vera del majestuoso rio Mantaro en cuyo recorrido hacia la Oroya se estrechaba, sus aguas torrentosas bajaban de las alturas más pronunciadas, desde el Lago Junín y durante su recorrido estrecho bajando alimentaba a las tierras aledañas cuyos sembríos florecían, luego se abría ingresando al  amplio valle de Jauja y Huancayo regando y alimentando las tierras fértiles del incontratable valle que se abría a sus anchas.
El tren seguía su camino y estaba tan cercano a la carretera y a la orilla del río que permitía oler el irresistible perfume de las flores que bordeaban sus orillas, el verdor del paisaje lleno de eucaliptos y sembríos, y las flores amarillas de la retama bordeaban la vía del ferrocarril que se desplazaba como una gran boa, abriendo sus fauces y expulsando el vapor y el humo del carbón que hacía funcionar la locomotora, el olor era más penetrante cuando se atravesaban los innumerables túneles de esta vía. Nuestra parada en la Oroya, la ciudad sumergida en una niebla de humos tóxicos producidos por la refinería de cobre, la población niños y adultos con ropa gruesa, allí la parada obligada para que bajen y suban pasajeros, los mineros pululaban en la ciudad con sus cascos característicos, los vendedores ambulantes ofreciendo sus choclos con queso y dulces, muchos viajeros compraban o bajaban a comerse un caldo de ranas y luego de unos minutos nuevamente se reanudaba el viaje subiendo la pendiente andina hasta llegar el paso obligado de Ticllio. Tramontada la cordillera el tren iniciaba el descenso, se detenía en la estación de Casapalca, centro minero donde trabajaba mi padre, quien subía por momentos a saludarnos y abrazar a su madre con especial cariño, seguía el viaje y después de dos horas, sentía que el tren disminuía la velocidad, es que ingresábamos a la zona de los zig-zag, proseguía el viaje y pasábamos momentos de gran tensión cuando llegábamos al denominado puente infiernillo, una maravilla de la ingeniería de aquellos tiempos. Luego el descenso en zigzag, no había otra forma de desplazamiento del tren hasta llegar al nivel de Chosica y de aquí hacia Lima era solo escasamente una hora y media o quizás dos, a las 5 de la tarde llegábamos a la estación Desamparados de Lima, allí nos esperaban mis tías que habían ido a recibirnos, después de los abrazos y besos cariñosos de bienvenida, subíamos las escaleras de la gran Estación de trenes de Lima, cargando nuestras bártulos hasta llegar al nivel de la calle, tomar un taxi que nos llevaría a la casa de una de mis tías donde permaneceríamos casi un mes, el taxi enrumbaba hacia el distrito de Lince, atrás quedaban los recuerdos de un novedoso y sorprendente viaje a Lima, el taxi siguió su rumbo y se perdió en el atardecer limeño, yo iba sorprendido sentado en la parte de atrás, pegado al regazo de mi madre quien me miraba con amor y mi mirada se posó en las vías de esta ciudad llenas de personas que caminaban apuradas, encantado de conocer una gran urbe de la que tanto había escuchado hablar y contar a mis mayores en mi querida Jauja.





TEMEROSA


domingo, 11 de enero de 2015

Don Joaquín Kanashiro.



Jauja en la década de los años cincuenta del siglo XX era una ciudad apacible que veía pasar los días de manera rutinaria, las temporadas de lluvias y granizo llegaban casi siempre a partir de los últimos  días del mes de Diciembre y su duración se prolongaba hasta Marzo y en algunos casos hasta los primeros días de Abril. Durante los días lluviosos, todos se guarecían bajo el paraguas negro, o simplemente se apoyaban en el umbral y bajo el dintel de las puertas, permanecían mirando cómo se movía el agua, ese líquido color chocolate claro, que torrentosamente bajaba de la Plaza de Armas hasta la Plazuela La Libertad, arrastrando todo los desperdicios que encontraba a su paso, los niños en las veredas y bajo la lluvia jugaban de manera inocente y despreocupada, hacían barcos de papel y los colocaban en el agua y ellos corrían a la vera de la pista acompañando a sus frágiles y pequeñas embarcaciones animándolas a ganar la competencia, hasta que por efectos del agua estos irremediablemente se hundían en el lodazal, los niños y entre ellos Jacinto, nuevamente regresaban sus pasos hasta la parte más alta de la pronunciada pendiente de la calle, para nuevamente iniciar el acompañamiento de sus frágiles naves de guerra o de transporte, podían permanecer horas en esta actividad.
En el jirón Salaverry vivía Jacinto con sus tías y abuela, eran vecinos de la bodega de Joaquín Kanashiro, donde compraban los artículos de primera necesidad, para alimentarse diariamente. En la esquina del jirón Salaverry y el jirón Grau, había una bodega y en la parte interior un gran almacén, un pequeño patio y los dormitorios de la familia Kanashiro, aquí vivían don Joaquín Kanashiro y su esposa Rosa, sus dos hijos mayores, varón y mujer,  habían viajado a Tokio-Japón para estudiar y lamentablemente los agarró la Segunda Guerra Mundial, ella regresó muy afectada por efectos de la guerra y las bombas nucleares que utilizó EE.UU para someter al pueblo japonés y buscar su rendición, solo así pudieron vencerlos, nunca se recuperó; del hermano que quedó en Tokio no se supo nada, también dos hijos Rosa Y Jorge estudiaban en Lima. Las hijas menores Masaco, Jarucoo y Shige ayudaban en la atención a los clientes que llegaban a la bodega donde se expendía toda clase de abarrotes y también bebidas alcohólicas propias de la región como: el cañazo, la cascarilla y el culebrón, además de dulces y golosinas. En la ciudad había ferias dos veces por semana, los días miércoles y domingos, las personas que vivían en los pueblos aledaños llegaban a la ciudad para abastecerse de alimentos y también para libar una copa de licor, finalmente vender sus productos en la gran feria semanal. Los días previos a las ferias la actividad era febril en la tienda de don Joaquín, es que se debía pesar en bolsas de papel de un kilogramo, el azúcar, arroz, fideos, harina y tenerlo listo para no estar pesando al día siguiente en plena afluencia del público, esto lo habían aprendido los dueños de la tienda y Jacinto ayudaba en estas actividades con buen carácter. Al día siguiente la tienda habría a las 7:30 de la mañana, muy temprano, los días fríos por la mañana, es que las personas que venían del campo llegaban a  partir de la 8 a.m., y debíamos preparados y estar en condiciones de abastecerlos.
Jacinto era muy amigo de las hijas menores de Joaquín Kanashiro, Masaco y Jaruco unas japonesitas muy buenas y amigables, Jacinto participaba con ellas en todos sus juegos infantiles y muchas veces invitado por las chicas, disfrutó de la comida japonesa que Don Joaquín y su esposa preparaban, los platos era sumamente deliciosos y él se acostumbró a estas invitaciones, prácticamente era parte de la familia. Conforme fue creciendo Jacinto, don Joaquín le fue dando responsabilidad en la tienda de abarrotes que administraba, mientras Jacinto seguía estudiando, terminado sus estudios de primaria, fue matriculado en el Colegio San José para iniciar sus estudios secundarios, este Centro de estudios es emblemático y fue fundado en el siglo XIX. El colegio “San José” fue creado en 1858 como colegio Municipal por el alcalde José Jacinto Rivera Falcón. En 1869, fue nacionalizado por el gobierno del Coronel José Balta, el 28 de julio de 1869 se inauguró y se iniciaron sus actividades académicas. Durante la guerra con Chile los estudiantes de este colegio participaron activamente en la resistencia, muchos participaron en la Campaña de la Breña. Entre 1881 y 1883 el local fue ocupado por los ejércitos patriotas y chilenos, he allí la importancia histórica de este colegio.
Jacinto continuó ayudando a Don Joaquín Kanashiro en las actividades propias de la bodega, recibía una propina por esta actividad que le servía para comprar sus cuadernos o golosinas en el colegio, don Joaquín quería mucho a Jacinto porque era un niño muy voluntarioso cuyos padres vivían separados y él vivía con su abuela y tías, una tarde de julio del año 1959, Don Joaquín regaló una patineta a Jacinto, este juguete había sido de su hijo Jorge estudiando en Lima, Jacinto aprovechaba las vacaciones de Agosto para jugar con la patineta, subía la pendiente de la calle Grau jalando su patineta hasta la Plaza de Armas, luego regresaba encima de la patineta que por efecto de la pendiente le permitía desplazarse casi tres cuadras hasta la Plazuela La Libertad, desde este punto, nuevamente se tomaba el trabajo de subir hasta la Plaza de Armas, para bajar sin mayor esfuerzo y así repetidas veces. Un buen día, Don Joaquín decidió traspasar bodega a un amigo suyo, su paisano Don Fernando Toichi Taira, recién llegado de Japón. Don Joaquín emprendió el negocio hotelero, administraba el hotel más grande de la ciudad “El Paraíso”, tenía un jardín interior lleno de plantas ornamentales, una pequeña alberca llena de peces multicolores y un gran comedor o restaurant, donde los parroquianos comían acompañados de sus familiares y también los huéspedes del hotel. Jacinto con la experiencia que tenía en la bodega, fue llamado para continuar esta tarea ayudando a Don Fernando Toichi el nuevo dueño de la bodega,

Pasaron los años, Jacinto se mudó a Lima se trasladó al Colegio Guadalupe donde terminaría su secundaria satisfactoriamente, luego de tres intentos, llamado por su vocación ingresó a la Escuela Militar. Una mañana que Jacinto fue al Hospital Militar a tratarse una dolencia estomacal, bien uniformado, se encontró con Don Joaquín, fue tan sorpresivo que ambos se quedaron mirando, Jacinto llevaba posaba su mirada en el caballero, un buen padre y  amigo que lo había ayudado en Jauja, mil recuerdos vinieron a su mente, episodios que se habían quedado aletargados en el pasado de su niñez, pero los años habían pasado y Jacinto había desarrollado y miraba hacia abajo la figura pequeña de Don Joaquín, cuando niño Jacinto miraba a Don Joaquín como la figura paterna que en casa estaba ausente. Con esa chispa que lo caracterizaba Don Joaquín, expresó su sorpresa, “¿Cómo puere? antes mirando a Jacinto abajo, hoy mirando a Jacinto ariba”, para resumir, en pocas palabras, que el niño de antes se había convertido en un joven. Luego de este saludo, se dieron un gran abrazo, Jacinto recordó todas las acciones buenas que este caballero japonés había hecho por él en Jauja, tenía gratos recuerdos de Don Joaquín, como cuando el coleccionista Joaquín de comics de la época regaló toda su colección a Jacinto, para que pudiera abrir su propio negocio de alquiler de revistas, cerca al cine Colonial, la patineta, para la celebración del onomástico del Emperador de Japón, los residente japoneses y sus familias organizaban celebraciones que incluían una serie de juegos en el que participaba toda lo colonia japonesa residente en Jauja, siendo al principio el único invitado a estas celebraciones, los demás niños, amigos de Jacinto participarían posteriormente en estas celebraciones, en el que se desarrollaban juegos, concursos entre los hijos de los migrantes y los lugareños, kermes, paseos en bote, almuerzos, etc., Jacinto preguntó por las hijas, amigas queridas de su niñez, todas estaban  bien de salud; habían dejado el hotel Paraíso a otro paisano y habían emprendido el negocio de la panadería en un local en Breña, fue la última vez que se cruzaron las vidas de ambos, la carrera militar, dura y sacrificada llevó a Jacinto por otros rumbos de acción, tanto en el Norte como el Sur del país y no regresó sino faltando dos años para pasar al retiro y residir en Lima, Jacinto se enteró del fallecimiento de Don Joaquín luego de varios años por información de un familiar. Gratos e inolvidables recuerdos dejó Don Joaquín Kanashiro en Jacinto, quien lo recuerda con mucho aprecio hasta hoy.