No
sé si esta historia se parecerá a muchas que suceden o sucedieron en el pasado,
hombres y mujeres que podrían tener una historia parecida, en diferentes latitudes del orbe, solo lo sabe cada
una de los hombres y mujeres que han vivido esta situación.
En
la casa de mi abuela en Jauja vivíamos una tía, su hija, mi prima, yo y mi
abuela madre de mi padre a quien yo, consideraba y considero hasta hoy, mi
madre, debido a una ausencia muy prolongada de quien fuera mi madre. Muchos
años atrás mi madre partió dejándome al
cuidado de mi abuela y dos tías y no regresó. Se perdió en la bruma del tiempo, en los sinuosos
caminos de la vida y murió muy joven en 1963, no tengo recuerdo de ella, salvo una imagen
borrosa de una mujer joven y guapa que me acariciaba la cara. Así se dieron los
sucesos y no hay forma de cambiarlas.
Crecí
con mi abuela, tías y un hermano de mi padre, mi tío Rolando quien vivía con su
esposa y sus hijos muy cerca a la casa. Años antes que yo naciera, Rolando sufrió
un accidente ferroviario y como consecuencia del mismo, perdió una pierna y con
ello frustró, su brillante carrera de derecho que había iniciado en la
Universidad Nacional de Trujillo, tuvo que comenzar nuevamente, amoldarse a su
nueva situación dolorosa y encontrar otro camino, otra razón para vivir.
Heredó
de mi abuelo un eximio violinista, su afición y pasión por la música y llegó a dominar
varios instrumentos, entre ellos: violín, trompeta, guitarra y acordeón. Formó su
grupo de cuerdas con amigos, músicos jaujinos y claro que tocaba muy bien, y organizó su
orquesta la “Sonora Roland Castro” sonaba bien, se puso de moda por esa época y amenizaba toda clase de
fiestas en la Jauja de los sesenta.
Fue
docente en Jauja y Lima, compartió la enseñanza nocturna en las aulas de la GUE
Alfonso Ugarte de San Isidro con Arturo “Zambo” Cavero. Residiendo en Lima
estudió y terminó la carrera de Derecho su gran sueño de joven y aún tuvo
tiempo para ejercerla.
Por
los años cincuenta del siglo pasado, siendo todavía un niño, añoraba la presencia de mis padre, como todo
niño a esa edad, de mi madre tenía muy vagos recuerdos, cuando preguntaba por
ella a mis tía y abuela, recibía un sonoro silencio y en medio de ello, la
figura de mi padre se escabullía, se borraba luego de sus visitas esporádicas a
mi abuela, su mirada, sus palabras cariñosas se quedaron allá muy lejos. Trabajaba
en una minera de Casapalca y vivía con su familia. En 1967 murió mi padre en un
accidente en la Oroya, yo tenía 17 años y había terminado la secundaria,
buscaba mi camino como todos los jóvenes a esa edad.
En
el colegio los padres iban, como es hasta ahora, a las actividades culturales o
a interesarse por el desarrollo y asistencia de sus hijos, en mi caso esa labor
la suplía mi tía, una mujer comprensiva y cariñosa, muy condescendiente. Y es
en esta etapa cuando más necesitaba la presencia y amor de mi padre; pero, él
estaba lejos. No pasó desapercibido el interés que mostraba mi tío Rolando por
mí y así poco a poco, a pedido de mi abuela, iba a buscarlo para recibir sus
consejos y orientación en los cursos que estudiaba en el colegio, o para
ayudarlo en alguna actividad.
Y
así, cuando me interrogaban los compañeros o profesoras por mi padre en el
Colegio, casi siempre mi respuesta describía a mi tío Rolando que era la
presencia masculina más cercana a mí y
cada día de mi niñez se fue llenando de su presencia, cubriendo un vacío dejado
involuntariamente por mi padre. No puedo dejar de mencionar que el tío Rola en
medio de sus problemas personales y familiares, supo suplir la ausencia de mi
padre de muy buena forma, siempre tuvo un pequeño tiempo para darme consejos,
llamarme la atención o interesarse por mí, así nació, con todo el cariño de
niño una expresión mía que hasta hoy recuerdo “Papá Rolando”.
“
Papá
Rolando” nos dejó hace pocos días, partió a encontrarse con el Altísimo, dejó
una gran tristeza en su esposa y sus hijos, tres de ellos residentes en EE.UU.
Sus hermanos lo
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