SENSACIONES

SENSACIONES
Nuestras sensaciones más íntimas...

miércoles, 8 de abril de 2009

EL REFUGIO


A ese lugar ubicado a escasos minutos del camino, llega un tropel de jóvenes con la adrenalina al tope, la noticia llegó en un microsegundo, dicen que el local es bien paja, hoy se inaugura vienen con el ánimo lujurioso, desbordante.

A la vera del camino la figura de una mujer luminosa vestida de rojo púrpura hace la clásica señal de llévame con el pulgar, es una invitación soslayada para ingresar mientras el aceitunado portero brinda su blanca sonrisa.

Llegaron al Refugio, vaya nombre sugestivo, de forma circular, pasarela central, espejos en las paredes que reflejan la recreación con luces de colores y piso alfombrado de rojo tentación.


Las luces se apagan, una ilumina el centro del escenario, aparece la figura de una mujer de cuerpo escultural, de escasos veinte abriles, inicia un baile seductor al compás de una melodía pop del momento.

Mueve cadenciosamente sus caderas, con voluptuosidad se acerca a los varones para seducirlos con su magia hecha baile, su sensualidad a flor de labios roba las miradas, los machos levantan su copa y brindan por ella.

Con movimientos felinos se quita la ropa, una algarabía enorme estalla cuando queda como Eva en el Paraíso, mientras permanece con una sonrisa de niña inocente, duda a quien brindar su última prenda.

Midiendo sus pasos se retira lentamente, dejando un halo de misterio y seducción, ocultando la vergüenza con sus manos, tan pequeñas que no alcanzan a cubrirla; la música se pierde a los oídos como los aplausos.

El Almendro


El añejo almendro, con muchos setiembres a cuestas, permanece silencioso, inmutable e imperturbable mientras una suave brisa del invierno piurano lo deshoja una a una dejándolo desnudo.

Poco a poco se despoja de su carga ligera, sus hojas secas de un color oscuro en vaivén vuelan del viento a la superficie como aves marchitas desnudándolo de la cabeza a los pies.

Cada año en este tiempo muda de ropaje, luego se viste verde de la copa al tallo, brotan hojas nuevas, flores amarillas y el fruto pugna por abrazar el sol y ofrecernos su sabor agridulce.

Pocos se percatan de su desnudez impúdica, otros tantos miran y se alejan cambiados, solo el viejo jardinero lo contempla en pasmado silencio, son muchos años juntos.

Cuando él llegó, ya el árbol era adolescente, ambos se contemplan mutuamente, difícil saber qué emociones despiertan en sí mismos, un lacónico reproche por el cúmulo de hojas a sus pies que le causan demora en recoger.


Cuánto trabajo le das a tu compañero de vida, de días con y sin sol radiante que abraza, de suave frío y ventisca sin rumbo, de noches de vigilia y espacios abiertos, como aquella en que brotaste a la vida.