Cuando te conocí, pensé
inicialmente y me dije, que tú serías la compañía esperada y deseada, la amiga
que buscamos con ansias, la mujer que cubre nuestros sueños, que alumbrara mis días
grises de neblina, la amante en nuestras noches de pasión, la madre de los
hijos que ansiosos esperamos.
Siempre estuviste allí con la
mirada alentando mi batallar, siempre conmigo, en momentos de alegría
suprema y de aguda tristeza, cuando el carbón centellaba miles de
pavesas y el calor que desprendía, alcanzaba nuestros cuerpos desnudos, que
clamaban amor a cualquier precio y en cualquier lugar.
Nunca dude de ti, siempre estuviste
en ese lugar, en ese meandro de la
vida, en esa curva definitiva, esperando con impaciencia, con ansiedad y a
veces con desdén, que mirara tus ojos y admirara tu belleza de
antología; por qué no te fuiste a tiempo y borraste de un plumazo los recuerdos
que te atan al pasado.
Hoy al final de nuestros días
apasionados, de nuestros quereres frígidos, queda mirarnos con
indiferencia, después de habernos amado con pasión, miraremos cada quien el
futuro que se abre con incertidumbre, buscando recuperar el tiempo perdido, en
los brazos de un amor desconocido que nos enerve el espíritu.