Jauja en la década de los años
cincuenta del siglo XX era una ciudad apacible que veía pasar los días de
manera rutinaria, las temporadas de lluvias y granizo llegaban casi siempre a
partir de los últimos días del mes de Diciembre
y su duración se prolongaba hasta Marzo y en algunos casos hasta los primeros
días de Abril. Durante los días lluviosos, todos se guarecían bajo el paraguas
negro, o simplemente se apoyaban en el umbral y bajo el dintel de las puertas, permanecían
mirando cómo se movía el agua, ese líquido color chocolate claro, que torrentosamente
bajaba de la Plaza de Armas hasta la Plazuela La Libertad, arrastrando todo los
desperdicios que encontraba a su paso, los niños en las veredas y bajo la
lluvia jugaban de manera inocente y despreocupada, hacían barcos de papel y los
colocaban en el agua y ellos corrían a la vera de la pista acompañando a sus frágiles
y pequeñas embarcaciones animándolas a ganar la competencia, hasta que por
efectos del agua estos irremediablemente se hundían en el lodazal, los niños y entre
ellos Jacinto, nuevamente regresaban sus pasos hasta la parte más alta de la
pronunciada pendiente de la calle, para nuevamente iniciar el acompañamiento de
sus frágiles naves de guerra o de transporte, podían permanecer horas en esta
actividad.
En el jirón Salaverry vivía Jacinto
con sus tías y abuela, eran vecinos de la bodega de Joaquín Kanashiro, donde
compraban los artículos de primera necesidad, para alimentarse diariamente. En
la esquina del jirón Salaverry y el jirón Grau, había una bodega y en la parte
interior un gran almacén, un pequeño patio y los dormitorios de la familia Kanashiro,
aquí vivían don Joaquín Kanashiro y su esposa Rosa, sus dos hijos mayores,
varón y mujer, habían viajado a
Tokio-Japón para estudiar y lamentablemente los agarró la Segunda Guerra
Mundial, ella regresó muy afectada por efectos de la guerra y las bombas
nucleares que utilizó EE.UU para someter al pueblo japonés y buscar su
rendición, solo así pudieron vencerlos, nunca se recuperó; del hermano que
quedó en Tokio no se supo nada, también dos hijos Rosa Y Jorge estudiaban en
Lima. Las hijas menores Masaco, Jarucoo y Shige ayudaban en la atención a los
clientes que llegaban a la bodega donde se expendía toda clase de abarrotes y
también bebidas alcohólicas propias de la región como: el cañazo, la cascarilla
y el culebrón, además de dulces y golosinas. En la ciudad había ferias dos
veces por semana, los días miércoles y domingos, las personas que vivían en los
pueblos aledaños llegaban a la ciudad para abastecerse de alimentos y también
para libar una copa de licor, finalmente vender sus productos en la gran feria
semanal. Los días previos a las ferias la actividad era febril en la tienda de
don Joaquín, es que se debía pesar en bolsas de papel de un kilogramo, el
azúcar, arroz, fideos, harina y tenerlo listo para no estar pesando al día
siguiente en plena afluencia del público, esto lo habían aprendido los dueños
de la tienda y Jacinto ayudaba en estas actividades con buen carácter. Al día
siguiente la tienda habría a las 7:30 de la mañana, muy temprano, los días fríos
por la mañana, es que las personas que venían del campo llegaban a partir de la 8 a.m., y debíamos preparados y estar
en condiciones de abastecerlos.
Jacinto era muy amigo de las hijas
menores de Joaquín Kanashiro, Masaco y Jaruco unas japonesitas muy buenas y
amigables, Jacinto participaba con ellas en todos sus juegos infantiles y
muchas veces invitado por las chicas, disfrutó de la comida japonesa que Don
Joaquín y su esposa preparaban, los platos era sumamente deliciosos y él se
acostumbró a estas invitaciones, prácticamente era parte de la familia.
Conforme fue creciendo Jacinto, don Joaquín le fue dando responsabilidad en la
tienda de abarrotes que administraba, mientras Jacinto seguía estudiando,
terminado sus estudios de primaria, fue matriculado en el Colegio San José para
iniciar sus estudios secundarios, este Centro de estudios es emblemático y fue
fundado en el siglo XIX. El colegio “San José” fue creado en 1858 como colegio
Municipal por el alcalde José Jacinto Rivera Falcón. En 1869, fue nacionalizado
por el gobierno del Coronel José Balta, el 28 de julio de 1869 se inauguró y se
iniciaron sus actividades académicas. Durante la guerra con Chile los
estudiantes de este colegio participaron activamente en la resistencia, muchos
participaron en la Campaña de la Breña. Entre 1881 y 1883 el local fue ocupado
por los ejércitos patriotas y chilenos, he allí la importancia histórica de
este colegio.
Jacinto continuó ayudando a Don
Joaquín Kanashiro en las actividades propias de la bodega, recibía una propina
por esta actividad que le servía para comprar sus cuadernos o golosinas en el
colegio, don Joaquín quería mucho a Jacinto porque era un niño muy voluntarioso
cuyos padres vivían separados y él vivía con su abuela y tías, una tarde de
julio del año 1959, Don Joaquín regaló una patineta a Jacinto, este juguete
había sido de su hijo Jorge estudiando en Lima, Jacinto aprovechaba las
vacaciones de Agosto para jugar con la patineta, subía la pendiente de la calle
Grau jalando su patineta hasta la Plaza de Armas, luego regresaba encima de la
patineta que por efecto de la pendiente le permitía desplazarse casi tres
cuadras hasta la Plazuela La Libertad, desde este punto, nuevamente se tomaba
el trabajo de subir hasta la Plaza de Armas, para bajar sin mayor esfuerzo y
así repetidas veces. Un buen día, Don Joaquín decidió traspasar bodega a un
amigo suyo, su paisano Don Fernando Toichi Taira, recién llegado de Japón. Don
Joaquín emprendió el negocio hotelero, administraba el hotel más grande de la
ciudad “El Paraíso”, tenía un jardín interior lleno de plantas ornamentales,
una pequeña alberca llena de peces multicolores y un gran comedor o restaurant,
donde los parroquianos comían acompañados de sus familiares y también los
huéspedes del hotel. Jacinto con la experiencia que tenía en la bodega, fue
llamado para continuar esta tarea ayudando a Don Fernando Toichi el nuevo dueño
de la bodega,
Pasaron los años, Jacinto se mudó a
Lima se trasladó al Colegio Guadalupe donde terminaría su secundaria
satisfactoriamente, luego de tres intentos, llamado por su vocación ingresó a
la Escuela Militar. Una mañana que Jacinto fue al Hospital Militar a tratarse
una dolencia estomacal, bien uniformado, se encontró con Don Joaquín, fue tan
sorpresivo que ambos se quedaron mirando, Jacinto llevaba posaba su mirada en
el caballero, un buen padre y amigo que
lo había ayudado en Jauja, mil recuerdos vinieron a su mente, episodios que se
habían quedado aletargados en el pasado de su niñez, pero los años habían
pasado y Jacinto había desarrollado y miraba hacia abajo la figura pequeña de
Don Joaquín, cuando niño Jacinto miraba a Don Joaquín como la figura paterna
que en casa estaba ausente. Con esa chispa que lo caracterizaba Don Joaquín,
expresó su sorpresa, “¿Cómo puere? antes mirando a Jacinto abajo, hoy mirando a
Jacinto ariba”, para resumir, en pocas palabras, que el niño de antes se había
convertido en un joven. Luego de este saludo, se dieron un gran abrazo, Jacinto
recordó todas las acciones buenas que este caballero japonés había hecho por él
en Jauja, tenía gratos recuerdos de Don Joaquín, como cuando el coleccionista
Joaquín de comics de la época regaló toda su colección a Jacinto, para que
pudiera abrir su propio negocio de alquiler de revistas, cerca al cine
Colonial, la patineta, para la celebración del onomástico del Emperador de
Japón, los residente japoneses y sus familias organizaban celebraciones que
incluían una serie de juegos en el que participaba toda lo colonia japonesa
residente en Jauja, siendo al principio el único invitado a estas
celebraciones, los demás niños, amigos de Jacinto participarían posteriormente
en estas celebraciones, en el que se desarrollaban juegos, concursos entre los
hijos de los migrantes y los lugareños, kermes, paseos en bote, almuerzos,
etc., Jacinto preguntó por las hijas, amigas queridas de su niñez, todas
estaban bien de salud; habían dejado el
hotel Paraíso a otro paisano y habían emprendido el negocio de la panadería en
un local en Breña, fue la última vez que se cruzaron las vidas de ambos, la
carrera militar, dura y sacrificada llevó a Jacinto por otros rumbos de acción,
tanto en el Norte como el Sur del país y no regresó sino faltando dos años para
pasar al retiro y residir en Lima, Jacinto se enteró del fallecimiento de Don
Joaquín luego de varios años por información de un familiar. Gratos e
inolvidables recuerdos dejó Don Joaquín Kanashiro en Jacinto, quien lo recuerda
con mucho aprecio hasta hoy.