SENSACIONES

SENSACIONES
Nuestras sensaciones más íntimas...

domingo, 11 de enero de 2015

Don Joaquín Kanashiro.



Jauja en la década de los años cincuenta del siglo XX era una ciudad apacible que veía pasar los días de manera rutinaria, las temporadas de lluvias y granizo llegaban casi siempre a partir de los últimos  días del mes de Diciembre y su duración se prolongaba hasta Marzo y en algunos casos hasta los primeros días de Abril. Durante los días lluviosos, todos se guarecían bajo el paraguas negro, o simplemente se apoyaban en el umbral y bajo el dintel de las puertas, permanecían mirando cómo se movía el agua, ese líquido color chocolate claro, que torrentosamente bajaba de la Plaza de Armas hasta la Plazuela La Libertad, arrastrando todo los desperdicios que encontraba a su paso, los niños en las veredas y bajo la lluvia jugaban de manera inocente y despreocupada, hacían barcos de papel y los colocaban en el agua y ellos corrían a la vera de la pista acompañando a sus frágiles y pequeñas embarcaciones animándolas a ganar la competencia, hasta que por efectos del agua estos irremediablemente se hundían en el lodazal, los niños y entre ellos Jacinto, nuevamente regresaban sus pasos hasta la parte más alta de la pronunciada pendiente de la calle, para nuevamente iniciar el acompañamiento de sus frágiles naves de guerra o de transporte, podían permanecer horas en esta actividad.
En el jirón Salaverry vivía Jacinto con sus tías y abuela, eran vecinos de la bodega de Joaquín Kanashiro, donde compraban los artículos de primera necesidad, para alimentarse diariamente. En la esquina del jirón Salaverry y el jirón Grau, había una bodega y en la parte interior un gran almacén, un pequeño patio y los dormitorios de la familia Kanashiro, aquí vivían don Joaquín Kanashiro y su esposa Rosa, sus dos hijos mayores, varón y mujer,  habían viajado a Tokio-Japón para estudiar y lamentablemente los agarró la Segunda Guerra Mundial, ella regresó muy afectada por efectos de la guerra y las bombas nucleares que utilizó EE.UU para someter al pueblo japonés y buscar su rendición, solo así pudieron vencerlos, nunca se recuperó; del hermano que quedó en Tokio no se supo nada, también dos hijos Rosa Y Jorge estudiaban en Lima. Las hijas menores Masaco, Jarucoo y Shige ayudaban en la atención a los clientes que llegaban a la bodega donde se expendía toda clase de abarrotes y también bebidas alcohólicas propias de la región como: el cañazo, la cascarilla y el culebrón, además de dulces y golosinas. En la ciudad había ferias dos veces por semana, los días miércoles y domingos, las personas que vivían en los pueblos aledaños llegaban a la ciudad para abastecerse de alimentos y también para libar una copa de licor, finalmente vender sus productos en la gran feria semanal. Los días previos a las ferias la actividad era febril en la tienda de don Joaquín, es que se debía pesar en bolsas de papel de un kilogramo, el azúcar, arroz, fideos, harina y tenerlo listo para no estar pesando al día siguiente en plena afluencia del público, esto lo habían aprendido los dueños de la tienda y Jacinto ayudaba en estas actividades con buen carácter. Al día siguiente la tienda habría a las 7:30 de la mañana, muy temprano, los días fríos por la mañana, es que las personas que venían del campo llegaban a  partir de la 8 a.m., y debíamos preparados y estar en condiciones de abastecerlos.
Jacinto era muy amigo de las hijas menores de Joaquín Kanashiro, Masaco y Jaruco unas japonesitas muy buenas y amigables, Jacinto participaba con ellas en todos sus juegos infantiles y muchas veces invitado por las chicas, disfrutó de la comida japonesa que Don Joaquín y su esposa preparaban, los platos era sumamente deliciosos y él se acostumbró a estas invitaciones, prácticamente era parte de la familia. Conforme fue creciendo Jacinto, don Joaquín le fue dando responsabilidad en la tienda de abarrotes que administraba, mientras Jacinto seguía estudiando, terminado sus estudios de primaria, fue matriculado en el Colegio San José para iniciar sus estudios secundarios, este Centro de estudios es emblemático y fue fundado en el siglo XIX. El colegio “San José” fue creado en 1858 como colegio Municipal por el alcalde José Jacinto Rivera Falcón. En 1869, fue nacionalizado por el gobierno del Coronel José Balta, el 28 de julio de 1869 se inauguró y se iniciaron sus actividades académicas. Durante la guerra con Chile los estudiantes de este colegio participaron activamente en la resistencia, muchos participaron en la Campaña de la Breña. Entre 1881 y 1883 el local fue ocupado por los ejércitos patriotas y chilenos, he allí la importancia histórica de este colegio.
Jacinto continuó ayudando a Don Joaquín Kanashiro en las actividades propias de la bodega, recibía una propina por esta actividad que le servía para comprar sus cuadernos o golosinas en el colegio, don Joaquín quería mucho a Jacinto porque era un niño muy voluntarioso cuyos padres vivían separados y él vivía con su abuela y tías, una tarde de julio del año 1959, Don Joaquín regaló una patineta a Jacinto, este juguete había sido de su hijo Jorge estudiando en Lima, Jacinto aprovechaba las vacaciones de Agosto para jugar con la patineta, subía la pendiente de la calle Grau jalando su patineta hasta la Plaza de Armas, luego regresaba encima de la patineta que por efecto de la pendiente le permitía desplazarse casi tres cuadras hasta la Plazuela La Libertad, desde este punto, nuevamente se tomaba el trabajo de subir hasta la Plaza de Armas, para bajar sin mayor esfuerzo y así repetidas veces. Un buen día, Don Joaquín decidió traspasar bodega a un amigo suyo, su paisano Don Fernando Toichi Taira, recién llegado de Japón. Don Joaquín emprendió el negocio hotelero, administraba el hotel más grande de la ciudad “El Paraíso”, tenía un jardín interior lleno de plantas ornamentales, una pequeña alberca llena de peces multicolores y un gran comedor o restaurant, donde los parroquianos comían acompañados de sus familiares y también los huéspedes del hotel. Jacinto con la experiencia que tenía en la bodega, fue llamado para continuar esta tarea ayudando a Don Fernando Toichi el nuevo dueño de la bodega,

Pasaron los años, Jacinto se mudó a Lima se trasladó al Colegio Guadalupe donde terminaría su secundaria satisfactoriamente, luego de tres intentos, llamado por su vocación ingresó a la Escuela Militar. Una mañana que Jacinto fue al Hospital Militar a tratarse una dolencia estomacal, bien uniformado, se encontró con Don Joaquín, fue tan sorpresivo que ambos se quedaron mirando, Jacinto llevaba posaba su mirada en el caballero, un buen padre y  amigo que lo había ayudado en Jauja, mil recuerdos vinieron a su mente, episodios que se habían quedado aletargados en el pasado de su niñez, pero los años habían pasado y Jacinto había desarrollado y miraba hacia abajo la figura pequeña de Don Joaquín, cuando niño Jacinto miraba a Don Joaquín como la figura paterna que en casa estaba ausente. Con esa chispa que lo caracterizaba Don Joaquín, expresó su sorpresa, “¿Cómo puere? antes mirando a Jacinto abajo, hoy mirando a Jacinto ariba”, para resumir, en pocas palabras, que el niño de antes se había convertido en un joven. Luego de este saludo, se dieron un gran abrazo, Jacinto recordó todas las acciones buenas que este caballero japonés había hecho por él en Jauja, tenía gratos recuerdos de Don Joaquín, como cuando el coleccionista Joaquín de comics de la época regaló toda su colección a Jacinto, para que pudiera abrir su propio negocio de alquiler de revistas, cerca al cine Colonial, la patineta, para la celebración del onomástico del Emperador de Japón, los residente japoneses y sus familias organizaban celebraciones que incluían una serie de juegos en el que participaba toda lo colonia japonesa residente en Jauja, siendo al principio el único invitado a estas celebraciones, los demás niños, amigos de Jacinto participarían posteriormente en estas celebraciones, en el que se desarrollaban juegos, concursos entre los hijos de los migrantes y los lugareños, kermes, paseos en bote, almuerzos, etc., Jacinto preguntó por las hijas, amigas queridas de su niñez, todas estaban  bien de salud; habían dejado el hotel Paraíso a otro paisano y habían emprendido el negocio de la panadería en un local en Breña, fue la última vez que se cruzaron las vidas de ambos, la carrera militar, dura y sacrificada llevó a Jacinto por otros rumbos de acción, tanto en el Norte como el Sur del país y no regresó sino faltando dos años para pasar al retiro y residir en Lima, Jacinto se enteró del fallecimiento de Don Joaquín luego de varios años por información de un familiar. Gratos e inolvidables recuerdos dejó Don Joaquín Kanashiro en Jacinto, quien lo recuerda con mucho aprecio hasta hoy.